Patria, piedra filosofal que permite acceder al Estado.
España, sustancia sin la fractura ni el conflicto propios de la política.
Pueblo, que se construye (con el Partido como promotora) a semejanza de la Patria, de España.
La santísima trinidad populista. Los progresistas se alejaron de España, “regalaron” la Patria al adversario, y en el pecado llevan la penitencia electoral. Una temática y un estilo que recuerdan, por un lado, a José Antonio Primo de Rivera, cuando decía, en relación con la patria (que contraponía a los “nacionalismos” subalternos que ya sabemos), que “las izquierdas eran insolidarias con el pasado” mientras “las derechas eran insolidarias con el hambre del pueblo” (1935). Y, por otro, a José Luis Rodríguez Zapatero y su “patriotismo constitucional” (2001), variante del patriotismo progresista de Felipe González aunque en este caso Zapatero pensaba sobre todo en una alternativa al españolismo caricaturesco -por desacomplejado- de Aznar frente a los otros nacionalismos. La síntesis virtuosa entre dichas concepciones reaccionarias y supuestamente progres y su identificación con el Partido serviría teóricamente para atraer votantes de un amplio espectro ideológico.
Pero lo cierto es que, por más que insista Íñigo Errejón en la entrevista citada arriba, en ningún momento “España” ha sido el leitmotiv o significante que inspirara las diversas movilizaciones por el cambio político de los últimos años. Dichas movilizaciones se salieron por la tangente democrática, esa que Errejón suele ningunear con expresiones como “pequeña rebelión cultural” cuando habla del 15M, otro guiño al PSOE que lo sufrió. Por otra parte, los logros que cita como motivo de “orgullo” no fueron la aplicación de ninguna idea preconcebida de “España” ni la expresión de su genio secular, sino el producto de luchas colectivas concretas llevadas a cabo para que se reconocieran derechos o para que estos se hicieran efectivos. Y si en España no ha calado un populismo nativista y anti-inmigrante se debe en parte al escepticismo agnóstico frente a todo patriotismo español «fuerte». En fin, seguimos a la espera del presunto arrastre electoral que pueda suponer para Podemos la exhibición amable de orgullo español. sobre todo vista la defección en las últimas elecciones generales frente a «la sonrisa de un país».
A lo anterior se añade una coyuntura en la que la impaciente dirigencia del partido político Podemos parece asumir su menguante capacidad para generar nuevas adhesiones -bastante tienen con retener a los desencantados- y por tanto la perspectiva de que el acceso al gobierno del Estado pasa por algún tipo de alianza con el partido socialista. El pacto autonómico en Castilla-la-Mancha quiere anticipar el estatal. En este contexto el discurso populista ya no serviría para conseguir la hegemonía y alimentar la aspiración de un cambio de régimen sino la más prosaica de la alternancia de gobierno. El gobierno del PP sería «antipatriota» por la corrupción y los recortes mientras que el PSOE -absuelto políticamente de ambos cargos, necesidad obliga- al menos compartiría con Podemos el objetivo de una España de progreso. Es decir, vino viejo en botellas nuevas para poder brindar por un reparto amistoso de la cuota del mercado representativo, a ser posible pronto ya que la travesía del desierto se está haciendo larga para algunos. Si lo de Cataluña (¿nación de la gran patria plurinacional o nación-patria?) lo permite, claro.
Con todo, a pesar de todas estas limitaciones lo cierto es que el evangelio patriótico según Errejón impregna el argumentario político de un sector estimable de la militancia que queda activa en la organización, incluyendo la retórica de su secretario general, que no ha cambiado en lo esencial tras Vistalegre 2. Este recurso suple las carencias de contenido del «cambio» pero puede reproducir todos los inconvenientes de los nacionalismos periféricos con el agravante de los lastres históricos del españolismo, aunque se quieran reconstruir hilos con el liberalismo decimonónico.
El capital político y mediático del antiguo «núcleo irradiador» podía haberse empleado para promover y co-producir una praxis constituyente o instituyente, a partir de las intuiciones democráticas de las movilizaciones que precedieron y acompañaron a Podemos, en lugar de reciclar conceptos del adversario o esquemas gobernistas que aquéllas habían neutralizado. Lo común, cuando no se queda en una etiqueta, era y sigue siendo un terreno político mucho más fértil. Si Podemos (y por extensión, Unidos Podemos) renuncia definitivamente al mismo, al menos que no lo obstaculice.