Seguramente ya nadie se acuerde de Manel, pero en esta revista es la segunda vez que lo mentamos, y me atrevo a decir que no será la última. Muchas veces más habremos de recordar a Manel, aquel concursante catalán de la tele que dijo que había estado en África pero sólo en las Islas Canarias. A mí me lo recordaron hace poco los hinchas del Getafe que llamaban a los aficionados del Tenerife africanos. Una perogrullada inofensiva, pero coreada con evidente ánimo de ofender. De innegable carácter racista.
Está claro que para el españolerío en general la africanidad de Canarias es cuestión delicada. Al pobre Manel le cayeron arriba por exponer lo obvio, que Canarias es África. La crítica de que fue objeto dejó patente no ya la ignorancia generalizada del personal, sino el potaje mental españolero y racistoide que identifica África con todo lo malo, lo atrasado, lo negativo… Canarias es España, por tanto no puede ser África, otro continente; eso sería contradecir el dogma de la España europea y reconocernos en lo malo, lo atrasado, lo negativo. Lo políticamente correcto al servicio del racismo.
Pero, ¿y cuando nos salimos de lo políticamente correcto? ¿Qué pasa cuando el españolerío se desmelena y se afloja los correajes? Que se acabaron los paños calientes y lo evidente se impone: los canarios somos africanos, pero africanos en el sentido peyorativo, eurocéntrico y racista que se le da al término en buena parte de España y más allá. En el inconsciente colectivo español el canario es africano y por tanto inferior. También es español cuando conviene; cuando no conviene, volvemos a nuestra condición de africanos.
Hasta aquí las risas. Sí, las risas, porque que ellos allá a estas alturas del siglo XXI estén todavía en ese nivel de atraso es para descojonarse a gusto a su costa. Pero esa reacción tan sana, la de la risa, requiere un autoconcepto y una identidad propia igualmente sanos, y lamentablemente estamos lejos de eso. Siglos de colonialismo alteran enormemente la autopercepción, convenciéndonos de nuestra incapacidad intrínseca y de la necesidad que tenemos de que alguien superior nos tutele. Nuestra imagen propia no la construimos nosotros mismos desde nuestras coordenadas, sino que se la “compramos” a otros que poco tienen que ver con nuestra realidad. Permitimos que nos definan esos otros, y claro, lo hacen a su gusto y conveniencia. Esos otros son los de las risas. Los mismos que un día menosprecian o niegan nuestra herencia indígena, africana o colonial porque somos españoles y europeos como los demás, y otro día nos llaman africanos con ánimo despectivo.
No me ocuparé aquí de las reacciones airadas de tantos canarios “ofendidos” porque los pongan ante el espejo llamándolos africanos. De esa tarea ya se encargó Ciara Siverio en el texto que enlazo al principio. A mí me llaman más la atención las respuestas más o menos ponderadas y que yo divido en dos tipos:
1.- Explicativorrollentas: “geográficamente somos África, PERO política y culturalmente somos Europa”. Siempre con la coletilla supuestamente aclaratoria que nadie ha pedido y a nadie interesa, pero para que quede claro que de africanos nada, ¿eh? Tras este tipo de respuestas se esconde una concepción de lo africano monolítica y eurocéntrica. También prejuiciosa: la descrita más arriba. Hay infinidad de maneras diferentes de ser africano en todos los órdenes, hay infinidad de realidades distintas en un continente tan rico como el africano. La canaria es una de ellas. El ser canario, también. No me imagino a namibios o sudafricanos con la pesadez de que “geográficamente somos africanos pero culturalmente somos europeos, ¿eh?” Desde luego no es lo que decía de sí misma la premio Nobel sudafricana Nadine Gordimer.
2.- Tricontinentales: Canarias como puente entre continentes y culturas, Canarias es africana, americana y europea. Ante la “ofensa” de ser tachado de africano es ciertamente la reacción más inteligente, constructiva y equilibrada sobre quiénes somos. Pero le encuentro una pega: las tres patas de la banqueta no tienen la misma solidez más que en apariencia.
No hay que incidir en la innegable herencia europea de Canarias. Las clases dirigentes, los medios de comunicación, autoridades canarias y estatales, empresariado y buena parte de la intelectualidad isleña nos marean con el guineo de nuestra europeidad día sí y día también, contribuyendo a propalar la imagen que otros crean de nosotros a su conveniencia. Así asistimos a disparates como la “isla europea del deporte” o la “noche europea de los volcanes”, por poner sólo dos ejemplos recientes de hasta dónde llega nuestro descentramiento.
Ya nuestra herencia americana y sobre todo la importancia capital del legado canario en América tiene una presencia infinitamente menor en la Canarias de hoy, desde luego si la comparamos con la propaganda europeizante. Hay una conciencia más o menos difusa de la relación con aquel continente, basada principalmente en hechos como cierta afinidad musical, las similitudes idiomáticas, relaciones familiares más o menos lejanas… La octava isla y el corazón latinoamericano. Casi todo en el plano emocional, poco o nada en el plano intelectual, del conocimiento y las ideas. Poco o nada se sabe o reivindica del elemento canario fundamental en muchas culturas americanas, del papel de los isleños en la conformación de aquellas sociedades o incluso del rol destacado de muchos compatriotas en las emancipaciones e independencias americanas.
Y si la pata americana de la banqueta es difusa, la africana está completamente coja, ausente, ocultada. Es lógico: si lo que impera es el prejuicio racista hacia lo africano, mejor desembarazarse de todo ello y hacerse pasar por lo que no somos. Todo con tal de que nos acepten. Pero por mucho que nos empeñemos, en Canarias no sopla la tramontana ni el mistral, sino el alisio, que también refresca toda la costa occidental de África, nuestra costa. La calima y el siroco tan canarios no tienen nada de europeos o americanos, y sí lo tienen todo de africanos. Nuestros países vecinos no son ni Francia ni Portugal, ni siquiera Venezuela o Cuba. Son Marruecos, Mauritania, Cabo Verde… En nuestro entorno se habla tamazight, francés, árabe, portugués… Con África compartimos el hecho colonial, que tan profundas cicatrices ha dejado en la psique de unos y otros. Compartimos un pasado de esclavos: los canarios fuimos esclavos no ya con la invasión europea y la colonización, sino también entrado el XIX, al sustituir en las plantaciones americanas a los esclavos negros. En palabras del escritor Nicolás Melini, el hispanista senegalés Amadou Ndoye identificaba en la literatura canaria “todos los síntomas de algo que él conoce tan bien por su condición de negro africano: 1) la herencia del miedo; 2) la cobardía; 3) lo de fuera, mejor; y 4) el pesimismo”. El propio Melini afirma: “aun no siendo muy conscientes de ese pasado de esclavitud, servilismo e indignidad, se observa en los canarios una necesidad de dignificarse equiparable a la de otros pueblos desposeídos”.
La nuestra es una herencia africana como se ve dura y difícil, pero también llena de riqueza y potencialidades por explorar. Y desde luego mucho más robusta y presente de lo que se piensa. Es parte fundamental de lo que somos, elemento insoslayable de nuestra propia identidad. Mejor asumirlo cuanto antes si pretendemos tener una existencia lo más completa y feliz posible. Porque lo contrario tiene consecuencias no sólo en nuestra psique y nuestra felicidad, sino también en el devenir de este país archipielágico: lo vimos con el expolio que sufrió y sufre Canarias con la pesca, lo vimos con el vasallaje colonial del petróleo y lo estamos viendo nuevamente con el telurio. Por no hablar del turismo. Mientras otros maniobran para hacerse con las riquezas, nosotros como si todo ocurriera en algún lugar remoto, esforzándonos en ser Renania Palatinado. Otra vez.
Corría el siglo XVIII cuando el ilustrado Viera y Clavijo dejó escrito en el libro primero de su Noticias de la historia general de las islas de Canaria: “Estas Islas pertenecen al África […] y no hay duda que por esta notable inmediación a aquel continente de la África, del cual acaso fueron porción en lo primitivo, están generalmente demarcadas entre las Islas Africanas: de manera que solo por un efecto de negligencia Geográfica, o por la idea que se suele tener en Europa de todos los países más acá del Estrecho de Gibraltar, han pasado, y pasan para con algunos las Islas de Canaria por Región de la América, y por indianos sus habitantes”.
Y hete aquí que tres siglos más tarde todavía nos encontramos bajo el signo de Viera.