
Hace escasamente dos semanas fallecía en Johannesburgo Nadine Gordimer, premio Nobel de literatura, luchadora comprometida e incansable contra el régimen sudafricano del apartheid.
Nacida en Sudáfrica, hija de lituano e inglesa, Gordimer siempre reivindicó su identidad africana: «Yo soy africana y el color de la piel no importa». Es el caso de tantos otros sudafricanos blancos, de ascendencia europea, y que igualmente se consideran africanos y así se denominan a sí mismos. Quizá sea un fenómeno homologable al que se da en Australia o Nueva Zelanda, por ejemplo, igualmente excolonias europeas, con población de ascendencia europea, que no niega su influencia europea, pero a la que no se le pasa por la cabeza decirse europea, sino australiana o neozelandesa.
Los canarios, al igual que sudafricanos, australianos y neozelandeses, venimos de un pasado colonial europeo. También tenemos influencia europea, entre muchas otras, y también tenemos unas circunstancias que nada tienen que ver con las europeas. Igualmente hemos ido forjando con los siglos nuestra propia visión de las cosas, una cultura propia. La diferencia está en que, por absurdo que parezca, muchos canarios todavía se refieren a Canarias como «Europa», aun estando a miles de kilómetros, aun viviendo una realidad muy distinta de la europea.
No nos vendría nada mal leer a Nadine Gordimer, por esta y por muchas otras razones. O a Viera y Clavijo, que hace ya varios siglos dejara escrito que «Estas islas pertenecen al África«.