No, la movilización en Estados Unidos no es un estallido aislado en contra del nuevo presidente. Del mismo modo que la presidencia de Trump se enmarca en una oleada de ascenso de la extrema derecha, de la derechización de los partidos socialdemócratas europeos, de la crisis del ciclo progresista en latinoamérica con la emergencia del liberalismo rampante; la Women’s March se enmarca en un claro auge de la lucha de las mujeres alrededor del mundo (Brasil, Argentina, Mexico, Polonia, Italia, Estado Español, etc.) para resistir a los ataques específicos hacia las mujeres que supone este desolador panorama internacional, así como los ataques contra las condiciones de vida en general.
¿Estamos ante una nueva ola? ¿ahora ya sí? Las olas del feminismo han sido movimientos históricos, protagonizados por masas de mujeres. Movimientos que han durado décadas, con flujos y reflujos. Con consignas y demandas compartidas alrededor del mundo y sus modulaciones continentales y nacionales. Algunas veíamos cómo en las últimas décadas el feminismo se había visto abocado a la elaboración académica y teórica. Una elaboración con un desarrollo muy interesante y lecturas cruzando el charco, pero que no constituía en sí misma una nueva ola. Pero, está claro, que hoy no estamos ante un feminismo meramente académico. La elaboración feminista en curso se da a pie de calle, con una audiencia masiva y en diálogo con una realidad material.
Los movimientos feministas actuales operan evidentemente a escalas nacionales, pero se reconocen en las distintas iniciativas y campañas alrededor del mundo. Se ven (nos vemos) representadas e identificadas con ellas. Y este es un punto fundamental. Es el punto de partida básico para generar un movimiento internacional, es el punto de partida necesario para combatir los repliegues nacionales xenófobos que levantan muros donde el feminismo construye puentes. Si esto constituye una nueva ola, el tiempo lo dirá. A mi juicio estamos en el punto de partida: estallidos, regeneración de la base militante, iniciativas a diferentes escalas geográficas, consignas sin definir… ¿Por qué no decirlo? En un momento precioso, fresco, que da oxígeno a aquellas que llevaban décadas picando piedra y que da impulso a las expresiones espontáneas. Y como todo punto de partida, contradictorio.
En esa fantástica lectura dialéctica del momento que vivimos, presenciamos la escenificación de sujetos no normativos. La puesta en escena de un feminismo decolonial y transgénero declinado en origen, religión, sexualidad, con nombres propios, con rostros, personas concretas que se agencian la movilización en el buen sentido del término. Y digo fantástica lectura dialéctica pensando en las acaloradas luchas dentro del feminismo de los sesenta y setenta; pensando en las lecturas y teorizaciones de los noventa (y en adelante) entorno al género y la sexualidad. Pero, también hay una dialéctica perversa que hay que poner sobre la mesa y que Nancy Fraser formula perfectamente: “El reconocimiento, en consecuencia, se convirtió en el principal cardinal de las reivindicaciones feministas de fin de siglo. […] Tanto si se trataba de cuidados, de violencia sexual o de disparidades entre sexos en la representación política, las feministas recurrieron cada vez más al principio del reconocimiento para impulsar sus reivindicaciones. Incapaces de transformar las profundas estructuras sexistas de la economía capitalista, prefirieron atacar problemas arraigados en patrones de valor cultural o en jerarquías de estatus androcéntricos”.
Hay que plantearlo: no hay vuelta atrás. No hay más correcciones políticas de reconocimiento individualista que reconduzcan esta cosa escandalosa, como lo llama Amaya Pérez Orozco, y que salven por la vía culturalista, de la identidad y el reconocimiento al capitalismo en crisis. Es importante tener esto en cuenta. Las que además de declinar en origen, religión, sexualidad, etc. declinamos con la clase vemos como las políticas de reconocimiento, reconocen a unas pocas. Aquellas que han sido asimiladas a los estándares culturales occidentales y han llegado a posiciones de poder por la vía del ascenso social capitalista. Incluso, en países latinoamericanos, Verónica Schild, dialogando con Fraser, apunta también su dialéctica perversa particular: “[el giro de los años 90] permitió a algunas mujeres convertirse en voces dominantes del feminismo y en interlocutoras legítimas de los organismos gubernamentales y transnacionales, mientras otras quedaban marginadas o silenciadas. […] un proceso en el que activistas convertidas en burócratas aplicaron sus conocimientos feministas a la experiencia política mientras sus hasta entonces hermanas más pobres eran reclutadas como clientes de programas sociales».
En este punto de partida embrionario donde todo está por desarrollarse, Schild y Fraser nos sirven como toque de atención para que todo esto no acabe en un cierre en falso. Muchas escuchamos el discurso de Angela Davis en la Women`s March en el mismo escenario por el que pasaron toda la plana mayor hollywoodiense, incluidas Scarlett Johansson (que apoyó el sionismo) o Alicia Keys (que hizo campaña por Obama). De pronto, veíamos cómo las expresiones del feminismo liberal se entremezclaban con las del feminismo interseccional y las demandas económicas. Por ejemplo, con las demandas salariales del “fight for 15” o con consignas de solidaridad internacional con Palestina. Demandas y consignas opuestas claramente a la agenda liberal.
Además, la huelga de mujeres que se llevó a cabo en Polonia y que ahora se plantea por la plataforma “Ni Una Menos” argentina de cara al 8 de marzo ponen de relieve cosas tan estructurales como la invisibilización de la economía reproductiva y de cuidados, así como, la división sexual del trabajo en la que se ha sustentado toda la historia del capitalismo. El lema de las compañeras italianas “se non valgo, non produco” va a la raíz misma de todo esto. Cuál será el cardinal de este nuevo empuje está por definir. Por otro lado, dependerá también de la capacidad o incapacidad del neoliberalismo por salir a flote y de la capacidad o incapacidad por alzar un proyecto revolucionario alternativo a la austeridad y a los repliegues nacionales. Proyecto que no puede construirse ni siquiera imaginarse sin las movilizaciones de millones de mujeres que estamos presenciando; sin los puentes que éstas construyen frente a los muros de odio que pretenden imponernos.
* Artículo publicado originalmente en Viento Sur por Laia Facet. Está compartido bajo Licencia Creative Commons.