Mi madre no quería tenerme. No había pensado nombre para mí. Podría haber sido Ana, Pepa, Dolores. Primitiva, tal vez. Olivia se llamaba la enfermera que entró en la habitación justo cuando mi padre se iba para el registro civil. “Pues Olivia mismo”, le dijo mi madre. Mi madre trabajaba en la tienda de ultramarinos heredada de mi abuela. Antes fue peluquera. Yo soy la primera universitaria de mi familia y tengo un hijo porque así lo he decidido. Si mi madre hubiera tenido que elegir en esta época, quizá hubiera vuelto a hacer lo mismo, es decir, tenerme. Pero estoy segura –estamos seguras– de que, al menos, habría pensado en la posibilidad de no hacerlo.
Las mujeres no hemos conseguido grandes logros este año. Las cifras están ahí: asesinatos machistas, violaciones, brecha salarial, techo de cristal, invisibilidad… Pero sí hemos conseguido que la idea de no hacer lo que no nos gusta sea una opción real. Sí hemos conseguido también que esa opción sea respaldada por numerosas mujeres. Y sí hemos conseguido igualmente, y esto no es menos importante, que los hombres –bien a favor, bien en contra– al menos se paren a pensar en ello.
“Es verdad que ahora sentimos el agobio”, me dijo hace unos días un amigo que nunca había hecho la colada. Desde que tuvo un hijo con su mujer, comparte las tareas con ella. Es consciente de que su hijo hará lo que vea en casa. “Yo ahora me llego a cuestionar si ayudar a una chica a llevar la maleta es micromachismo”, me planteó hace unos meses, con cierta ironía, otro amigo en una fiesta. Sí, también es un logro que se hable de igualdad en las fiestas, en las comidas de empresa, en las cajas del supermercado… Y en esa unión de circunstancias radica el triunfo: que los hombres –por pocos que sean– están siendo conscientes de que vienen disfrutando de una larga batería de privilegios por el mero hecho de ser hombres, de la que no disfrutamos las mujeres por el mero hecho de ser mujeres; y se están dando cuenta –por pocos que sean– de que hasta aquí hemos llegado, que se acabó la fiesta.
El movimiento #MeToo surgido tras las denuncias de abusos sexuales en la industria del cine ha puesto el colofón a un año de lucha feminista muy intenso en las redes sociales y medios de comunicación, donde cualquier indicio de machismo, cualquier muestra de desigualdad, cualquier titular discriminatorio, ha sido combatido al instante. Este año hemos hablado de acoso sexual sin miedo, de los monstruos que, como Salma Hayek, han tenido que enfrentar tantas mujeres en silencio. Este año hemos leído miles de tuits, cientos de artículos e incluso cuentos largos en la época de la rapidez, como Cat Person, publicado en The New Yorker, con los que nos hemos sentido identificadas. Este año se ha abierto juicio contra un empresario que simuló besar a una política porque esa política, en este caso Teresa Rodríguez, decidió denunciar lo que años atrás no se habría denunciado. Este año, incluso, se está apuntando abiertamente a la justicia como soporte del sistema patriarcal, como ha ocurrido con el caso de La manada o el de Juana Rivas, cuyos familiares y asesora, por cierto, han sido absueltos de “ayudar a secuestrar” a sus hijos. Este año, 20 años después de que lo hiciera su madre, ha hablado Raquel Orantes, la hija de Ana, aquella mujer asesinada por el hombre al que conoció en un Corpus, como ha narrado con exquisitez la periodista Noemí López Trujillo.
Este año no hemos dejado pasar un solo cartel, una sola convocatoria que no contara con un número representativo de mujeres, como ocurrió con el congreso de columnistas en León, como ocurre cada vez que en la tele debaten únicamente hombres. Este año se ha hablado y mucho de feminismo. Muchos incrédulos han conocido que existen mujeres que se llaman Leticias Doleras. Este año numerosos hombres que se consideran feministas –sin ironía–se han visto en tesituras que, como mínimo, les han hecho reflexionar. Un caso significativo fue el del sketch protagonizado por Juan y Medio en Canal Sur. O el “y usted también” que respondió Ada Colau al periodista Antonio García Ferreras cuando, en las maratonianas jornadas sobre Cataluña, despidió a la alcaldesa de Barcelona con un “la dejo, que sé que la esperan sus niños”. Este año se ha hablado de que el amor romántico es un invento, una construcción social. Se ha hablado también de la carga mental de las mujeres. “Lo malo es que no se lo puedo explicar a Juan porque no lo entiende”, me contaba una amiga tras leer el cómic de Emma Clit.
“Sí, es verdad, se habla mucho más de feminismo ahora, pero también se habla más de memoria histórica y los muertos siguen las cunetas”, me dijo otro amigo al que le planteé la cuestión. Toda la razón. Es cierto que de manera tangible no hay mucho que celebrar en comparación con la realidad que se vive en cada casa, en cada empresa, en cada calle, donde se viola la igualdad de género a diario. Las mujeres son las que se siguen ocupando mayoritariamente de la alimentación de sus bebés, y de pedir cita al médico, y de reducir su jornada laboral, y de vivir como algo extraordinario una cena de “madres de la guardería” porque por fin, una noche, después de dos años, podrán tomarse algo tranquilas.
Pero, insisto, en cuestiones tan difíciles, con siglos de mugre encima, los gestos, los discursos, las actitudes anteriormente citadas calan inevitablemente y animan a seguir peleando. Porque ni el #MeToo ni el #YoTeCreo ni el paro internacional de mujeres del pasado 8 de marzo iniciado en Argentina hubieran tenido el mismo efecto sin los #MeToo y los #YoTeCreo y las marchas de las mujeres que nos han precedido. Ni se hubiera aprobado un Pacto de Estado –cuya eficacia está por comprobar–. Ni quizá la revista The Time hubiera elegido a las mujeres que rompieron el silencio como personaje del año sencillamente porque seguirían calladas. “Y0 me fui de un medio porque mi jefe me acosaba sexualmente. Me daba asco”, me dijo hace un lustro una de las primeras periodistas que comenzaron a ejercer en Sevilla, cuando el acoso aún no estaba en sus diccionarios. Hablaba de finales del franquismo, principios de la democracia.
Hoy hablamos de lenguaje inclusivo. Ya no hablamos solo de mansplaining. Ahora hablamos de manspreading. Ayuntamientos como el de Madrid han lanzado incluso una campaña para combatirlo. Otros ayuntamientos –también el Gobierno– siguen usando prejuicios en campañas institucionales. Pero hay algunos otros, como el de Sevilla, que han hecho de la educación el centro de su mensaje: “El largo de mi falda NO te dice que sí”, decía el lema del 25-N, elaborado por el alumnado de un instituto. Nunca puede ser un buen año cuando asesinan a mujeres. Pero sí puede ser menos malo si empezamos a entender por qué nos asesinan.
TRES BUENAS NOTICIAS EN EL MUNDO
R. D. Congo
Doce soldados han sido condenados a cadena perpetua por violaciones a niñas por un tribunal militar en la República Democrática de Congo.
Chile
El Tribunal Constitucional de Chile refrendó en 2017 la legalidad del proyecto de ley que despenaliza en tres supuestos el aborto, prohibido en todas sus formas en 1989.
Islandia
En 2017 Islandia aprobó una ley contra la brecha salarial que obliga a las empresas e instituciones gubernamentales a someterse a auditorías.
* Artículo de Olivia Carballar en La Marea. Este artículo forma parte del dossier ¡Buenas noticias! de #LaMarea56.