Seguramente, tras a Antonio Cubillo, corresponde a Enrique Hernández Bento, Virrey por gracia de Soria, el honor de ser la persona que más ha hecho por la bandera tricolor con siete estrellas verdes. Con su torpeza garrafal de escudarse en autos judiciales y demás maximalismos jurídicos, ha conseguido que la celebración del 22 de Octubre, aniversario de la creación de la bandera nacional canaria, haya logrado un inusitado protagonismo. Ha propiciado además una unión transversal de los nacionalistas como pocas veces hemos presenciado. Desde Coalición Canaria hasta sectores del independentismo ácrata, pasando por la socialdemocracia nacionalista de Nueva Canarias o los sectores soberanistas de Sí Se Puede, Somos Lanzarote, independentistas clásicos… todos han querido reunirse ante el atropello. Tal vez pensaba el cristiano que, como sucede cuando su partido se dedica a cosas parecidas en Cataluña, ganaría no sólo votos en Andalucía y Extremadura sino que él mismo subiría enteros ante una hipotética lucha intestina con Asier Antona. Craso error. En la metrópoli, a nadie le importa lo que ocurra en su particular «Caribe para pobres». En cualquier caso, no es nada de esto lo que me mueve a escribir este artículo.
Quería dedicar estas líneas a algunas ideas que he visto circular en torno a la celebración de este año. Una primera, que dice que la bandera tricolor heptaestelada “es la bandera de todos”. Creo que es un argumento desacertado. Supongo que detrás del mismo late un noble sentimiento de unión y fraternidad. Sin embargo, creo que esto no puede ser así, más allá de tan noble sentimiento. La bandera nacional canaria encarna, en sentido estricto, un proyecto político determinado: la construcción nacional de Canarias, en sus diversas variantes. Para algunos significará la independencia estatal y para otros un estatus diferenciado dentro de un hipotético Estado federal español, por ejemplo, pero es un símbolo político que apunta claramente en una dirección de autogobierno creciente. Difícilmente podrá ser entonces la bandera de aquellos canarios que no compartan tal proyecto, que deseen que el autogobierno no aumente o incluso que retroceda, más allá de que el uso de la misma también sea festivo y popular como no podía ser menos y he aquí el sentido laxo. Todos los proyectos políticos son respetables, todas las banderas también y la nuestra es inexcusablemente una bandera política y no el banderín de un equipo de fútbol.
Por esto último, no comparto cuando he leído lo siguiente “esta bandera no es política sino un símbolo de identidad”. Esto es una verdad a medias, en mi opinión. Una bandera es un símbolo especialmente político y las cuestiones identitarias también lo son en buena medida. Algunas personas lo viven más intensamente o de forma más elaborada y otras de manera más superficial pero la propia actuación del Sr. Bento no indica otra cosa. La respuesta de tantas organizaciones, colectivos y personas nacionalistas apunta en la misma dirección. Tratar de sortear su actual persecución equiparándola a otros símbolos identitarios como las pintaderas, los trajes típicos o las isas, tiene el controvertido inconveniente de despojarla de significados muy sólidos y sentidos, que son precisamente los que motivan su persecución. ¿Preferiríamos una bandera que sólo signifique «identidad» sin ninguna carga política? ¿Qué impediría entonces que el mismo Hernández Bento se enfundara en ella si así le conviniera?
Por último, la petición que más me llamó la atención: la voluntad de convertir a la bandera tricolor de las siete estrellas verdes en bandera oficial de Canarias. Desde luego sería una imagen bien curiosa ver la bandera diseñada por Cubillo ondear en las instituciones canarias junto a la rojigualda y la europea. ¿Las estrellas republicanas y libertarias de tantos movimientos separatistas encorsetadas en el estrecho marco de la institucionalidad? No comprendo el afán de convertir en la bandera de todos los canarios a la bandera de la comunidad nacionalista, que es también mi bandera, como nacionalista que soy. A mi juicio, eso sólo podría tener carta de naturaleza si algún día, como ansiamos, la relación entre Canarias y España es disuelta democráticamente y la mayoría de los canarios decide adoptarla como su enseña oficial. Hasta entonces, la bandera tricolor sólo podrá ser alegal, rebelde y alzada, como las ideas que representa y por las que es perseguida con tanto ahínco por los de siempre. Ellos, con sus perros encollarados y nosotros, con las estrellas de la libertad.
* Artículo de Johny Socas remitido por correo a Tamaimos.com para su publicación.