A veces la vida te sorprende con regalos y uno no puede sino estar agradecido. Una mezcla de azar, convencimiento, oportunidad y audacia me convirtió en el editor de Hupalupa. Memoria desde tus vivos y quiero contar aquí cómo sucedió todo. Diré, para empezar, que soy amigo de Yaiza Afonso y su familia desde hace unos veinte años. No llegué a conocer en persona a Hupalupa aunque sí supe de su trabajo y el dolor de su siembra. Conocí su biblioteca, sus cuadros y, sobre todo, el inmenso amor que le profesaban entonces y ahora Amparo, Ruyman, Yaiza y Chaxiraxi. No era pues ajeno a los hechos fundamentales de su vida por más que sí desconociera tantas cosas que ahora, tras la lectura del libro, me dan una dimensión más rica y completa de su persona.
Debo confesar también que no recuerdo el momento exacto. Acaso llevaba ya algún tiempo escondido en uno de esos rincones de la mente y de repente, conversando con Yaiza, nació la idea: “¿Por qué no escribes un libro sobre tu padre, una biografía que lo dé a conocer a quienes no tuvieron esa oportunidad?”. Por supuesto, yo ya sabía de su prosa cuidada, detallista, emotiva. Resultó, cómo no, que ella también le había dado vueltas a la idea y había escrito algún relato sobre anécdotas y otras vivencias. No hizo falta más.
A partir de ahí, todo fue sucediéndose con la febril emoción que caracteriza a los empeños más nobles. Por increíble que parezca, el título estuvo antes que casi todo lo demás. Y en cuanto la autora lo propuso, yo estuve de acuerdo. No se podía decir más en menos. Concibo la edición como una tarea constructiva, en positivo, un diálogo creador entre autor y editor donde al editor le corresponde asesorar, proponer, alumbrar, señalar,… siempre respetando la voz y el estilo personal del creador. Después de todo, es a la autora, en este caso, a quien los lectores quieren leer.
Sorprendentemente, también hubo acuerdo en cuanto a la estructura que debía adoptar el relato. Yo llevaba en mente libros como The House on Mango Street, de Sandra Cisneros; El libro de los abrazos, de Galeano; Crónicas del salitre, de Emilio González Déniz o Tristeza sobre un caballo blanco, de Alfonso García Ramos. Yaiza aceptó el envite de buen grado. A la prosa medida, el espíritu vivencial de lo narrado, le venía mejor una estructura de textos entrelazados que de biografía al uso. El relato, a la manera de los caleidoscopios, debía mostrarnos a Hupalupa, a Hermógenes Afonso, para acabar logrando una composición de lugar rica en matices, también en tonos claros y oscuros.
Y, aunque hubo correcciones, tachones, discusiones, etc. debo decir que aquí acabó todo mi papel. La maestría a la hora de narrar, el gusto por el detalle, el intenso amor por lo narrado, la exquisitez y delicadeza para contar lo penoso, los juegos con el tiempo y el espacio, los detalles oníricos, etc., todo eso lo puso la autora. El resultado colma con creces, en mi opinión, las expectativas. Estamos ante una biografía personalísima de un hombre que fue mucho más que una figura del independentismo canario. Sus otras dimensiones como escritor, agricultor, activista cultural u hombre de familia salen ahora a la luz. Las sombras que lo afligieron, también. Queda ahora un retrato más fiel de lo que Hupalupa fue para el tiempo que vivió y las personas que lo conocieron. Dos veces le robaron en vida pero ya nadie podrá robarlo de la memoria de sus vivos, de todos nosotros.