«A los canarios con un par de carreteras que les hagan, se entregan enseguida«. Así retrató Xabier Arzalluz los desvelos y actitudes de Coalición Canaria en el Congreso de los diputados, allá por el año 2002.
Desde entonces ha llovido, pero el ademán pedigüeño y los modos lastimeros siguen siendo santo y seña en quienes dominan la política canaria, y no sólo en CC. Ahí siguen con el mantra de la lejanía y la insularidad. Nuestros insignes próceres lloriquean en Madrid y en Bruselas porque estamos «lejos». Que a Canarias lleguen hasta trece millones de visitantes procedentes de todos los rincones de Europa no les parece a ellos contradictorio con la sandez de la lejanía. También se presentan desvalidos por la insularidad, o sea por ser islas. No parece que ser islas preocupe mucho en Malta, Irlanda o Islandia; ser isla ya de por sí parece conllevar la condición de insularidad. En Canarias sin embargo es motivo de alerta.
Otro fetiche es el de la ultraperificidad. Que Canarias quedara enmarcada en las regiones ultraperiféricas de la Unión Europea ha sido una bendición para la clase políticoempresarial, que ha manejado inversiones europeas millonarias con los resultados que todos conocemos: una población empobrecida, una desigualdad galopante, una economía permanentemente subdesarrollada y una dependencia del exterior incluso para alimentarnos que pone en peligro la subsistencia del país. La lluvia de millones con la que diversificarnos en lo económico, con la que dotarnos de recursos propios en lo energético o en lo alimentario, acaba en los grandes oligopolios de la intermediación o la agricultura de exportación. El caso del Posei (ayudas directas agrícolas) es paradigmático: en Canarias la parte del león se la lleva el cultivo platanero, un cultivo nefasto por su altísimo consumo de agua y por estar destinado mayormente a la exportación. Las ayudas, además, van sólo a una pequeña parte de los productores plataneros. Pero la cosa no queda ahí. Resulta que un cultivo inadecuado, mantenido a base de subvenciones europeas, deja cada año miles de toneladas de plátanos tirados a la basura para mantener los precios por un problema de sobreproducción que el sector es incapaz de solucionar.
Era cuestión de tiempo que en Europa se cuadraran. Canarias (junto con Madeira) concentra el grueso de las ayudas a las RUP, cuando otras islas de la UE están mucho más lejos de su metrópoli y en posiciones mucho más desfavorecidas que las nuestras. Además, parece cada vez más difícil de justificar que un Archipiélago con una industria turística potentísima necesite tanta ayuda, sobre todo si esa ayuda termina en el vertedero. Francia ya ha planteado una queja por lo que considera una desigualdad flagrante en el tratamiento de las RUP: sus departamentos de ultramar están mucho más alejados y menos desarrollados que Canarias, pero reciben menos fondos. Todo apunta a que en próximos años las ayudas europeas a este lado del Atlántico se reducirán drásticamente.
Llegado el momento seguramente se redoblaran las lamentaciones, se recrudecerá el victimismo subvencionista y se alertará de males sin tino si nos quitan la paguita. Quizá para entonces nos hayamos convencido ya de que así no podemos seguir y de que el verdadero cambio, no el cambio político en España, sino el cambio profundo que requiere una Canarias con futuro se dará necesariamente contra y a pesar de quienes hoy detentan el poder en las Islas. Veremos.