Desatada ya la campaña electoral, proliferan entrevistas, candidatos bailando y tocando la guitarra, y debates. Debates vacíos, estériles, huecos, abstractos. Si por algo son importantes unas elecciones estatales no es tanto por elegir el gobierno del Estado que nos ha tocado en gracia, sino sobre todo por modelar y determinar la relación de Canarias con ese Estado. Es ahí donde los debates parecen discurrir por el éter, la nada más absoluta.
Que Canarias esté ausente de los debates estatales no sólo es lógico y normal, puesto que Canarias no figura en la idea asumida de España, por mucha banderita rojigualda que hayan puesto ahora de moda. Es que también es indicativo del lugar que ocupa el Archipiélago en el Estado: ninguno. Para eso han servido tantos años de presencia coalicionera en Cortes. Allá se acuerdan de Canarias de repente cuando es para sacar petróleo y llevárselo, que para eso es «de todos los españoles» aunque lo fueran a sacar de aquí. De resto, en Canarias buen tiempo y una hora menos.
Lo que ya no es normal, sino lastimoso y ridículo, es que los debates de los candidatos canarios también se resuman en la inanidad: corrupción, empleo, educación y sanidad, igualdad… No falta sino la paz en el mundo. Todos ellos temas que pueden ser relevantes, pero planteados en abstracto, fundamentados en el aire, válidos para un lugar cualquiera, con unas condiciones cualesquiera. Incluso los más audaces, los que plantean tímidamente conceptos más aventurados como soberanía alimentaria o incluso energética, lo hacen de manera vacua, totalmente alejada de la realidad, sin bajar al terrero de lo concreto.
La conclusión es demoledora: nadie tiene un plan para Canarias. Nadie pregunta quién es responsable de que Canarias genere cantidades astronómicas de dinero al tiempo que sufre los peores índices de pobreza. Nadie pregunta a dónde va ese dinero. Nadie dice que las grandes cadenas hoteleras y los grandes touroperadores tienen que tributar aquí la riqueza que generan aquí. Nadie dice que importamos en torno al 90% de nuestros alimentos, lo que pone en peligro nuestra supervivencia. Nadie dice que son los importadores y cadenas de distribución alimentaria, mayoritariamente foráneas, quienes nos ponen en peligro para enriquecerse. Nadie plantea que o recuperamos la agricultura y el territorio para producir alimentos o nuestros hijos y nietos no saldrán adelante. Nadie plantea que esa recuperación tendrá que ser contra el empresariado canario, emperrado en depredar territorio y construir porque ni aprende ni evoluciona. Nadie dice que el desarrollo de las renovables es crucial, pero sólo si permanece bajo control exclusivamente canario. Nadie dice que esta tierra, con recursos reducidos, soporta no a dos millones, sino a catorce millones de personas anualmente. Nadie pregunta cuánto consume cada turista en territorio, agua, uso de infraestructuras, cuánto contamina, etc para compararlo con los beneficios y dilucidar si la cifra final resulta verdaderamente rentable, no para los hoteleros, sino para todos los canarios.
En definitiva, la realidad está ahí para quien quiera verla. Los datos son de todos conocidos: toda la economía de Canarias está organizada para extraer recursos e invertirlos fuera; el mercado canario está cautivo y a merced de importadores y empresas, muchas con sede fuera de Canarias. Todo está pensado para fomentar que seamos dependientes, para que nuestro consumo engorde los bolsillos de otros, en lugar de revertir en nuestro país, tal y como ocurre en esas economías europeas a las que tanto queremos parecernos. Pero nadie dice que nosotros no somos una economía europea. Nosotros somos una colonia del siglo XXI, disfrazada de otra cosa, pero con la pintura ya corrida y el disfraz hecho jirones. Ninguno de los candidatos canarios quiere verlo. Ninguno tiene un plan para Canarias. Y las llaman las elecciones del cambio.