“¡Qué sitio tan guay!”. Fue lo primero que pensé la primera vez que visité el Centro Comercial Yumbo de Maspalomas. Tenía unos veinte años y viajaba desde Tenerife con mi pareja, cada cual con su respectiva maleta llena de crema solar, bañadores y toallas de propaganda para disfrutar de unas buenas y merecidas vacaciones. En los bolsillos aún conservaba la bolsita de frutos secos que reparte el personal de cabina de Binter cuando ya el avión ha despegado. Siempre pienso que es una molestia que se toma la empresa como recompensa por el mal trago que acabas de pasar. Con las cholas puestas nos bajamos de la guagua que se detiene justo en frente de la entrada del centro comercial. Un enorme cartel luminoso de los años ochenta con su nombre -las instalaciones se inauguraron en octubre de 1982- y su logo, un dinosaurio pariente de la familia de Hiperdino, nos dieron la bienvenida bajo un sol de julio que rajaba las piedras. Mi relación con este edificio y todo lo que significa no había hecho más que empezar.
Constituido como uno de los puntos neurálgicos del turismo en las Islas Canarias, el centro comercial Yumbo contiene más de doscientos establecimientos repartidos en veinte mil metros cuadrados. Entre sus paredes y escaleras conviven empresarios chinos e hindúes que desbordan el espacio con miles de souvenirs, bolsos de playa y camisetas del Real Madrid, con restaurantes que parecen haber aterrizado como ovnis llegados desde Berlín, Londres e Italia con sus menús y decoración. “¿No habrá por aquí una arepera?”, me pregunté. Más tarde comprobamos que la oferta gastronómica del centro, a excepción de un buffet chino, se reduce a lo estrictamente europeo. Miles de turistas alemanes, ingleses, italianos y de otros países del este llenaban las mesas de los restaurantes y regateaban el precio de las imitaciones Louis Vuitton y Gucci que colgaban en los bazares. Y allí estábamos nosotros: en medio de una masa de cuerpos colorados por la imprudente exposición al sol sin protección. Escuchando tantos idiomas yo me sentía una enviada diplomática desde Tenerife a las Naciones Unidas. No tardamos mucho en entender por qué no había más personas canarias allí. Los elevados precios por consumir en restaurantes y el cierto grado de hostilidad que camareros y camareras manifiestan cuando descubren tu procedencia no continental echa pa’atrás a cualquiera. “Duyu wan tu it hiar?” nos preguntaban sin descanso cuando a la hora de almorzar buscábamos una opción apetecible. “No, si somos de aquí”, respondía mi pareja con una sonrisa seguida de un incómodo silencio por parte del camarero en su labor de relaciones públicas. “Debe pensar que no tenemos tanto dinero para permitirnos comer aquí”, le dije después de alejarnos. Y así era porque siempre terminamos comprando el almuerzo en uno de los dos supermercados que hay en el centro para prepararnos la comida en el apartamento y sentir, de algún modo, que también formábamos parte de aquello aunque de otro modo. Porque eso es lo que tiene el Yumbo: estás y no estás en Canarias.
Muchos espacios de ocio turístico reproducen con una gran similitud los contextos y costumbres de origen del visitante para ofrecer comodidad y familiaridad, en este caso puramente europeos. Y por otra parte también suelen verse en territorios no occidentales una oferta de performances exóticas que van desde bailes típicos, costumbres tribales o música autóctona que satisfaga el fetichismo colonial que articula gran parte del turismo global. ¿Y cómo funciona el Yumbo? Su propia página web lo dice: “Al llegar la noche, C.C. Yumbo Centrum se transforma”. Pero ¿a qué se refiere con esta transformación? Para quien no lo sepa -o prefiera dar a entender que no lo sabe- lo que sucede cuando el sol se pone en la masificada Playa del Inglés es un “relevo turístico”. La inmensa mayoría de familias blancas, de clase media alta y heterosexuales que paseaban y consumían durante el día abandonan el edificio y en su lugar aparece progresivamente otro perfil turístico que solo se diferencia del anterior en su inclinación sexual. Cientos de hombres gays europeos son ahora los que pasean y consumen. “Este colectivo comenzó a llegar a C.C. Yumbo Centrum de forma más o menos organizada en la década de los noventa, aunque su presencia es bastante anterior. Predominan los hombres solteros de una edad comprendida entre los 25 y 44 años. Si hablamos de país de procedencia son en primer lugar los británicos seguidos por los alemanes”, se puede leer en la página web oficial del centro comercial. “Ya entiendo por qué hay tanto souvenir con los colores del arcoiris”, pensé mientras recorría con la mirada las estanterías y escaparates de los bazares y tiendas que vendían camisetas, bolsos, toallas, imanes de nevera, chapas y banderas multicolores. Las banderas son un reclamo en el centro. Sobre lo alto de unos mástiles colocados a la entrada ondean varias de distintos países de la Unión Europea y es habitual ver junto a los nombres de restaurantes la bandera del país al que pertenece el menú. Pero no son sólo banderas nacionales las que decoran el Yumbo. “¿Qué significa esa bandera de colores marrones y una huella de oso?”, le preguntaba a mi pareja. “Esa es la de la comunidad bear”. “¿Y esta de franjas azules y negras y un corazón?”. “Si no me equivoco esa es la de los amantes del cuero y el fetichismo”. Yo estaba flipando. ¡Era la ONU Gay! Con mucho entusiasmo, y viendo la cantidad de banderas arcoiris y de otros colores que colgaban de los pubs y bares nocturnos me dirigí muy entusiasmada a uno de los sex shops del centro. “Hola, ¿hablas canario?”, le pregunté al chico que estaba detrás del mostrador rodeado de vitrinas llenas de dildos y juguetes sexuales que en mi vida había visto. “Si, ya llevo viviendo aquí más de veinte años y algo sé”, me dijo antes de reírse con un acento que yo identifiqué como alemán. “Venía buscando una bandera”, “¿Cuál buscas?”, “La bandera trans”. Silencio y perplejidad. Eso fue lo que transmitió su rostro. Me confesó que no sabía a qué bandera me estaba refiriendo y se dirigió a un perchero donde tenía muchas otras colgando. Yo le comenté cuáles eran sus colores pero comprobamos que en medio del arcoiris, las huellas de oso y los corazones amantes del leather no estaba la que yo buscaba. Salí bastante decepcionada y meditativa. Si hay tantas banderas, ¿por qué no está la mía también por ningún lado? Entonces miré a mi alrededor y me vi rodeada de hombres gays -y digo yo que bisexuales- tomando copas a ocho o nueves euros la consumición, actualizando el Grinder en sus móviles y bailando canciones de Abba en los pubs. En nuestro deambular nocturno ahora en la búsqueda de un local con precios asequibles pasamos por delante de una puerta semicerrada y custodiada por un imponente tío de casi dos metros de alto y ropa apretada. “NO QUEENS, NO WOMEN” se leía en un letrero de la entrada. Me quedé un momento inmóvil ante el asombro y el desconcierto que aquel mensaje me producía y que poco a poco se convertía en rabia. “Yo quiero entrar aquí”, le dije en voz alta a mi novio. Él también había leído el cartel y me respondió para tranquilizarme “Vamos a buscar otro sitio” mientras me empujaba levemente con la intención de alejarme de aquella puerta, aquel tío y aquel cartel que todavía me duelen. Esa primera noche supe donde estaba la representación de lo “trans” en el Centro Comercial Yumbo. El ocio nocturno del centro se sustenta fundamentalmente en shows de variedades y transformismo protagonizados por mujeres trans junto a hombres gays “con pluma”, jóvenes y más adultas, canarias y extranjeras, que todas las noches durante trescientos sesenta y cinco días al año realizan a la perfección sus playbacks y actuaciones bajo el calor de los focos. “Son un entretenimiento para ellos”, pensé mientras veía actuar a la imitadora de Shirley Bassey subida a la tarima con un espectacular camisón adornado de plumas anaranjadas moviendo los labios al ritmo de “My Way”. Un español que conocimos aquella noche en uno de esos locales y que presumía de llevar muchos veranos yendo al centro nos dijo que hacía tiempo también hubo un local llevado por y para mujeres lesbianas pero “cerró por falta de clientela”. Aquello me hizo caer en la cuenta de que no sólo sucedía con lo trans. Todo lo que no fuera gay, blanco, europeo y de clase media alta no entraba dentro de la lógica de consumo turístico que funciona en el Yumbo. “Gaypitalismo”, tal y como definió Shangay Lily en Adiós, Chueca. Memorias del gaypitalismo: la creación de la ‘marca gay’ (Akal, 2016), en estado puro. Una reinvención del mercado de consumo que vio a finales del siglo XX un nuevo “nicho” formado mayoritariamente por hombres gays aburguesados y bien acomodados económicamente que ansiaban alcanzar la “normalidad” y que estaban dispuestos a comprar, adquirir y consumir “ocio arcoiris” para incorporarse a la sociedad. Por norma general las lesbianas, bisexuales y trans no tenemos tantos ceros en las tarjetas de crédito como esos abogados, empresarios, políticos y profesionales liberales europeos que encuentran en el Yumbo un “oasis” atlántico que les permita vivir y disfrutar públicamente su orientación sexual. En este “oasis” la libertad se paga a un precio que en Canarias, cuya economía está a años luz de la alemana o la austriaca, no podemos permitirnos. Porque a pesar de los récords estratosféricos que alcanza anualmente el turismo en las Islas la sociedad canaria es una de las más empobrecidas del Estado español, incapaz de acceder y disfrutar con el mismo poder adquisitivo que sus visitantes europeos a estos espacios de ocio como el Yumbo.
En nuestro deambular, ya pasadas las dos de la mañana y con los shows de transformismo finalizados, comprobamos que una de las últimas fases de la noche en el centro se desarrolla en varios locales concentrados en una de las esquinas del edificio. Unas escaleras muy mal iluminadas nos llevaron a este concurrido espacio en forma de “L” donde alemanes, ingleses, italianos y austríacos de todas las edades continúan bebiendo y socializando dentro y fuera de los locales. Tanta gente en un espacio tan ajustado invita al roce entre cuerpos y el juego de miradas, una dinámica muy similar a la que se experimenta en el Carnaval chicharrero. Entre el potaje de idiomas y las canciones que incitaban a bailar con los videoclips puestos en grandes pantallas de televisión yo me sentía en “eurovisión”. Todo lo que sonaba era pop y mayoritariamente protagonizado por Madonna, Village People y Abba. “Cómo me gustaría bailar un poco de salsa o bachata”, pensé mientras veía el videoclip de “Y.M.C.A.” e intentaba seguir la coreografía. Pero sinceramente dudaba que los allí presentes supieran bailar ritmos latinos más allá de alguna canción reggaetonera que sonaba de vez en cuando para intentar subir la temperatura al ambiente invitándonos al perreo. En uno de estas ocasiones, que para mi eran como agüita caída del cielo entre tanta “Isla bonita” y “Dancing queen”, un turista con polo de Ralph Lauren se acercó a donde yo bailaba y empezó a ronearme mientras se tomaba su copa. No me quitaba los ojos de encima. En una de estas se acercó un poco más, me sujetó por la cintura y me preguntó al oído con acento inglés y olor a ginebra “¿Cuánto cobras?”. Mi gesto de extrañeza por su pregunta debió entenderlo como un problema de comunicación porque seguidamente me hizo con disimulo un movimiento de dedos que se entiende por “dinero”. Yo le dije que “no” con la cabeza y salí del local, en busca de mi pareja que hablaba fuera con dos chicos canarios que venían desde Telde y Vecindario. “Un alemán me ha preguntado si soy marroquí”, me dijo y yo le conté lo que había sucedido. No me sentía nada bien. Creo que a nadie le sentaría bien pasar por una situación tan violenta. Sin embargo, la “presunción de prostitución” es algo habitual cuando eres trans y es muy difícil escapar del estereotipo que funciona en los imaginarios colectivos. Y no tiene nada que ver con las mujeres trans profesionales del sexo, puesto que no son ninguna “vergüenza” para el colectivo ni mucho menos. Pero lo que pasó aquella noche me demostró una vez más cuál era el “sitio” que ocupaba en el Yumbo. Con los pies doloridos por los tacones le comenté a mi pareja que quería alejarme de allí, notaba la mirada fija del inglés en mi nuca y necesitaba despejarme. Bajé las escaleras con tanta prisa que tuve que agarrarme a la barandilla para no caer rodando veintidós escalones. Me quité los tacones de segunda mano que traía puestos y caminamos hasta la entrada principal del centro. En los oscuros jardines que hay a sus lados vi de refilón dos siluetas muy próximas detrás de un arbusto. Los pibes de Telde y Vecindarios que habíamos conocido hace un rato pasaron a nuestro lado y antes de continuar su noche en las dunas de la Playa del Inglés nos dijeron que las afueras del edificio es la zona frecuentada por chaperos marroquíes y canarios y por mujeres trans de los barrios de San Bartolomé de Tirajana que también “hacen la calle”. El turismo sexual es otro reclamo del Yumbo y la inmensa mayoría de hombres gays que vienen desde Europa a pasar aquí sus vacaciones lo saben. Para mí es muy significativo que estos cuerpos trans, canarios y migrantes se sitúen en la periferia de este “disney-white-gay-world” que es el centro comercial. Como si no se quisiera “ensuciar” su imagen. Y digo esto porque el sexo entre varones turistas en calidad de consumidores sí se da dentro de locales de cruising, fiestas temáticas y baños públicos del edificio. Sin embargo, el sexo con “chaperos y putas” se reserva a la clandestinidad de los arbustos y los coches aparcados.
En definitiva, lo que he aprendido de las veces que he estado de vacaciones en el Yumbo es que como canaria se me considera de antemano turista con bajo poder adquisitivo y de consumo, lo cual tiene que ver con los precios ajustados al nivel de vida europeo y no al de las islas. Que la transformación nocturna del Yumbo poco de “trans” tiene. Y que tras la apariencia “inclusiva” que encarna su amigable dinosaurio verde se esconden y perpetúan lógicas de poder y violencia como la transfobia, el androcentrismo y el colonialismo. Porque aquella última noche de vacaciones, de vuelta al apartamento con los tacones en la mano, sentí que se habían “corrido en mi cara” como le pasó al investigador y poeta chileno Francisco Godoy Vega quien, en un texto titulado “La economía colonial inconsciente en las cuestiones relativas a la homosexualidad” (2018) para la publicación Devuélvannos el oro. Acciones anticoloniales y cosmovisiones perversas, escribe:
“Yo vine sola, desprotegida / y fui atacada por seis corridas europeas en mi cara / se corrieron en mi boca colón, núñez de balboa, pedro de valdivia y hernán cortés / también la reina católica y letizia me tiraron sus eyaculaciones. / y me reconocí bautizada como sudaca / como indignada sudaca, como india / insisto desde entonces, a escondidas, en poner el profiláctico / al bareback del capitalismo europeo / del histórico colonialismo europeo / del machismo blanco europeo / que no para de sodomizarnos”(1)
En mi caso, me reconocí “bautizada” como canaria, trans y pobre. A la mañana siguiente de camino al aeropuerto de Las Palmas, ya subida en la guagua y viendo el paisaje rocoso del sur de la isla por la ventanilla reflexioné sobre todo lo que había experimentado aquellos días y noches de julio mientras me alejaba de este epicentro mundial del turismo gay. Recordé la introducción de Adiós Chueca donde Shangay Lily se cuestionaba “¿cuándo ha devenido nuestra comunidad esa réplica de la dualidad capitalista en la que unos privilegiados, unas élites reducidas, dominan, gobiernan, dirigen y hablan en nombre de la mayoría oprimida?”. En aquel regreso a Tenerife tenía más dudas y preguntas que respuestas, pero una cosa estaba clara: el Yumbo me había marcado para siempre.
(1) “La economía colonial inconsciente en las cuestiones relativas a la homosexualidad”, el texto mencionado con el que Francisco Godoy Vega participó en la publicación Devuélvannos el oro. Acciones anticoloniales y cosmovisiones perversas, ya está liberado por la editorial Traficantes de Sueños. Enlace para la descarga de la publicación: https://www.traficantes.net/libros/devu%C3%A9lvannos-el-oro
Nota: Este artículo de reflexión fue creado originalmente dentro del marco de «La Teoría Feminista como Análisis de la Intersección de las Opresiones», asignatura impartida por José Antonio Ramos Arteaga en el Máster Universitario en Estudios de Género y Políticas de Igualdad de la ULL