La gente es la caraba: le dan la mano y se cogen el codo. Vivieron por encima de sus posibilidades en tiempos de bonanza y ahora, en plena crisis del sistema, quieren seguir aprovechándose. Desalmados. Hay gente que no paga su piso al banco y se quiere quedar a vivir en él; hay gente que aprovecha los restos de comida en los contenedores para comer gratis; hay gente que reclama una ayuda por no trabajar; gente que se queja por estudiar y cuando el sistema se lo prohíbe también se queja y hasta hay gente desesperada que se suicida para joder la pavana y ocasionar más gasto público: investigaciones, levantamiento de cadáveres, autopsias y molestias al tráfico por el cortejo fúnebre.
También hay gente que a veces se enferma y, en vez de automedicarse y aislarse hasta que el óbito le sobrevenga, va al centro de salud, al hospital, al médico, como si fuese un derecho. Y hay energúmenos insolidarios que están más sanos que una rosa y colapsan los pasillos de nuestros hospitales para aprovechar el menú, los cuidados de las enfermeras, el placer de un sedante y observar, desde una cómoda camilla compartida, a los enfermos de verdad y escuchar sus quejidos.
Hay gente para todo. Son como parásitos que se alimentan de un organismo ajeno: se incrustan en el estado del bienestar, viven a base de engaños y terminan por corromper el sistema que los mantienen vivos.
En Canarias hay, por lo menos, cuatrocientos de estos seres inmorales que, en connivencia con sus familias, han decidido permanecer sanos en las camas de la sanidad pública. Pero Paulino Rivero, que está en todo, los tiene calados. Sobre todo a sus familiares que sabiendo que están sanos los dejan abandonados como perros en el verano. Prefieren no tenerlos en casa dando la paliza, cambiándoles el canal de la tele, demandando un plato de comida, haciéndose los enfermos.
“Tenemos una buena sanidad -comentó el presidente ultraperiférico- pero cuatrocientas personas están en condiciones de irse a su casa y sus familiares no los recogen, bloqueando las camas que hacen faltas para otros pacientes. Es una cuestión cultural”.
No digan que no entran ganas de formar una brigada de enfermos de verdad, presentarse en los pasillos hospitalarios y desahuciar a esos incultos a muletazos limpios. Y eso que son autóctonos porque a los inmigrantes hace tiempo que Paulino les prohibió enfermarse, pero, ni por esas, bajan las listas de espera. Son autóctonos, pero desafectados de la suficiente cultura como para saber que el Gobierno de Canarias tiene una excelsa red de residencias públicas gratuitas y un sinfín de prestaciones y ayudas sociales como para no tener que estar ocupando, como vulgares antisistemas, los pasillos y las camas que les corresponden a los enfermos que tosen, cojean y se infartan verdad.
Y a este hombre ¿no hay ningún familiar ni ningún alma bendita que lo recoja y lo desaloje por estar ocupando un puesto que le queda más ancho que la ropa de brega del Pollito de la Frontera?.