La disminución del ritmo de casos de las últimas semanas pone a Canarias en una situación de alegría compartida por todos (figura 1). Esta situación ha sido posible también por ser consistentemente una de las poblaciones que más ha disminuido su movilidad diaria en el Estado (Análisis de la movilidad en España durante el Estado de Alarma para el 8 de abril. Ministerio de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana). Crecimientos tan bajos hacen esperar que las islas evolucionen a un escenario de supresión-contención de la enfermedad.
Sin embargo, cabe recordar que el escenario de supresión es habitualmente el más complejo de una epidemia. Lo vemos con el brote de Ébola en la República Democrática del Congo, donde hace 3 días se diagnosticó un nuevo caso después de más de un mes. También con los esfuerzos para erradicar la polio en el mundo o eliminar el sarampión de la Región Europea. Este escenario frustra a las poblaciones que la sufren y los profesionales que intentan controlarla, con el consecuente riesgo de bajar la guardia.
Las enfermedades que he señalado antes tienen una situación epidemiológica distinta a COVID-19: en esta última hay un riesgo importante de reentrada de casos. En un contexto de pandemia (figura 2), y tal y como está sucediendo actualmente en China, las fronteras nacionales pueden ayudar a despistarnos.
Figura 2. Casos confirmados de COVID-19 por 100.000 habitantes, por cada país. Fuente: Elaboración propia, a partir de los datos del European Centre for Disease Prevention and Control.
Tanto una “supresión interna”, como una “contención externa”, no vendrán caídas del cielo, sino que será clave la vigilancia epidemiológica de casos confirmados y sus contactos estrechos. Esta vigilancia ha funcionado muy bien en Canarias: prueba numérica de ello es que, habiendo tenido el primer caso importado del Estado, han sido una de las últimas en tener transmisión comunitaria. No obstante, es difícil que no ponga en tensión unos Servicios de Salud Pública pírricamente financiados, con un volumen muy pequeño de profesionales. ¿Cuánto de prioridad ha tenido el control de la tuberculosis, la sífilis o el VIH en nuestras poblaciones?
No debemos olvidar que los recortes sanitarios, y esa inanición del Estado que hemos mantenido en nuestro contrato social aquí y allí, se han notado más en aspectos poco visibles para la ciudadanía. La inversión en Salud Pública, ya baja históricamente, se ha visto aún más afectada que su compañera la Atención Primaria, y ésta más que la Atención Hospitalaria (figuras 3 y 4). Este trasvase responde a un modelo de Estado que hemos aceptado implícitamente como sociedad durante décadas, y cuyos resultados son enormemente complejos de revertir en pocos meses, aunque debamos intentarlo.
Uno de esos intentos por reforzar el sistema de vigilancia proviene de la encuesta de seroprevalencia. Esta encuesta, que organiza el Centro Nacional de Epidemiología, nos informará de cómo ha incidido la enfermedad en cada parte del Estado, la importancia proporcional de la población infectada asintomática, así como el ritmo de inmunización posterior de la cohorte de estudio. En Canarias, los datos de letalidad nos apuntan que la infraestimación de la población infectada ha sido considerablemente menor. Mientras en la Comunidad de Madrid alcanza hoy una letalidad del 14%, en Canarias es del 5,1% (figura 5). Esto no debe hacernos entender que sea menos letal en la población canaria, sino que en las islas se ha restringido menos el acceso a la confirmación de los casos posibles en comparación a otros territorios.
Si esa encuesta de seroprevalencia confirma que el impacto de la enfermedad ha sido menor en la población canaria, esta alegría puede ser en parte también motivo de precaución. Es imposible adivinar el futuro, como comentarán certeramente muchos colegas, aunque sí intentar aplicar lo que conocemos para contemplar escenarios: hay que prever futuras ondas epidémicas, como sucedió en la gripe de 1918 y dada la estacionalidad conocida en la subfamilia coronavirus (figura 6). De esto ya ha alertado Lluis Serra Majem, comentando certeramente la necesidad de tener una altísima cobertura vacunal de gripe en grupos de riesgo la próxima campaña, dado el riesgo de que ambas ondas epidémicas puedan coincidir en el tiempo. En ese contexto, y a falta de vacuna, tratamiento efectivo o aprendizajes clave sobre COVID-19, la necesidad de reconfinamientos podría existir en el futuro.
Por ello, perder actualmente “músculo económico” tomando las mismas medidas epidemiológicas en el conjunto de las islas resulta, en mi humilde y pequeña opinión, un error. Si pensamos en la construcción de un pensamiento colectivo y solidario entre islas, este debería venir en forma de posibles redistribuciones de pacientes, materiales y personal ante posibles escenarios desiguales. De lo contrario, estaríamos despreciando una ventaja natural de tener un territorio físicamente fragmentado, con 8 situaciones epidemiológicas distintas. Esta diferenciación interinsular también debe existir hacia el resto del Estado. Tal vez todavía sea temprano para ello, aunque aprovechar ese valor debe ser un objetivo claro a alcanzar en el futuro próximo.
* El autor es Francisco Rodríguez Cabrera, Egresado en Medicina por la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria. Actualmente, es residente de Medicina Preventiva y Salud Pública del Centro Nacional de Epidemiología (Instituto de Salud Carlos III).