Con esta imagen –nada casual- nos recibe el tinerfeño Museo de la Naturaleza y el Hombre cuando trata de explicar a los visitantes los orígenes de la población indígena canaria. Confieso que jamás vi nada igual en ningún museo canario dedicado a estos asuntos.
A mayor abundamiento, aquí les dejo unos textos copiados literalmente de unos paneles no demasiado lejos del mosaico dichoso. El primero de ellos lleva por título “Canarias y Roma”, lo cual no deja de ser toda una declaración de intenciones, a mi juicio.
“Plinio el Viejo (s.I D.C.) cita a las islas a partir de una expedición de Juba II, rey de Mauritania, pero será Arnobio (s.IV D.C.) quien les proporcionó su nombre actual, Islas Canarias, frente a la denominación mítica de Islas de los Bienaventurados. La presencia de los romanos en Canarias se atestigua a través de múltiples hallazgos submarinos y yacimientos terrestres (El Rubicón y El Bebedero, Lanzarote)”.
Y sigue otro panel titulado “Canarias hacia el olvido”:
“A partir del siglo IV D.C., la pérdida definitiva de hegemonía romana en el occidente peninsular y africano trajo consigo el abandono de las islas: ya no dependieron más de un poder exterior y sus habitantes se vieron abocados a restructurar su vida política y social desde el aislamiento. A partir de ese momento surgieron lo que se ha llamado culturas canarias”. (Las cursivas son originales)
Venimos del olvido, por lo visto. Los romanos nos dejaron en estas islas olvidados después de haber trabajado tanto y tan duramente para ellos y, mientras tanto, hasta que llegaron los castellanos, nos dedicamos a olvidar todos los avances de la civilización romana para, en doble pirueta y salto mortal hacia atrás volver al Neolítico en que nos encontraron nuestros ibéricos rescatadores del olvido. Después de este baño de “teoría” del poblamiento feno-púnico de las islas, quedo con gesto grave, cual Cicerón en el Tagoror, digo, el Senado. A mi lado, una monitora urge a unos chinijos de unos seis años a que encuentren rápidamente el Guatimac. Les confieso que pensaba que nada peor me iba a suceder durante la visita al Museo pero todavía me aguardaba la joya de la corona: el tránsito por el Aula Didáctica. Disculpen la mala calidad de la foto. Observen cómo en el material se invita a los pibes a “conocer la Historia de nuestros antepasados”. ¡Qué mejor para ello que hacer un puzzle titulado “La guerra entre guanches”! (Ver esquina superior izquierda)
Nadie piensa que las sociedades indígenas fueran la Arcadia –bueno, a lo mejor, sí, puestos a imaginar antepasados con más caché que los amazigh- pero de ahí a que la única escena bélica que uno encuentra en todo el Museo sea precisamente una guerra entre guanches y no entre guanches y castellanos… Se ve que los guanches no aprendieron nada de la “Pax Romana”. Habrá que seguir investigando. Con suerte aparecen dentro de no mucho unos grabados feno-púnicos que nos lo expliquen todo. Vale.