Los protagonistas de la entrega de hoy son hombres y mujeres casi anónimos, cuyos nombres acaso sólo perduran en los documentos de los navíos en los que fueron embarcados a América, prácticamente como mercancía y en las publicaciones de algunos historiadores. No fueron héroes sino padres y madres de familia a los que el interés de Estado los colocó en lugares extraños y ante fatales vicisitudes sin que la sociedad canaria actual haya reconocido suficientemente ese sacrificio de sus antepasados. Entre tanta visión idealizada de la emigración canaria, prácticamente ceñida a la emigración a Venezuela durante el siglo XX, se va abriendo paso un conocimiento más exacto y fidedigno de aquella enorme epopeya humana que, en tantas ocasiones, adquirió tintes trágicos.
Los canarios fuimos moneda de cambio debido a los intereses de la metrópoli de hacer prevalecer Sevilla, su puerto y su Casa de Contratación, como los principales beneficiarios del comercio entre Europa y América. Así, en virtud de la Real Cédula de 25 de mayo de 1678, se sometió a los canarios a una incruenta regulación, conocida entre los historiadores como el “tributo en sangre”, que estipulaba que se debía enviar a cinco familias de cinco miembros por cada cien toneladas que se exportasen desde las islas. Éste era el precio que había que pagar si no se quería depender de Sevilla para comerciar con América. Se buscaba de esta manera, además de dar otra vuelta de tuerca al dominio colonial sobre las islas, poblar zonas inhóspitas que pudieran caer en manos de otras potencias como Inglaterra, Francia o, más tarde, México. Fruto de esta política de trasplante forzoso, se estima que en torno a quince mil canarios se vieron obligados a emigrar a lugares como la actual República Dominicana, Puerto Rico, Texas, Louisiana (EE.UU.), Campeche (México) o Cumaná (Venezuela). Casi un siglo más tarde, en 1778, el librecambismo se abre paso en España, permitiendo el libre comercio con América desde todos los puertos de España y Canarias.
Cabe preguntarse cómo hubiera sido la historia de nuestras islas si ese enorme contingente humano no se hubiera visto obligado a emigrar y dedicar los mejores de sus esfuerzos a tierras extranjeras. Quizás, Canarias hubiera llegado a tiempo al tren de la Modernidad, algo que sólo hicieron sus élites, dejando al país en el más puro abandono material e intelectual. En todo caso, lo que reivindicamos incluyendo este episodio en nuestra serie es su reconocimiento, la necesaria asunción de este hecho histórico como un elemento constitutivo más de nuestro presente y que bien merecería su divulgación, más allá de historiadores y aficionados.
P.S: Aquí les dejo un dato curioso. No crean que los canarios trasplantados albergaron ningún rencor contra la Corona española o contra España por un trato tan denigrante. Al contrario, como buenos perros agradecidos con sus amos, siempre irradiaron sentimiento español allá donde estuvieran. Si no lo creen, aquí comparto este comentario del estudioso Armando Curbelo Fuentes en su libro Asentamientos canarios en EE.UU, Ediciones Idea, 2011.
“Los descendientes de los primitivos colonos canarios, fundadores de San Antonio, siempre se habían considerado españoles, a pesar de haber nacido en estas tierras. No eran como tantos descendientes de emigrantes, que, por haber nacido en ese país, siempre se han sentido más americanos, como ellos se llaman. Esta acta de independencia [ la mexicana, de 1821] les desgarró el alma. Sentían, como manifestaron muchos de ellos cuando nos reunimos para comentar los acontecimientos, como si algo se les hubiera roto en su interior, sentían algo que no se podía explicar. Entre miedo, inseguridad. Todo se vino debajo de repente, al romperse el único vínculo que les unía a la madre patria, pero había que seguir adelante” (p.198)
P.S2: Si quieren “deleitarse” con una visión edulcorada del asunto, aquí comparto el capítulo dedicado a esta cuestión en la serie de dibujos animados Historia de Canarias (5:00)