Madrid me recibe a la vuelta de Bruselas con nieve. Sin embargo, el aluvión de emociones tan positivas que me traigo en el equipaje, tras haber asistido al primer paso de la comunidad canaria en Bruselas hace que hasta el tiempo me dé igual. Lo que no me deja indiferente es tropezarme con la noticia de que un ochenta por ciento de los canarios no lee nunca la prensa. Son unos datos preocupantes, que nos devuelven la imagen de un país indiferente, escasamente preocupado por su acontecer cotidiano. La prensa canaria no me parece buena, ni la de papel ni la digital. Tampoco es que la española raye a mucha altura. Hablo, escribo, con el conocimiento de causa de quien la lee todos los días. Y no sólo leo la de mi isla, por cierto, un ejercicio que recomiendo a todos los canarios hasta que no tengamos medios de comunicación verdaderamente archipielágicos. Dejo aparte lo escasamente independientes que son los medios canarios. Presumo de conocer periodistas independientes –algunos hasta son independentistas- que representan lo mejor de su profesión, pero hasta un niño de cinco años puede dividir los medios canarios, todos, en función de sus apoyos a cada una de las tres grandes fuerzas políticas, CC, PSOE y PP. La calidad de la democracia de un país donde no hay medios independientes se degrada enormemente y justo eso pasa en Canarias, amén de otras cosas. En cualquier caso, hechas estas consideraciones, aun así, el que ocho de cada diez canarios no lea nunca la prensa me parece una catástrofe. Revela que la población ha perdido el interés en tomarle el pulso a una realidad cambiante, compleja, que requiere de mucha información y, sobre todo, criterio para poder enfrentarse a ella, cuánto más para poder transformarla. Con porcentajes así, nunca daremos el salto desde la opinión publicada a la opinión pública. Aunque, a lo mejor interesa que así sea.