Los dragos rodean desde anteayer a Javier Fernández Quesada. Su nombre, su memoria quedarán ya para siempre unidos a nuestro árbol milenario. Según contó su madre, le encantaban los dragos. Ahora estará para siempre entre ellos. Vendrán los niños y jugarán en el parque que ahora lleva su nombre; las parejas se prometerán amor eterno cerca del monolito que lo recuerda; los mayores se sentarán a ver cambiar las estaciones; estudiantes apurados hojearán por última vez los apuntes antes de ir a clase, subiendo por las escaleras donde un guardia civil, hace treinta años, asesinó a aquel joven estudiante. Pasarán los años, nosotros moriremos y quedará su nombre, como permanente seña de la vida que debemos a Javier, junto a unos dragos que nos sobrevivirán a todos.