Publicado originalmente el 28 de julio de 2018
Se llama Pablo González Batista. Lo encuentro el martes 17 de julio presentando Hoy por hoy (minuto 05:20), programa matutino de una conocida radio española. Ahora sesea, ahora aspira las eses, ahora no, ahora sí, después otra vez no, y así todo el rato. Resulta penoso escucharlo. Penoso y descorazonador. Inmediatamente queda claro que Pablo González Batista, periodista radiofónico, tiene un problema: malgasta sus energías en imitar (mal) un dialecto que no es el suyo. Tras una breve búsqueda encuentro su ficha profesional en RTVE. Empieza así: “soy canario”.
Esaú Hernández también es periodista y canario. También tiene otro rasgo en común con su compañero González Batista: imita el castellano. Antes de seguir, aclaro que no hay necesidad de envenenarse: esto no es ni puede verse como un ataque personal absolutamente contra nadie. Hernández y González Batista son sólo dos ejemplos aleatorios de los muchos que se dan todos los días de todas las semanas de todos los meses en numerosos periodistas y profesionales canarios de todo tipo que tengan en la lengua una herramienta de trabajo. No tengo absolutamente nada que reprocharles como profesionales. Lo que cuestiono –y rechazo– es que se asuma como normalidad forzar las eses de manera estúpida en televisión y radio, imitar el acento de Valladolid o recurrir a la expresión escrita castellana.
Las preguntas que quiero plantear abiertamente a tanto imitador son: ¿qué ventaja creen conseguir emulando el castellano? ¿Por qué decir “no lo veis” es mejor que “no lo ven”? ¿Qué es lo que lleva a periodistas interesantes y prometedores a someterse al ridículo absurdo de ponerse a imitar el español mesetario? Las posibles imposiciones del cliente o empleador pueden explicar algunas de las situaciones, pero no todas. Por eso me parece ineludible plantear el concepto de racismo cultural [2].
Todos los pueblos que han sufrido colonialismo, y el canario ocupa ahí su lugar, se han visto sujetos a un proceso de inferiorización necesario para hacer prevalecer la idea jerárquica de superioridad de los colonizadores, ya que “lógicamente no es posible someter a la servidumbre a los hombres sin inferiorizarlos” [3]. Esa servidumbre, esa inseguridad inducida, ese complejo de inferioridad se consiguen mediante un racismo cultural más o menos encubierto, que en el caso canario hoy tiene una de sus manifestaciones más visibles en la estigmatización de la modalidad canaria del español.
La inferiorización pasa necesariamente por promover e imponer la modalidad castellana como variedad prestigiada y superior. La modalidad canaria, toda nuestra cultura, es inferior, sencillamente. Poco legítima. Este racismo cultural lo sufrimos a diario en la escuela, a veces de manera brutal, a veces de manera más insidiosa; en los medios de comunicación de manera igualmente brutal o sibilina, y en cantidad de situaciones más o menos cotidianas de inferiorización. Desde la ausencia de modalidades no castellanas en la televisión española, pasando por el indignante pastiche que usan en sus locuciones las televisiones con programación canaria, la denigración constante del español de Canarias que practica esa desgracia que es el programa “En clave de ja”, hasta escuelas de actores y actrices de Madrid que “neutralizan y corrigen acentos al castellano”, específicamente el canario o el andaluz. No enseñan habla castellana para interpretar en los escenarios. Corrigen y neutralizan acentos. Racismo cultural en toda su miseria.
A este desprecio constante se añade que el español de Canarias es uno de los elementos que más nos diferencia, uno de nuestros principales rasgos definitorios. Basta abrir la boca para que nos cojan al vuelo: no somos hablantes castellanos. Para escapar al estigma, para contrarrestar esa inferiorización constante que hemos acabado por identificar con casi todo lo que nos diferencie, muchos canarios se dedican a emular el castellano para tratar de igualarse, para no quedar en evidencia y reclamar algo de ese prestigio que el centralismo reserva sólo para sí. Confrontados con el problema –dígase claro: imitar un dialecto ajeno es un problema– lo solemos negar. Huimos de él alegando una pretendida libertad de hablar como nos dé la gana o invocando una supuesta evolución del idioma que no resiste un somero análisis lingüístico de la realidad del español.
Sí. Expongo y mantengo que seguimos sometidos a un sistema racista no biológico que socava nuestra expresión cultural y coarta todo desarrollo cultural digno de ese nombre. Los pocos ejemplos de lo contrario son excepciones heroicas a la regla. El vosotrismo y la castellanización forzada que tantos canarios han asimilado como formas de expresión son sólo una de las múltiples manifestaciones de la erosión. Nada hay tan íntimo para la persona como su forma de hablar. Si asumimos como inadecuada hasta la manera en que dialogamos internamente con nosotros mismos, nos estamos rechazando. Nos autonegamos. Y quien se autoniega no puede considerarse psicológicamente sano.
Dice Humberto Hernández, presidente de la Academia canaria de la lengua, que “hay que eliminar ese complejo de que nuestra modalidad lingüística es inferior”. Aplaudo la labor de la ACL, pero con semejante tibieza en los planteamientos se reduce ella misma a la inocuidad. ¿Cómo cree Humberto Hernández que podremos eliminar nada si hasta la propia Academia se limita a deplorar el síntoma tímidamente, frente a periodistas, cultura, radio y televisión vehiculando la inferiorización y con el sistema educativo en la inopia? La Academia y todos hemos de perder de una vez el miedo. Hay que atacar no el síntoma, sino la raíz del problema sin miedo a polemizar, a llamar las cosas por su nombre. Porque la raíz del problema está en el sistema de racismo cultural encubierto en el que continuamos insertos. Mientras no empecemos por señalar, analizar, debatir y discutir la discriminación cotidiana del español de Canarias, expresión del racismo cultural, ya podemos clamar y lamentarnos que no estaremos sino poniendo paños calientes.
[1] FRANTZ FANON: Piel megra, máscaras blancas
[2] ÁNGEL SÁNCHEZ: «Una lectura canaria de Frantz Fanon», en Ensayos sobre cultura canaria
[3] FRANTZ FANON: Los condenados de la tierra