Publicado originalmente el 28 de marzo de 2013
La Real Academia Española y la Fundéu BBVA, Quijote y Sancho Panza, se presentan ante todos como instituciones o iniciativas culturales que velan por el desarrollo y buen uso de la lengua española. Lo cierto, sin embargo, es que les importa poco la buena salud del idioma, por un lado, y que son entes de corte más económico y político que lingüístico, por otro.
Que la fortaleza del idioma español no está entre sus objetivos resulta obvio por la promoción descarada que realizan de una variedad del idioma, la castellana, por encima de las otras. Sus académicos se cansan de repetir en entrevistas que todas las variedades del idioma son igualmente correctas y válidas, pero su trabajo los desmiente: en sus textos a menudo se priorizan usos castellanos frente a los de otras variedades, hasta el punto de llegar a considerar correctos usos erróneos, infrecuentes, pero habituales en el habla castellana, caso del leísmo. Encima, de manera subrepticia, la RAE, con su fiel escudero la Fundéu, se arroga el papel de policía del idioma, cuando no tiene potestad ninguna sobre las normas de la lengua, que no son de la RAE ni de nadie más que de todos los hablantes del español en todo el mundo. La academia carece de capacidad normativa, y meramente recoge los cambios que los hablantes consideramos oportuno incorporar al español. Pero se ha extendido la especie de que «si no está en el DRAE, es incorrecto», cosa tan absurda como pretender incluir en un par de volúmenes todo el saber científico, y considerar erróneo lo que no quepa.
Ese empeño de prestigiar única y exclusivamente la variedad castellana del español tiene hoy, además, un potente argumento económico. Al estilo del inglés, la enseñanza y difusión del español es un negocio muy rentable que las corporaciones españolas tratan de controlar y asegurarse (no hay más que ver la vinculación del Grupo Planeta, la Fundación Telefónica o BBVA con la RAE y la Fundéu), y qué mejor manera que convencer a los potenciales estudiantes de que aprender la norma canaria, uruguaya o murciana es exponerse al ridículo de hablar «con acento», de aprender una variedad poco prestigiosa… Aprenda usted español de verdad en Madrid, Santander o Salamanca. Y así de paso se deja allí las perras.
Si hubiera visión y nos sacudiéramos los complejos, Canarias encontraría un filón en la enseñanza del español, ya que la variedad canaria, constituida en habla central (lo contrario de ultraperiferia), es la que mejor funciona a ambos lados del Atlántico, argumento que, aparejado a la perspectiva de estudiar en el archipiélago, podría ser un atractivo casi imbatible a los ojos de millones de estudiantes de español.
Y como la economía rara vez aparece separada de la política, nos encontramos con que la RAE y sus satélites se constituyen también en agentes de propagación de una determinada forma de ver las cosas, que curiosamente coincide a grandes rasgos con la perspectiva de las grandes corporaciones españolas y del gobierno y los medios españoles. Vean si no el zaperoco que tienen montado ahora con el uso de las mayúsculas y minúsculas: según la Fundéu, Islas Cook, Islas Marshall e Islas Salomón se escribe con mayúsculas porque la palabra «islas» forma parte del nombre de un país; sin embargo, islas Canarias va ahora en minúscula, aunque cuadre perfectamente en la definición de la RAE de «país» y de «nación«. Y sí, Islas Cook goza de amplia autonomía, pero depende de Nueva Zelanda; otro tanto se puede decir de Islas Marshall con Estados Unidos. ¿A qué se refiere entonces la Fundéu con «país»?
Por su lado, viene a decir la RAE que Islas Canarias no es nombre propio (!), conque va la primera en minúscula, y que el adjetivo «Canarias» no se deriva de un topónimo, aunque sobren mapas antiguos que contradicen a la docta institución.
Como ven, los argumentos distan mucho de ser lingüísticos. Tampoco son neutrales. Son política pura, cálculo economicista, además de necesariamente subjetivos, opinables y por tanto interpretables y rebatibles. Es decir, no constituyen norma. Escriba usted Islas Canarias con mayúscula tranquilamente, no se sienta pues obligado a nada por la RAE, utilice su criterio para discernir si le conviene o no lo que la academia dictamina en cada caso, recuerde que las normas del español son un patrimonio que construimos todos los hablantes, no el producto de sesudos trabajos académicos, olvídese de la falsa neutralidad y de los argumentos pretendidamente apolíticos, aproveche el excelente servicio de consultas y el diccionario de la Academia canaria de la lengua, y sobretodo ríase la próxima vez que escuche: «eso no está en el diccionario de la RAE».