La cuestión que queremos abordar es la de la negación sistemática del racismo sistémico por los defensores del nacionalismo identitario y conservador.
El racismo sistémico, una larga historia en Canadá y en Quebec
La ley de Indios de 1876, que confinó en reservas a la población indígena de Canadá y de Quebec, es un sistema vergonzoso de apartheid que perpetúa la relación colonial impuesta a sus componentes. Este racismo hacia la gente indígena es institucional, político, social y económico. Y el Estado canadiense ha mantenido esta relación colonial con las Primeras Naciones hasta el día de hoy. Ha tenido efectos negativos devastadores a lo largo de la vida de los pueblos originarios.
Frente a Quebec, el Estado canadiense sigue negándose a reconocer su derecho de autodeterminación y ha practicado políticas encaminadas a favorecer su minorización social y política y su asimilación. Las políticas de inmigración del Estado federal se caracterizan por las discriminaciones, las expulsiones y la negativa a regularizar a numerosos indocumentados. La hipocresía federal es odiosa, pero los nacionalistas conservadores de Quebec dejan el campo libre a sus maniobras y sus posicionamientos, negándose a reconocer la existencia del racismo sistémico.
El racismo sistémico, su realidad comprobada y su extensión a la sociedad entera
Este racismo se manifiesta en las discriminaciones en la contratación laboral, en la promoción profesional, en el alquiler de viviendas, así como en las relaciones con los servicios públicos (sanidad, educación, protección de la infancia), en las relaciones con el sistema judicial y la policía. En el sector hospitalario, la comisión Viens sobre las relaciones entre indígenas y los servicios públicos, ha constatado la existencia de discriminaciones sistémicas de que son víctimas los pueblos indígenas. El informe de la investigación sobre las mujeres y niñas indígenas desaparecidas o asesinadas es muy elocuente en este sentido. El perfil racial del racismo sistémico también ha sido denunciado en un informe de Marie-Michèle Sioui/1, que constata que desde 2015 se han abierto 200 instrucciones penales contra policías a raíz de sendas denuncias de personas indígenas. Los testimonios de mujeres indígenas de Val d’Or sobre el acoso policial habían causado ya un gran escándalo.
Sin embargo, este racismo sistémico no se dirige únicamente contra las Primeras Naciones, sino también contra las minorías raciales y etnoculturales. Las personas inmigrantes son víctimas de una serie de discriminaciones económicas: tasa de paro más elevada, salarios más bajos, infracualificación en el empleo, no reconocimiento de los títulos… Si añadimos la ausencia de derechos políticos y una representación muy baja en los medios y en diferentes puestos de responsabilidad, está claro que las personas inmigrantes figuran como gente de segunda clase. Y cuando estas discriminaciones siguen aplicándose una vez estas personas han sido reconocidas como ciudadanas canadienses, así como a sus hijos e hijas, está claro que la vida en común no tiene lugar más que sobre una base no igualitaria.
Para comprender el fenómeno del racismo sistémico hay que saber escuchar a las personas que viven esta realidad. Así, no es extraño que en la primavera de 2016 una amplia coalición de personas preocupadas por el problema quisiera llamar la atención sobre las discriminaciones que les afectan y el racismo de que son víctimas. Propusieron la creación de una comisión en respuesta a una demanda de numerosos grupos de la sociedad civil atentos a estos problemas. Esta demanda partía del postulado de que las personas racializadas que se ven directamente afectadas desempeñan un papel importante en la movilización ciudadana necesaria para cambiar realmente las prácticas de las instituciones, las empresas y las personas que trabajan en ellas y en la elaboración de soluciones que les parecen imprescindibles para superar la situación.
Pretendiendo conocer bien la realidad del problema y las soluciones, el Parti Québecois (PQ) rechazó la constitución de esta comisión y solicitó al entonces gobierno liberal de Philippe Couillard que anulara su decisión de convocarla. Alegó en aquella ocasión que defender su constitución equivalía a afirmar que el conjunto de la población quebequesa era racista. El PQ y la Coalition Avenir Québec (CAQ) han recalcado este discurso día tras día con la esperanza de consolidar sus bases electorales con tesis chovinistas.
Esta actitud irresponsable de los dirigentes pequistas y caquistas se plasmó en diversos episodios, en particular en relación con la llegada de personas refugiadas de Haití procedentes de Estados Unidos. Esos partidos deploraron que las fronteras canadienses fueran unos coladeros. El líder de la CAQ incluso puso en duda que las personas que se presentaban en la frontera canadiense fueran realmente solicitantes de asilo… Este episodio explica sin duda, en gran parte, su terquedad actual a la hora de negarse a reconocer la existencia del racismo sistémico.
La negación del racismo sistémico por el primer ministro Legault y los nacionalistas conservadores
El primer ministro [de Quebec] François Legault se niega todavía hoy a reconocer el racismo sistémico. Dice que se opone “a que se acuse a los quebequeses y quebequesas, un pueblo abierto al que no gusta la discriminación. Hay quien se toma esta expresión como una ofensa al pueblo quebequés. Otros piensan que no existe ningún racismo sistémico y los hay que piensan lo contrario.”
Y en esto le sigue fielmente la viceprimera ministra Genevière Guilbault, así como diversos miembros del consejo de ministros e incluso la presidencia del grupo de trabajo contra el racismo, creado por el gobierno, en las personas de Nadine Girault y Lionel Carmant. Hasta el nuevo ministro responsable de Asuntos Indígenas de Quebec, Ian Lafrenière, secunda al primer ministro en su negacionismo. No obstante, no solo se trata de una guerra de palabras, de lo contrario se acabaría rápidamente. Se trata de la negativa a hacer suyo el diagnóstico formulado por las personas que viven la opresión racista y a reconocer de una vez que no estamos ante comportamientos individuales impropios, sino que es el conjunto de la sociedad y de sus instituciones quienes deben repensar sus relaciones con las personas que viven el racismo sistémico.
El PQ también es inconsecuente en esta cuestión. El nuevo jefe, Paul St-Pierre Plamondon, sigue la orientación de Legault. La mayoría de los candidatos a la jefatura (con excepción de Sylvain Gaudreault) del PQ se negaron asimismo a hablar de racismo sistémico. El grupo parlamentario del PQ está dividido en torno a esta cuestión según el eje izquierda/derecha.
La derecha nacionalista se instala obstinadamente en la negativa a reconocer esta realidad. Mario Dumont lo hace en nombre de la resistencia a la izquierda multiculturalista, porque este reconocimiento abriría la puerta al cuestionamiento de la ley 101 y la voluntad de imponer la lengua francesa a los recién llegados. Apoya el enroque del primer ministro en su negación del racismo sistémico porque no hay que dar armas a los multiculturalistas/2. Joseph Facal entona la misma cantinela. Quienes afirman la existencia del racismo sistémico, escribe, son los mismos que cuestionan la laicidad y las políticas inmigratorias de Quebec/3. Jean-François Lisée habla de “la iglesia orwelliana del racismo sistémico”/4. De hecho, esta cerrazón muestra la incapacidad de reconocer lo que numerosos ciudadanos y ciudadanas de Quebec viven como indígenas o miembros de minorías etnoculturales. Este negacionismo expresa la negativa a reconocer que la experiencia de los grupos racializados es diferente de la de un grupo dominante. Incluso si este último está sometido a su vez a una dominación en el Estado canadiense.
Los fundamentos de la negativa a reconocer la realidad del racismo sistémico
La CAQ ha jugado y sigue jugando la carta identitaria para generar una renta electoral alimentando el chovinismo y la xenofobia. Este partido ha retomado temas islamofóbicos con su ley sobre la laicidad. El examen de valores propuesto para las personas que quieran inmigrar en Quebec por parte de Legault es un claro ejemplo de este planteamiento. Toda la demagogia sobre los umbrales de inmigración apunta en la misma dirección. Se presenta el multiculturalismo como la fuente de todos los peligros y se rechaza todo planteamiento de acomodos razonables. Además, para esta derecha nacionalista, la sociedad quebequesa peca de un exceso de pluralismo. Claro que el nacionalismo conservador al estilo de Legault es un subproducto de las derrotas en los referendos sobre la soberanía. Este es todo el proyecto de la CAQ: presentar un partido pretendidamente nacionalista de supervivencia aceptando al mismo tiempo la dominación de las instituciones del federalismo canadiense sobre Quebec.
Básicamente hay dos maneras de abordar la cuestión de la identidad. La primera se basa en un paradigma esencialista. Desde esta óptica, la persona quebequesa tiene una serie de características, de valores compartidos que definen su ser social: es quebequesa o no es quebequesa. Este enfoque puede descansar sobre una base puramente étnica, el ser quebequés es esencialmente una herencia étnica de origen canadiense-francés. Los verdaderos quebequeses son los quebequeses de casta. Se trata en este caso de un verdadero etnicismo. Sin embargo, un enfoque esencialista también puede defender que toda persona que lo desee puede adoptar esos rasgos, asimilarlos y unirse así al tronco común quebequés. Para ello ha de saber aprender su lengua, su cultura y actuar como quebequesa para hacer de esta identidad su identidad esencial, en suma, integrarse en la nación, por no decir asimilarse en ella. Por eso podemos decir que la lógica de la integración tiene un sustrato esencialista. En esta lógica, el buen inmigrante es educado y demuestra permanentemente su lealtad a la cultura quebequesa. Olvida o rechaza su identidad nacional de ayer y mantiene la discreción y una buena dosis de invisibilidad. En esta situación, no debe exigir acomodos, por muy razonables que sean. Este nacionalismo identitario y conservador sirve ante todo para generar una base electoral, menospreciando la división de la mayoría popular en Quebec.
El combate independentista solo puede ser un combate internacionalista y antirracista
Para la izquierda internacionalista, la identidad ha de definirse a partir de un paradigma materialista e histórico. La nación, su identidad y su cultura son construcciones históricas. Se hallan en constante evolución. Las olas de inmigración y las luchas sociales atraviesan la nación y redefinen radicalmente su realidad, sus relaciones sociales y sus valores. Las relaciones entre hombres y mujeres en el pasado de la sociedad canadiense-francesa no tienen nada que ver con las relaciones vividas en la sociedad quebequesa contemporánea. El movimiento de las mujeres ha pasado por ahí.
No es una relación ahistórica con valores definidos por esencia como quebequés o quebequesa la que plantea la necesidad de una relación de igualdad. Una relación que por cierto solo ha cristalizado parcialmente. Continúan las luchas que acabarán redefiniendo esta relación. En nuestro combate contra la pandemia de covid-19, las trabajadoras racializadas han hecho una contribución importante. Se han desarrollado fuertes sentimientos de solidaridad con ellas. Es en las luchas comunes donde se forjarán nuevos sentimientos identitarios en la sociedad quebequesa.
En esta lógica, el combate independentista solo puede ser un combate internacionalista y antirracista. En esta lógica histórica, las personas quebequesas, habitantes de Quebec, que trabajan allí y participan en la creación de la riqueza común, forman parte de la sociedad quebequesa y contribuyen a su destino nacional. En el contexto particular de la globalización y del desarrollo inevitable de las migraciones en este periodo de fuerte crisis climática, la hospitalidad y el reconocimiento del carácter plural de la nación son ejes de la convivencia y una riqueza en la adhesión a la verdadera liberación nacional.
Frente al nacionalismo conservador, la izquierda independentista piensa que un Quebec independiente no puede ser más que antirracista, porque solo un Quebec antirracista permitirá refundar la unidad de la mayoría popular contra las élites en Canadá y de Quebec, interesadas en mantener la integridad de este Estado.
El antirracismo y el anticolonialismo no son enemigos del movimiento independentista, al contrario, son su tabla de salvación. Sin esta comprensión de los sistemas de opresión actuales, no podemos esperar que vayamos a generar las solidaridades esenciales para la construcción de un nacionalismo independentista ni que vayamos a tener éxito como movimiento para la emancipación nacional. En pocas palabras, somos anticoloniales y antirracistas porque somos independentistas y somos independentistas porque somos anticoloniales y antirracistas. La peor opción sería dejar que se pudra la situación constitucional actual, que nutre las incomprensiones, los resentimientos y las divisiones. Quebec independiente será antirracista o no será./5
28/10/2020
https://www.pressegauche.org/Le-deni-du-racisme-systemique-uneentrave-au-combat-independantiste
Traducción: viento sur
Bernard Rioux es militante de Québec solidaire y miembro fundador de la publicación Presse-toi à gauche.
Notas
1/ Evaluación de la integridad y de la imparcialidad de las investigaciones del Servicio de Policía de la Ciudad de Montreal con respecto a las alegaciones de naturaleza criminal formuladas por una persona indígenas en Quebec contra un policía, Fannie Lafontaine, 21 de agosto de 2020.
2/ Mario Dumont, “Le piège systémique”, Journal de Québec, 10 de octubre de 2020.
3/ Joseph Facal, ídem.
4/ Jean-François Lisée, “Une semaine au pays du racisme systémique”, Le Devoir, 24 de octubre de 2020.
5/ Benoit Renaud, “Un peuple libre, indépendance, laïcité et inclusión”, Écosociété, 2020, pp. 126-127.
* El artículo es de Bernard Rioux y está publicado originalmente en Viento Sur. Compartido bajo Licencia Creative Commons.