A lo largo de las últimas cinco décadas el turismo ha sido la principal fuerza modeladora de la socioeconomía y la institucionalidad canaria. Desde que fuimos descubiertos por los grandes operadores que estructuran el desarrollo de esta industria, convirtiéndolo en un fenómeno masivo de alcance global, nuestra estructura económica, la conformación de las clases y grupos sociales y del poder en las islas, nuestro modelo de inserción en la economía europea y mundial, de las relaciones entre economía e institucionalidad, e incluso los valores y anhelos que anidan en buena parte de la sociedad canaria, se han visto influidos, modelados, por la fuerza transformadora con la que irrumpió esta industria.
El turismo ha sido, a la vez que un poderoso vector de modernización de las relaciones sociales y de producción, arrasando a su paso con los vestigios de modos de producción arcaicos, el definidor del nuevo marco en el que se inserta la estratificación y el conflicto social, de una parte, y las relaciones entre sociedad y medio ambiente, entre los procesos económicos y los límites de los ecosistemas de los que dependemos para proveer los recursos que demanda y los residuos que genera el subsistema social canario.
El turismo es además una industria extraordinariamente dinámica, en constante transformación de su fisionomía (productos y experiencias en los que se basa), modelos de organización, tecnologías de producción y comercialización, y modos de procesamiento de los recursos naturales y de tratamiento de los subproductos (residuos) de los servicios producidos. En los párrafos siguientes se da un breve repaso a los fundamentos y evolución del marco socioeconómico y de relaciones con el medio ambiente conformado a lo largo de más de 5 décadas de hegemonía económica y cultural del turismo.
La estructura económica de la década de los 60 del siglo pasado, nucleada en torno a los tour operadores alemanes y británicos, principalmente, que ejercen férreo control de lo que acontece a lo largo de toda la cadena de valor de la industria, desde la composición de los paquetes turísticos estandarizados que son comercializados por las agencias minoristas en los mercados de origen, a la imposición de los precios a los proveedores de servicios en los destinos, a los que condenan a operar con márgenes muy reducidos, esa estructura originaria, ha experimentado notables cambios a lo largo de las siguientes décadas hasta la actualidad.
Aquella estructura de la industria conformó una arquitectura del poder económico insular en cuya cúspide se situaron los grandes promotores de suelo e infraestructuras turísticas. La especulación del suelo actuó como verdadera fuerza motriz de la producción de espacio turístico construido en estrecha connivencia con la institucionalidad local franquista. El producto turístico estándar se orientó a la provisión de experiencias de bajo valor añadido, en consonancia con los intereses de las corporaciones que controlaban la industria. Tampoco el sistema educativo ni las aún inéditas políticas de impulso a emprendedores locales en el sector, cuestionaron el monopolio del beneficio de las corporaciones. En realidad, solamente el producto alojativo cimentado sobre el alquiler de apartamentos a turistas organizados en complejos de propiedad fragmentada permitieron que pequeños y medianos ahorradores locales tuvieran parte en los beneficios de esta industria, desarrollando un modelo que en Gran Canaria fue hegemónico hasta hace bien poco. Aún en este caso, el impulso vino dado por las oportunidades que ello generaba para la obtención de rentas del suelo por parte de los especuladores que medraron al calor de, e influenciaron a, las corporaciones locales. Junto a esto, la disposición de un ingente ejército de reserva laboral conformado por la población activa expulsada de la agricultura, la falta de libertades políticas y sindicales y el implacable poder de negociación de las corporaciones, conformaron un escenario de muy bajos salarios. La industria turística definió el nuevo panorama de la desigualdad de ingresos y riqueza en las islas, como antes lo habían hecho otras actividades que fueron hegemónicas en otro tiempo.
Años 80, menos desigualdad
Los años 80 y primeros 90 del siglo pasado marcan el cenit de la distribución más igualitaria de los ingresos del turismo en Canarias a lo largo de sus más de cinco décadas de desarrollo, por más que siguiera siendo aún muy desigual. El auge de la lucha sindical en el sector y el mantenimiento de una estructura alojativa con una fuerte presencia de las complejos de apartamentos de propiedad fragmentada conformaron entre ambos el contexto de desigualdad atenuada, que no ha hecho más que empeorar a partir de la segunda mitad de los 90 debido a la sacudida de las sucesivas crisis, el debilitamiento del sindicalismo, los déficits estructurales en la gestión de los complejos de apartamentos que llevaron a la quiebra y residencialización de una parte sustantiva de esta oferta, y las reformas laborales que han profundizado en la precarización de una amplia porción de la fuerza de trabajo empleada. Al respecto, el turismo no ha hecho más que seguir la estela del conjunto de la economía global, brillantemente descrita por Picketty en su El Capital del Siglo 21, de retornar hacia el abismo de la desigualdad al que ha puesto proa el desarrollo del capitalismo global desde la década de los 80.
El despliegue ambiental del turismo en Canarias no ha mostrado mejor rostro que el social. Al respecto urge deshacer algunos equívocos que con frecuencia se emplean para juzgar con injustificada complacencia la dimensión medioambiental del desempeño de esta industria. En efecto, los visitantes suelen valorar muy positivamente los aspectos de su experiencia relacionados con el disfrute de los ecosistemas y recursos naturales característicos de las Islas, incluida la dimensión perceptual, los paisajes. No es de extrañar que la nítida exposición de la línea de costa y el mar desde innumerables atalayas, la extraordinaria variedad de hábitats naturales conformada gracias a la diversidad de altitudes y orientaciones, a una orografía modelada por millones de años de erosión hídrico-eólica y a la influencia de los vientos alisios, cause en los visitantes del centro y norte de Europa una impresión muy favorable, apoyada en la benignidad del clima.
Sin embargo, si lo que analizamos es la evolución del metabolismo ambiental del turismo a lo largo de más de medio siglo, entendido este como el modo en que el territorio y los recursos naturales se incorporan al proceso de producción de servicios turísticos para generar experiencias con valor, intangibles, por un lado, y subproductos que, en una relación economía-ambiente mal regulada como la nuestra, terminan derivando en residuos, por otro. En primer lugar, el desarrollo del turismo ha estado ligado a la destrucción de singulares y valiosos hábitats, sobre todo costeros, entre los que destacan los sistemas de dunas móviles (Maspalomas, Corralejo, Jandía) y saladares y lagunas costeras, víctimas de un torpe urbanismo turístico propulsado por una combinación, que varía según los casos, de ignorancia y codicia. Aquí, el síndrome de la primera línea de playa, el desinterés flagrante en el conocimiento de la dinámica de los frágiles ecosistemas costeros y la consideración exclusiva del territorio como soporte físico de la urbanización turística y no como escenario en el que se despliegan las complejas interacciones entre los elementos bióticos y abióticos que conforman los ecosistemas, ha sido la norma más que la excepción. Con ello, valiosos servicios ecológicos de los que depende, en buena medida, el sostenimiento a largo plazo del atractivo turístico de nuestras islas, han quedado seriamente dañados y disminuidos, en ocasiones de forma irreversible.
Desarrollismo sin gestión de residuos
En segundo lugar, el claro déficit en la gestión de las aguas residuales residenciales y turísticas exhibido en estas décadas ha puesto de relieve la escasa inversión en infraestructuras ambientales que ha acompañado al enfebrecido desarrollo de la capacidad alojativa de las islas. Hace ya más de 15 años, cuando se discutieron y aprobaron las directrices de ordenación del turismo, sostuve que el más efectivo factor moderador del crecimiento de la oferta de camas y servicios complementarios turísticos debía ser la puesta al día, primero, y el desarrollo acompasado, después, de las capacidades de gestión de los impactos sobre los ecosistemas y de las aguas residuales y residuos sólidos generados por el flujo turístico. El verano pasado, cuando diversos episodios de aglomeraciones de cianobacterias en nuestras costas desataron un debate acalorado sobre sus causas, se quiso ocultar la importancia de la presencia de nutrientes (residuos orgánicos) en las aguas, en la virulencia y duración del fenómeno, junto con otros factores como la temperatura de las aguas y la calma oceánica y atmosférica. Una irresponsabilidad más, que al menos ha servido para transparentar el desastre de los vertidos de contaminantes en las aguas residuales que van al mar, especialmente, pero no exclusivamente, en la forma de vertidos no controlados.
La regeneración ambiental de las costas y litorales marinos es una exigencia inaplazable para mirar con algo más de optimismo el futuro de una industria que debe enfrentar, más pronto que tarde, una transformación en su modo de relacionarse con el medio ambiente global (efecto invernadero y cambio climático, extinción masiva de especies, contaminación oceánica) y local (ecosistemas y vertidos líquidos y sólidos).
En tercer lugar, el panorama que muestra la gestión de los residuos gaseosos y sólidos no es más halagüeño. La desidia en el abordaje de la transición energética del archipiélago es tan clamorosa como decepcionante. No, no se puede vivir eternamente de la historia de Gorona del Viento mientras se muestra una parsimonia exasperante en la introducción de renovables en las redes eléctricas, en el apoyo a las redes distribuidas basadas en renovables, o en la definición de incentivos a la movilidad eléctrica sostenible, ámbitos todos en los que aparecemos cada vez más cómodamente asentados en el pelotón de cola. La subordinación de la política pública a los intereses corporativos y en contra del interés común en esta materia constituye, con pocas dudas, uno de los episodios más expresivos de la baja calidad de nuestra democracia. La alianza de élites políticas y económicas para la introducción del gas simboliza la vergonzante entrega de presupuesto público a grupos económicos relacionados con el gobierno, que si no se detiene hipotecará el futuro energético, turístico y económico de las Islas.
Futuro, la necesaria descarbonización
Mientras tanto, el futuro del turismo en Canarias en la era de la confirmación del cambio climático peligroso dependerá en buena medida de la rapidez y la gestión de la descarbonización del turismo y de la economía en su conjunto. Cuando afortunadamente se agotan los efectos de la crisis política y humanitaria del Mediterráneo en los flujos turísticos a Canarias, nuestro archipiélago necesita nuevos argumentos para posicionarse en un contexto de creciente exigencia de la ciudadanía global para que el turismo asuma responsabilidades efectivas en el combate contra la crisis ecológica global. El Archipiélago reúne condiciones naturales y tecnológicas envidiables para una rápida y socialmente rentable transición energética. No hacer nada para ello y entregar el timón de la transición a las corporaciones de siempre, se traducirá en costes sociales en términos de ingresos y empleos turísticos, especialmente empleos cualificados, de los que tan necesitadas andan estas islas.
La gestión de los residuos sólidos exhibe un déficit de sostenibilidad social y ambiental gemelo a la de los gaseosos. Aunque menos aparente, aquí la subordinación de las políticas públicas a las corporaciones está nuevamente en el epicentro. Los pobres resultados exhibidos en materia reducción en la fuente, reutilización y reciclaje de subproductos de los procesos productivos del turismo y del conjunto de la economía, se traducen en relativamente elevadas tasas de residuos por turista y por unidad de valor añadido turístico, que además tienen un elevado coste de gestión por la fragmentación territorial y la lejanía de los mercados a los que debe restituirse una importante fracción de esos residuos. El sobrecoste en gestión, por incompetencia y por sumisión a la agenda de las corporaciones del sector, se suma al coste en imagen ambiental turística para una ciudadanía centroeuropea habituada desde hace décadas a que las cosas se hagan significativamente mejor en este importante aspecto del funcionamiento de sus socioeconomías. No es este el lugar para extenderse en esta materia, pero nuevamente la pérdida de opciones de ingreso y empleo cualificado asociado a la gestión inteligente y avanzada de los residuos, incluyendo la incorporación de esta gestión a la creación de experiencias valiosas para los turistas, no es en absoluto despreciable.
La trayectoria de desarrollo turístico exhibida por Canarias en las últimas cinco décadas ha propulsado el crecimiento y modernización de la economía al tiempo que generado importantes fracturas sociales y ambientales. Desafortunadamente, el debate político y social en torno al turismo se ha atascado en una fútil controversia entre la exaltación acrítica e interesada y la demonización global y sin matices. Un ejercicio realmente poco útil para los intereses de la mayoría de la sociedad, que ha dejado de lado la discusión sobre las condiciones concretas que hacen posible la progresiva desmonopolización de esta industria, el crecimiento del control de la misma por parte de organizaciones localmente enraizadas, más democráticas y participativas, que genere oportunidades de empleo dignas y bien remuneradas para una fracción sensiblemente más amplia de la población activa canaria, que contribuya a la dinamización sostenible de las actividades primarias, y que contribuya a la regeneración ecológica del territorio insular y los ecosistemas locales y globales.
Para avanzar en esa dirección, las condiciones económicas, tecnológicas y de conocimiento están maduras. Hoy sabemos cómo proveer experiencias valiosas a un visitante genuinamente interesado en el disfrute sostenible de nuestros recursos naturales y culturales, hacerlo con enfoque de economía circular, que minimice los impactos territoriales y que incluso contribuya a la regeneración de los ecosistemas degradados, que incentive la conversión de los subproductos en nuevos recursos y no en residuos, y que todo ello de oportunidades de empleo creativo, emancipatorio y razonablemente bien remunerado a miles de canarias y canarios, muchos con una elevada cualificación, que con el modelo actual no tienen más horizonte que la emigración o el desempleo. No así las condiciones político-institucionales, culturales y organizativas.
En efecto, el debate político sigue estando casi donde siempre: generalidades y naderías, actualizadas con referencias huecas a la excelencia, la innovación y la sostenibilidad, cada día contradichas por la práctica. Los indicadores de referencia, los de siempre: camas y turistas, cuantos más mejor. La construcción de capacidades reales en la población para proveer de forma descentralizada experiencias valiosas que colmen las expectativas de quienes nos visitan, ajustadas a una imagen más amplia y profunda de lo que podemos ser, y no sólo un lugar con buen clima y playas, brilla por su ausencia. La coordinación interadministrativa para gobernar con tino la complejidad del turismo no se atisba ni a lo lejos como práctica cotidiana, y a duras penas se abre paso en algunos proyectos que quieren apuntar en la buena dirección, pero que tienen que sudar tinta para ello, como el de Ecoáreas.
Tampoco existe una presión social en favor de una real gobernanza sostenible del turismo, que se despliegue con estrategia y políticas efectivas en la dirección apuntada. Desgraciadamente el debate social tampoco trasciende, con raras excepciones, las coordenadas del maniqueísmo, con partidarios y detractores, sin concesiones a los matices, con miradas complacientes unas, y alérgicas otras, y en medio, el abismo. Sin embargo, distribuidas en el territorio hay fuerzas de cambio operando, librando batallas y adquiriendo experiencia, fortaleciendo su potencial de germinación para enraizarse y extenderse. El camino es enhebrarlas para conformar un tejido para el cambio más resistente y lúcido. Veremos que da de sí en los próximos años.
* El artículo está escrito por Matías González Hernández, Doctor en Economía Aplicada por la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria y profesor en la ULPGC. El texto salió en el número 0 de la Revista El Bucio, de venta en librerías.