Mi pensamiento es producto de una formación en las ciencias sociales, y aunque atrás han quedado los rigores del estudio, se me hace tan fácil desempolvar referencias. En un ensayo reciente recurrí a las esferas de tiempo, lugar y persona intentando explicarme la realidad dislocada que enfrenta el pueblo Boricua. Las experiencias recientes me conducen en esta ocasión a los mecanismos de defensa. Ese ingenioso invento de Sigmund Freud, que propone medidas estratégicas psicológicas activadas por la mente inconsciente para manipular, negar o distorsionar las realidades con tal de lidiar con sentimientos de ansiedad, manipular impulsos inaceptables y mantener la integridad personal.
Desde los tiempos del Círculo de Viena ha llovido bastante y los conceptos han atravesado revisiones. Decida cada cual la validez que tienen la racionalización (encontrar motivos nobles a nuestra conducta), la proyección (atribuir a otros lo que pensamos o sentimos), la regresión (volver a momentos previos), la sublimación (transformar la ansiedad y la agresión en belleza). El mecanismo de defensa que más me ocupa y el que encuentro más frecuente es la negación; esa virtud que tenemos los humanos de tapar el cielo con la mano y jurar que está soleado.
La proclama federal ante la debacle vigente ha sido contundente. La esferas ejecutiva, legislativa y judicial afirmaron a coro que Puerto Rico pertenece y permanece bajo la Cláusula Territorial. Los poderes de autonomía fiscal y gobierno propio que se adjudicaron con la Constitución de 1952 fueron supeditados de un plumazo al crear una Junta Fiscal que asume la supervisión del gobierno electo. Más claro no canta un gallo.
El problema es que esta triste realidad atenta contra la fórmula del Estado Libre Asociado y el Partido Popular Democrático, que ha sostenido desde entonces que la situación colonial estaba atendida. Y, ahora que las letras están en la pared de tamaño inevitable, argumentan los estadolibristas que la carencia de poderes no es el problema ni la razón por la que llegamos aquí. La solución es seguir siendo Puertorriqueños, pues de otra forma dejaríamos de serlo.
Ha de ser muy doloroso reconocer que se ha vivido engañado, más aún si uno ha intentado ser un ciudadano decente, convencido de que era la mejor alternativa; de haber laborado con lealtad a un pueblo y un ideal. Ha de ser muy difícil aceptar que el puñado de disidentes que nunca dejaron de denunciar el colonialismo, tras carpetas y persecuciones, tenía razón. Debe de ser muy difícil a los Muñocistas de este país, que no dejan de ser muchos, que el líder que encauzó la transformación y alcanzó el progreso dijo verdades a medias y queda para la historia como el héroe desesperanzado de Rodón.
Cada cual tiene derecho a sus nostalgias, a sostener lo que entiende valioso. Lo que me parece insostenible es que la marcha de un pueblo se detenga porque el sector que debería ser decisivo se empecina en negar que a su fórmula y su ideal le quitaron el oxígeno, rehúsan aceptar que su fórmula día al traste, insistiendo en obstruir el camino con disparates como: ninguna de las anteriores.
Cierto fue que el país tuvo décadas de deslumbrante desarrollo, que se juntaron las mentes avanzadas en asuntos cruciales y nos sacaron de la extrema pobreza, que Muñoz fue un poeta y líder carismático. Pero también es cierto que los poderes de autogobierno y manejo del fisco se supeditan al aparato jurídico y comercial, diseñado para la extracción de la riqueza, y me resulta irrefutable que nuestra economía está diseñada para no acumular riqueza, sujeta a la gestión plenipotenciaria del Congreso, que no nos ha dado más que créditos contributivos, ante el cual el Estado Libre Asociado nos reduce a la súplica de una voz sin voto. ¿Que si el problema no es la falta de poderes sino los poderes mal administrados? Sí, también, mas una cosa no quita la otra y de la mano han contribuido a que la situación se mueva de Guatemala a guatepeor.
El Partido Popular hizo su función en la historia, tiene su capítulo seguro. Su obsolescencia y complicidad en la debacle también resultan evidentes, para que su liderato permanezca obsesionado con el protagonismo y dando aliento al melodrama. Hágase a un lado, acójase a la consecución de soberanía, o vote por la estadidad, que también es una fórmula digna. Mas hagan alguna genuflexión, bájense de la soberbia; es digno decir “me equivoqué, lo lamento”. Hablemos de tornar la página después de encausar a los corruptos. No será posible a todos, pero algunos deben comunicar el mensaje severo y contundente de que se acabó la tolerancia a la corrupción, necesitamos un gobierno de aptitud y responsabilidad con lo mejor que el país ofrece.
A mi juicio hace falta consolidar los elementos que nos unen. La insuficiencia de poderes para manejar nuestros asuntos es uno de ellos, aunque no podemos presumir de virtudes en gobierno y administración en virtud de las hazañas recientes. El llamado a la autodeterminación de los puertorriqueños para decidir el estatus puede ser otro elemento de consenso. La gran mayoría está de acuerdo en que la situación vigente es insostenible y quisiera ver el asunto resuelto, más allá de hacer ruido para las gradas. Para que eso se mueva, las opciones deben presentar un proyecto de país y una propuesta de desarrollo que incluya lo económico y fiscal, cultural, político y social.