Érase una vez cuatro individuos evitando la creciente inundación, subieron una escalera apoyada en una pared. El primero en subir fue el más gordo, quien también era el más rico de los cuatro. El segundo, subiendo detrás de este, ganaba menos que el primero, pero su salario era mejor al del tercero. El tercero ganaba más que el desempleado y último en la escalera. El desempleado se encontraba literalmente con el agua al cuello, apenas evitando ahogarse. Entonces el primero, el más rico y gordo, les dijo a los otros tres: “¡Igualdad de sacrificio—esa es la gran idea, amigos! ¡Bajemos todos un peldaño! Este suceso, ficticio, es el contenido de una caricatura inglesa de los años treinta, concerniente a la terrible crisis económica de aquella década. Aludiendo a esa misma caricatura, pero en otra época de crisis, el columnista Seumas Milne (Group, 2013) escribió:
“As the depression-era cartoonist highlighted, the idea that there can be any equivalence in belt-tightening for rich and poor is a nonsense. Even if the different income groups were paying proportionate shares, or the wealthy were actually shouldering a heavier burden, as Osborne claimed, the impact would obviously be far greater for those struggling on benefits than for beneficiaries of the boardroom bonanza.”
Hoy, lo que fue absurdo para Milne y el caricaturista de los treinta es para varios de nuestros intelectuales tradicionales, en el sentido Gramsciano del término, epítome de la sensatez. Podríamos también llamarles, como Douglas Kellner (n.d.), intelectuales funcionales. A estos les agrada mucho la gran idea del rico y glotón ricachón. Estos intelectuales puertorriqueños nos convidan una y otra vez a la abnegación, a bajar un peldaño, arguyendo que la crisis nos afecta a todos. Para ellos, superar la crisis fiscal requiere que todos, ricos y pobres, ofrendemos lo que en una portada de El Nuevo Día llamaron “cuotas de sacrificio” (portada del 14 de marzo de 2017). Es en las páginas de ese “gran periódico” que por lo general encontramos diversas adaptaciones de esa “gran idea,” la igualdad de sacrificio. Solo unos pocos economistas, entre ellos, José Caraballo Cueto, han criticado la idea de la igualdad de sacrificio en El Nuevo Día (Caraballo Cueto, 2017).
El realismo de los intelectuales funcionales
Para Mark Fisher el neoliberalismo no logró hacerse más atractivo que otros sistemas, pero sí ha sido muy efectivo vendiéndose como el único modo realista de gobernar. Nuestros intelectuales tradicionales así lo venden también, y gozan de muchísimos compradores (How to Kill a Zombie: Strategizing the End to Neoliberalism, 2017).
Los intelectuales funcionales se inclinan por lo pragmático y útil. Estos nos invitan a actuar con un hondo sentido práctico y ajustarnos a la difícil y triste realidad del país, una de duros ajustes fiscalizadores para resolver las crisis económica y fiscal. La fórmula narrativa de los intelectuales funcionales es sencilla. Primero destacan la condición económica del país, una situación grave que nos presenta problemas extraordinarios. Segundo, estos plantean que esos problemas, demasiados complejos y enmarañados, requieren soluciones prácticas y realistas. Tercero, proponen como única solución práctica la adopción de las políticas de ajuste fiscal y pagar la deuda pública. Finalmente, nos requieren sacrificios, bajar peldaños para salvar el país. Mayra Montero y Luis A. Ferré Rangel, entre otros, son buenos ejemplos de ese pragmatismo. Ambos, en diversos artículos para El Nuevo Día nos invitan, asiduamente, a ser prácticos, a ajustarnos con premura a la grave situación fiscal y económica que vive Puerto Rico.
Para los intelectuales tradicionales, el agonizante país, ya en el quirófano y luchando por su vida, no solo tiene que continuar tomando la “medicina amarga”, popular desde los tiempos de Luis Fortuño, sino además soportar una cirugía mayor concretada por el gobierno local y la Junta de Control Fiscal, sin anestésico. Esto lo propuso Mayra Montero (2017) en una columna para El Nuevo Día, titulada precisamente “Sin Anestesia”. Puerto Rico se encuentra, notó Montero, sin puertas de escape:
Puerto Rico está atrapado en un callejón sin salida. Y el incómodo pero brillante planteamiento que hizo el jueves pasado el economista Juan Lara debería inculcarse, no sé, en cruza calles, o en mensajes radiales y cápsulas televisivas. Lara explicó que el debate de la austeridad ‘es un debate de ricos, no de pobres’. En otras palabras, no podemos darnos el lujo de escoger entre ‘austeridad sí o no’, porque para eso hay que tener recursos de los que carecemos. Y subraya: ‘En los países ricos, la alternativa a la austeridad bien puede ser la prosperidad. Aquí, la alternativa a la austeridad es la caridad—que nos perdonen deudas y nos subsidien gastos’.
Y concluyó Montero: “Hemos llegado a un punto inevitable. Y esto no es derrotismo ni catastrofismo. Es la vida tal como está planteada en una colonia que vivió de falsos oropeles y ahora debe alinearse con las realidades políticas, con la verdad económica de un mundo global y despiadado. Eso es todo”. Debemos entonces, sugiere Montero, aceptar la realidad, lo que incluye consentir políticas fiscales nada agradables, pero virtualmente inevitables. Desde esa perspectiva resistirlo, negarse al tratamiento sería aceptar el desahucio, la parca. Sería negar la realidad, oponerse a la razón.
Para Luis A. Ferré Rangel (2017), la situación es semejante a un choque con un enorme muro o a toparse con un precipicio por el que podemos caer: “Todas las decisiones que hemos postergado como sociedad las vamos a tener que enfrentar ahora. Nuestra miopía social, política y económica nos hizo chocar contra una pared o nos llevó ante un precipicio. Escoja usted”. Y añadió: “Y no es cuestión de autoflagelarse o de denigranos. Es cuestión de ser realistas. La historia nos está pidiendo cuenta y nuestros hijos y nuestros nietos también”. Para él, pagar la cuenta o deuda, literalmente en este caso, requiere aceptar el plan fiscal propuesto por el gobierno y avalado por la Junta de Control Fiscal. Según Ferré, esa es la única opción realista. Los editores de El Nuevo Día incluso celebraron el Plan propuesto por la Administración Rosselló precisamente por tratarse, afirman ellos, de un plan realista y funcional: “Se trata de un Plan realista y abarcador que permitirá encaminar rápidamente reformas estructurales a las que el País no está acostumbrado, pero que son claramente necesarias” (Puerto Rico Inicia la Edificación de su Futuro, 2017). En fin, los intelectuales tradicionales o funcionales del país aluden a la grave situación económica y fiscal del país para luego persuadirnos de que las políticas fiscales de la Administración Rosselló, neoliberales, son la única alternativa realista.
Para estos intelectuales, alineados con el capital local y extra local, la meta es hacer al país rentable, restablecer sus signos vitales mediante el conocido tratamiento de la medicina neoliberal y desarrollista, una combinación de dietas austeras, medicamentos amargos y ajustes fiscales, entre otras prescripciones. Por ejemplo, para Rafael Lama Bonilla (2017): “Ciertamente, no podemos vendarnos los ojos ante la realidad de que Puerto Rico necesita una potente dosis de disciplina fiscal y una reinvención total de su aparato gubernamental. Pero el tema del desarrollo económico tiene que venir primero, o al menos en paralelo, pues sin riqueza la Isla no podrá arrancar hacia la recuperación”.
Para los intelectuales tradicionales la crisis significa oportunidades económicas. Por ejemplo, para el secretario de Desarrollo Económico y Comercio, Manuel Laboy Rivera (2017): “Ciertamente los retos son enormes. Mientras algunos solo ven la crisis, nosotros lo que vemos son oportunidades”. Para Waleska Rivera, Presidenta de Danosa Caribbean: “En las incertidumbres, en muchas ocasiones, están las oportunidades y el buen negociante puede ver esa oportunidad”. En efecto, las crisis son para el capital oportunidades.
Como demostró Karl Marx el capital no es solo vulnerable a las crisis sino, y quizás más importante, dependiente de estas. Las crisis de la economía capitalista envuelven la desposesión y redistribución de bienes, ligadas, por supuesto, a lo que los marxianos llaman la “reestructuración del capital” y que por ahí llaman ajuste estructural. De ahí que los intelectuales funcionales, muchos de ellos capitalistas y políticos, insistan en la “edificación” del futuro, “. . . construir un país que sea referente, que resurja del abismo y modele sus mejores atributos ante el mundo” (Puerto Rico Inicia la Edificación de su Futuro, 2017). Para los intelectuales funcionales la problemática es reestructurar el capital, que confunden con la sociedad puertorriqueña. Su temática es la abnegación, el sacrificio.
Los intelectuales funcionales comprometen a todos los puertorriqueños con la supuesta reconstrucción del País. Lo hacen requiriendo cuotas de sacrificio. Acentúan el efecto universal de la crisis, que sus consecuencias nos afecta a TODOS y que por ello TODOS tenemos que contribuir a resolverla. Nos piden que sacrifiquemos algunos logros y beneficios del pasado, que hagamos los ajustes pedidos por el gobierno y la Junta de Control Fiscal, todo en nombre de algún colectivo abstracto—“pueblo,” “Puerto Rico”, “patria”, “sociedad”—o a favor del “futuro.” Nos piden la abnegación a favor del capital, pero aludiendo al ímpetu de nuestro afecto por Puerto Rico.
La igualdad de sacrificio
El llamado a ajustarnos a la realidad fiscal y económica de Puerto Rico es también un llamado a la resignación, al estoicismo. Los intelectuales tradicionales nos invitan a aguantar con entereza y desprendimiento las medidas adversas del plan fiscal. Nos invitan a no quitarnos, lo mismo a lo que nos exhorta la popular campaña mediática. Para los intelectuales tradicionales del país sacrificarnos es la obligación de todos. Como el rico en la caricatura de los treinta, estos interlocutores del capital enaltecen la gran idea de la igualdad de sacrificio. El mejor ejemplo viene de otra nota editorial: “No hay que cejar en el empeño por demostrar que la parte finita de la soga nos toca esta vez un poco a todos, y a todos nos corresponde procurar que, si se va a partir, lo haga en trozos iguales, repartiendo responsablemente el sacrificio” (El Nuevo Día, 2017). Claro, estas palabras, como en la caricatura de los treinta, provienen de los más ricos. Pero como indica Milne, el sacrificio que nos requieren nunca será equitativo; siempre estará alojado en la desigualdad y la injusticia, ya formidables en la colonia.
Para los intelectuales funcionales entender la deuda a cabalidad, así como identificar y sancionar a los culpables de la misma, es inconsecuente. La auditoría de la deuda pública, a pesar de las insistencias de muchos puertorriqueños, parece ser para estos intelectuales una de dos cosas: un delirio o una acción inútil. Para Montero (2017) es ambas cosas: “La fantasía de que se puede hacer una auditoría y que mientras tanto el mundo va a esperar, es eso, pura fantasía. La auditoría tuvo que haberla impulsado, hace tres o cuatro años, el penúltimo gobernador, y ya para el pasado diciembre hubiera estado lista”. Para ellos, las causas de la deuda son demasiado complejas como para ocuparnos de eso, pues lo apremiante es compartir su pago. No importa si unos actores sociales fueron más responsables de provocar la crisis que otros. Lo importante es que paguemos nuestra debida cuota.
En el discurso de los intelectuales las causas de la crisis fiscal están en los defectos de los puertorriqueños, en su cultura política, en la “fuerza de la costumbre”. De ahí que en el discurso de nuestros Intelectuales tradicionales los culpables somos todos; recurren constantemente a un impreciso y abstracto colectivo, el “nosotros”. La fórmula que fundamenta la ideología de sacrificio, muy cristiana, es sencilla: si todos producimos la crisis, debemos aceptar la culpa y contribuir a su solución sin importar los sacrificios que eso requiera. Esa es para ellos nuestra responsabilidad. Un editorial del El Nuevo Día declaró:
Ha sido la fuerza de la costumbre, abono del inmovilismo y el anquilosamiento, lo que tiene al País atascado. Hoy requiere de todos sus habitantes su máximo esfuerzo para sacudirse el adormecimiento y ponerlo a andar; para transformar las energías del desasosiego en propuestas y acciones que construyan una sociedad productiva y solidaria con cimientos fuertes y sostenibles (Puerto Rico Inicia la Edificación de su Futuro, 2017).
Los intelectuales tradicionales, promoviendo cierto tipo de religión civil, exaltan en su discurso nuestros sentimientos patrióticos y civiles. Aluden constantemente a nuestra responsabilidad colectiva y a nuestros deberes como ciudadanos: “Esto tiene que ver con qué clase de sociedad queremos ser de ahora en adelante y cómo vamos a asumir nuestra responsabilidad colectiva como ciudadanos y puertorriqueños” (Ferré Rangel, 2017). Para nuestros pensadores funcionales lo importante es el futuro, lo de aquí en adelante. Se trata, como dicen por ahí, de un “borrón y cuenta nueva”. Aunque en este caso solo borramos el por qué y el quiénes de la deuda, no la cuenta. En otro editorial publicado en El Nuevo Día se expresó lo siguiente:
Corresponde también a cada uno aportar la cuota debida, pues si bien las circunstancias que trajeron a Puerto Rico al presente abismo financiero son complejas, por beneficios particulares, fanatismo partidista y hasta pura inacción, la responsabilidad por la realidad que el País enfrenta hoy es compartida. Ahora toca reconocer esa realidad y contribuir para mover la rueda que nos diseñe un nuevo Puerto Rico (Puerto Rico Inicia la Edificación de su Futuro, 2017).
Para los intelectuales funcionales los sacrificios, compartidos, no solo deben darse en función del “crecimiento económico” sino que además valen la pena. Para Vicente Feliciano (2017), Presidente de Advantage Business Counseling, sacrificios como los cambios al sistema de pensiones, los recortes a la Universidad de Puerto Rico, los cambios a las leyes laborales y la reestructuración de la Autoridad de Energía Eléctrica valen la pena. Al final, nos dicen los intelectuales funcionales, debemos incluso sentirnos satisfechos:
Sentirse orgulloso de contribuir a edificar el nuevo País es tarea de cada ciudadano, del sector privado y del sector sin fines de lucro. Con sentido profundo de responsabilidad, cada uno desde su lugar tiene que ajustar, crear, producir y extender también la mano a los más vulnerables para que no se queden atrás. Desde cada comunidad y sector social, la Isla tiene la oportunidad y el potencial para superar el enorme reto (Puerto Rico Inicia la Edificación de su Futuro, 2017).
Para El Nuevo Día, ese nuevo País será habitado por gente creativa, productiva y solidaria. ¿Quién podría oponerse a eso? Lo que no está claro es quiénes diseñan ese nuevo Puerto Rico y si todos los puertorriqueños participarán en igualdad de condiciones en la toma de decisiones de su construcción. Me temo que no. Para El Nuevo Día el protagonista de ese nuevo país debe ser el sector privado. Pero, ¿por qué no los ciudadanos y el sector sin fines de lucro? ¿Igualdad de sacrificio, pero no de beneficios?
De la libertad al sacrificio
Es indudable que hoy la financiación configura los Estados, las organizaciones y los individuos en términos de las valuaciones de capital, incluyendo las valuaciones de su crédito, a la vez que las políticas de austeridad perturban el bienestar humano y extienden la precariedad y la desigualdad. El efecto combinado de estas dos fuerzas, como señala Wendy Brown, es la forma en que el individuo, al que una vez la razón neoliberal le prometió la emancipación radical ha sido maliciosamente convertido en un sujeto cuya moralidad, así como su destino, están atadas a las normas del proyecto global del capital. Ese proyecto goza hoy de una formidable fuerza institucional.
En la actualidad, la vida del sujeto se sacrifica expeditamente en nombre del proyecto capitalista (Brown, 2013). Para Brown, entender cómo en la forma actual del neoliberalismo la libertad se ha convertido en sacrificio, tenemos que reconocer dos reemplazos provocados por la financiación y la austeridad. El primer remplazo es el de la figura del individuo como el portador de la soberanía y el interés propio con la de un sujeto que imaginado como recurso o capital humano invierte constantemente en sí mismo para aumentar su valor en el mercado. Para Brown, es precisamente esa transformación lo que nos hace vulnerables a las varias formas noveles de sacrificio movilizadas por el régimen neoliberal. El sujeto es hoy imaginado, y se supone a sí mismo, como otro “hipotético factor” de la producción capitalista. Esto explica, al menos en parte, que nuestros intelectuales tradicionales rechacen las protestas e insistan más bien en la re-invención como lo acción civil más adecuada para enfrentar la crisis. La re-invención es para ellos funcional, es adaptarse a la grave realidad, convertirla en oportunidad. Los intelectuales funcionales nos invitan constantemente a ello, recurriendo incluso a una filosofía idealista. Esa reinvención, incluyendo la de Puerto Rico mismo, es según ellos una cuestión mental, la idea básica detrás de la nueva campaña del Banco Popular de Puerto Rico, “100 x lo que queramos”. Para esos intelectuales la re-invención del sujeto no parece depender de las condiciones materiales y estructurales sino de nuestra mentalidad, de nuestras actitudes ante la crisis.
La ideología de sacrificio también establece los parámetros de lo práctico, lo que es o no funcional en términos políticos. Para ellos, las protestas en contra del gobierno o la Junta de Control Fiscal son disfuncionales. Estos nos exhortan a purgar las culpas sin quejarnos, pues para ellos las protestas en todas sus formas no contribuyen en nada, son inútiles, una pérdida de tiempo, en todo caso un atentado contra el “pueblo”. Montero (2017), por ejemplo, dedicó una gran parte de su ensayo “Sin Anestesia” a demostrar la futilidad de las protestas, las que redujo a poco menos que actos inconsecuentes ante “las realidades políticas, con la verdad económica de un mundo global y despiadado”. No solo arremetió contra las protestas de las mujeres, sino que además ha sido crítica de las protestas universitarias. Para ella protestar los recortes a la UPR y cerrarla son acciones fútiles, incapaces de ejercer presión alguna contra el gobierno o la Junta de Control Fiscal. Son para ella tácticas fallidas o disparos a los pies. Para ella lo funcional, la única acción útil es que los universitarios se consagren a trabajar y estudiar, pues allí está, en sus palabras, la “trinchera” (Montero, Se Acerca Mayo, 2017).
Para los intelectuales tradicionales lo funcional es re-inventarnos a nosotros mismos y de paso re-inventar el país vía grandes sacrificios. Los intelectuales tradicionales, como buenos neoliberales, llaman al consenso y la colaboración. Nos invitan a unirnos en el sacrificio. Para Rafael Lama Bonilla (2017): “Puerto Rico tiene que adoptar una visión coherente y uniforme de cuál va a ser su apuesta para crecer la economía. Sin embargo, aún nos falta la voluntad para unirnos y hacer sacrificios con el bien común como meta ulterior”. Pero, no nos invitan a ser solidarios en nombre de la libertad, la igualdad y la justicia, ni siquiera en nombre del bien común. Detrás de sus referencias al bien común se encuentra un llamado a ser copartícipes sacrificados en la implantación de las políticas de austeridad. Así la “nueva cultura de solidaridad colectiva” de Gustavo Vélez (2017) no es otra cosa que “reconstruir fiscal y económicamente al país” evitando el “canibalismo político”. Se trata de ser solidarios con el gobierno y el desarrollo económico. Se trata, como señala otro editorial de El Nuevo Día, de convertir el “sector privado” en “motor del desarrollo”: “En el desarrollo económico está la clave de la recuperación, más allá de cuadrar las arcas públicas y cumplir con las obligaciones prestatarias. La sostenibilidad de ese desarrollo está atada al apoderamiento del sector de negocios como alta prioridad”(El Sector Privado como Motor del Desarrollo, 2017). El sacrificio que nos piden es para el sector privado, cuyo éxito, suponen los intelectuales funcionales, nos beneficiará de alguna manera; un “bien común” mediado por el bien privado. Las cuotas de sacrifico son más bien un reintegro para el sector privado. Como nos recuerda Francisco José Ramos (2017) ese es precisamente el nuevo ethos del capitalismo:
La recta ratio capitalista ya no está ligada a una ética, sea o no protestante o calvinista. Su ethos ya no se basa en los principios austeros de un Benjamin Franklin sino en la inescrupulosa contabilidad que impone la austeridad como eufemismo del reembolso financiero a costa del expolio de las poblaciones. (A mayor crédito, mayor deuda; a mayor deuda, mayor ganancia, pues la deuda se paga con la culpa. En alemán una misma palabra Schuld, designa culpa y deuda, de donde Entschuldigung, es decir, ‘disculpa’).
La segunda sustitución identificada por Brown es el remplazo de la nación-estado como el espacio de diversas preocupaciones e intereses, de diversos poderes y constituyentes, a favor de una nación-estado corporativa, una sujeta al valor de su crédito y el crecimiento económico o acumulación de capital. La preocupación de la administración Rosselló con el tamaño y eficiencia del gobierno así como su tendencia a recurrir al sector privado como modelo y sus esfuerzos a favor de las alianzas público-privadas, responden e intensifican ese remplazo. El Nuevo Día, también celebra el relevo:
Fortalecido, el sector empresarial podrá echar adelante el desarrollo económico de Puerto Rico, dejando que pase a la historia el Gobierno como ente acaparador de las principales iniciativas definitorias del País. El Estado debe situarse, más bien, como facilitador de los procesos y de las sociedades con el sector privado que den vida al desarrollo sostenible. (El Sector Privado como Motor del Desarrollo, 2017)
Al final
Al final, no importa lo que digan nuestros intelectuales tradicionales y funcionales, los sacrificios no serán equitativos.
Al final, los pobres, los desempleados y los trabajadores, incluyendo a muchos en la llamada clase media, pagarán y sufrirán mucho más que los ricos.
Al final, el Plan Fiscal no es más que la redistribución desigual del sacrificio y de la riqueza a favor del sector privado, de los capitalistas y sus partidarios. Si en algo ha sido efectivo el neoliberalismo ha sido precisamente en la redistribución de la riqueza, en exacerbar las desigualdades y las injusticias.
Al final, es la desigualdad en sacrificios y fortunas la gran idea del ricachón, no la igualdad de sacrificio.
Al final, otro Puerto Rico se construye sobre la espalda de los sacrificados. Se trata de la compleción del proyecto neoliberal en la colonia. Como tal, ese nuevo Puerto Rico no será más que otro altar de sacrificios a Mammon, otra “zona de sacrifico”, como le llamó Chris Hedges a esas áreas marcadas por la destrucción ambiental y la precariedad de las familias, de las comunidades, y de los ciudadanos (How to Kill a Zombie: Strategizing the End to Neoliberalism, 2017).
Al final, debemos imaginar y concretar otro Puerto Rico, no el anhelado por los intelectuales funcionales y tradicionales.
Referencias
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