El panorama audiovisual en Canarias es, cuando menos, curioso. Sabido es que gustos los hay -como colores- de todo tipo, y que casi todos son respetables. Es por eso que hay quien prefiere la música rock, quien disfruta escuchando jazz en casa y quien se desplaza hasta el Alfredo Kraus a escuchar buena música clásica. Y como con las músicas pasa con la ropa, con el modelo de un coche o con el peinado.
Por deformación profesional, me muevo entre idiomas distintos y entre distintos dialectos de esos idiomas. Así, casi sin darme cuenta, presto tanta atención a cómo habla la persona que tengo frente a mí, como a lo que está diciendo. Es a veces un placer y a veces no más que un automatismo adquirido mucho ha. Y también en esto hay gustos y colores.
Si nos centramos en nuestro idioma, el español, hay variantes del mismo cuya musicalidad o entonación me parecen enormemente hermosos, otros que ni fu ni fa, y otros que -directamente- no me gustan (para qué andar con rodeos, si de tema tan subjetivo como los gustos estamos hablando).
Entre los primeros, voy a citar el español canario, entre los segundos, el español peruano, y entre los terceros, el español castellano. Entre otros.
Así, disfruto mucho (aún más desde que vivo en el extranjero) dejándome llevar por la musicalidad de nuestra habla mientras tomo algo en una terraza en los días en que me encuentro en Canarias. Pura música. Y, curiosamente, en la escuela y en todas aquellas instituciones que de una u otra manera fueron modelando el hombre que ahora soy nunca se hacía énfasis -al menos en mi presencia- en la bondad de nuestra habla (más bien, en lo contrario: se la calificaba de bruta, maúra, etc). Así que creo que este amor fue naciendo más a pesar de que gracias a.
En el otro extremo, recuerdo perfectamente que todo lo que se asociaba al habla castellana estaba siempre recubierto de un aura de perfección (hablar correctamente), elegancia (hablar fino) y prestigio (hablar bien), tanto en la escuela, como en los medios de comunicación. Así era en mi infancia, hace ahora dos décadas largas. Y a mí, qué le vamos a hacer a este gusto rebelde, no me gusta el habla castellana. Me parece seca en la pronunciación y plana en la entonación. No me parece musical ni hermosa. Y ahora que convivo con otras lenguas a diario, tengo que reconocer que me choca sentir todavía ese aura de admiración hacia el habla castellana que se respira a veces en Canarias. No la entiendo. Supongo que porque no coincide con mi gusto, ¿no?
Cuando pongo la radio y quiero saber lo que está ocurriendo en Canarias (porque yo todavía sigo pensando que aquí además de escuchar salsa, ir a los bailes de magos y mirar para Europa con inocencia bereber hacemos algo más, disculpen la osadía) me encuentro con la «sorpresa» de que la inmensa mayoría de las emisoras canarias no disponen de servicios informativos (ni pequeños, ni mínimos, ni nada); de modo que, llegado el momento, un locutor que habla desde Madrid y con acento castellano nos habla sobre el estado de las carreteras (nunca me sirve la información, cuando quiero enlazar con la M-30 se me hunde el coche en el Atlántico), el estado del tiempo (me asusta saber que está nevando 4000 kilómetros al norte de donde me encuentro y que -¡vaya por Dios!- van a cerrar el Puerto de Montaña al que voy todos los fines de semana); y siempre con ese acento que -qué le voy a hacer- no me gusta. Así que opto por poner la tele.
Hay publicidad. Empiezo a verla y me asusto. Me parece que he tomado algo alucinógeno en vez de té. Un anuncio del Gobierno de Canarias (¿he oído bien, no?) me felicita con la pronunciación de un señor de Valladolid diciendo algo así como en nuessstra tierra… ¿En la suya o en la mía? Cuando aún no he tenido tiempo de recuperarme, dos señoras que se tratan entre sí de mi niña, siguen hablando con acento castellano (lo cual, no me lo negarán, resulta más que ridículo: casi mejor que salgan dos jóvenes aficionados de la UD Las Palmas y que se digan: -Hola, tronco. –Hola, machote. Así, al menos, tendría sentido que emplearan ese acento. Creo que fue un anuncio de Fred Olsen donde dos «canarias» viajaban entre Gran Canaria y Tenerife hablando al estilo Aznar, lo que me convenció de que no era el mejor día para poner la tele. Ni la radio.
Como era domingo y aún tenía un rato libre, me metí en Internet y empecé a escuchar Radio Francia. Al menos ahí, podía elegir el acento que quería oír.
En fin, cosas que pasan por cogerle gusto al acento que mamé. Supongo que si lo despreciara, como otros, no pasaría estos sofocones.
P.D. Si lee este artículo en voz alta, no olvide paladear su hermoso acento canario. Gracias y Feliz Año Nuevo.