Llamo a la empresa canaria Tubillete.com para gestionar una reserva de viaje. Lo hago desde mi móvil y al otro lado me atienden muy formalmente con acento castellano y el trato de usted usual a un cliente. A medida que avanza la conversación, el interlocutor -uno de estos robotizados y supongo que malpagados trabajadores del sector de la atención al público- descubre por mi acento lo evidente: soy canario. ¡Y héte aquí que se obra el milagro! Al revés que Doramas en la Comedia del Recebimiento, que tras el consumo de un bebedizo despertó hablando castellano, el operador ¡habla canario! ¡Todo era un mal sueño, una pesadilla! Toca hacer mudanza. Ahora, el operador, libre de aquellas cadenas castellanas imaginadas por mí, habla con sonoridad atlántica. Hasta puedo verlo, escarranchado en su butaca, auriculares en ristre… Pero, ¡no sólo eso! En plena exaltación de la canariedad, pierdo yo, el cliente, el trato de usted y me obsequia el operador con la segunda persona del singular: «tú viajas», «tú tienes»,… Tú, tú, tú… y solamente tú… Quede el trato formal para el cliente supragibraltareño. Quede el acento castellano, uno, grande, libre,… para esos clientes de verdad. Nosotros, entre canarios, hablamos en canario, nos tratamos de tú,… El usted es para las gentes importantes. Nosotros somos otra cosa. Como en los aviones. Unos viajan en Business y otros vamos en Tu-rista. Tu-billete.com. ¿Vendrá de ahí el nombre?