Uno de los hechos más tristes e infames de la Transición en Canarias tuvo lugar el 29 de octubre de 1975. Nos referimos al asesinato a manos del Comisario Matute de Antonio González Ramos, obrero de la construcción del norte de Tenerife y militante del Partido de Unificación Comunista de Canarias (PUCC). Este aciago suceso ha sido fielmente recordado por el periodista y poeta tinerfeño, Julián Ayala, testigo de aquellas jornadas y, gracias a él, conocemos la historia de este cruel suceso sin el manto de infame olvido al que quiso condenarlo la democracia española y, especialmente, el felipismo triunfante a partir de 1982.
Antonio González, entregado a tareas propias de la militancia obrera del PUCC, tuvo la mala fortuna de ser descubierto con material propagandístico así como con una maleta con unos cartuchos de dinamita, destinados a la pesca clandestina. La Policía española no necesitó más para urdir una patraña en torno a los peligros del terrorismo en Canarias y al judoka Matute le bastó una noche de palizas en los sótanos donde hoy se ubica la Subdelegación del Gobierno español en Canarias, en la santacrucera calle de Méndez Núñez, para acabar con la vida del obrero tinerfeño. Posteriormente, se arguyó el consabido suicidio tras arrojarse del coche de la policía en marcha.
Por tan “glorioso” servicio al Estado, Matute, tras un breve periodo de discreta vida en Venezuela, fue premiado por el primer gobierno socialista con un destino en el departamento de elaboración y custodia de los datos de las personas detenidas, en Madrid. La protesta del diputado de la Unión del Pueblo Canario, Fernando Sagaseta, cayó en saco roto. Fue este mismo grupo político, durante su paso por el Ayuntamiento de La Laguna, quien acordó conceder el nombre de una calle a Antonio González Ramos, como recuerdo de Nuestra Memoria Histórica para su viuda y cuatro hijos, así como el resto de los canarios. Una humilde calle para un hombre sencillo, en una ciudad con un callejero plagado de asesinos, mercenarios y carniceros.