Integrar de una manera consciente, pedagógica, constructiva,… el pasado en el presente me parece una de las tareas más ilusionantes que una sociedad puede acometer. Una sociedad que permite que en el Castillo de La Luz (siglos XV y XVI) se acoplen tres cajetines de hierro de dudosa función, además de las irreparables intervenciones en su interior, no va bien encaminada. Una sociedad que deja que una joya del racionalismo arquitectónico como el edificio del Cabildo Insular, diseñado por el canario Miguel Martín Fernández de la Torre, sea objeto de un revestimiento de dudoso gusto precisamente a manos de la institución que debiera velar por su protección, está abocada al deterioro cultural y hasta de sus valores. ¿Cómo reconocerse en el paisaje si lo agredemos, no lo respetamos, permitimos que lo degraden borrando las huellas de nuestro pasado en pos de una modernidad impostada? Como dijo Manuel Alemán, y la cita no es literal, “¿Cómo serán esas gentes, sus vidas sin paisajes?”
Por eso, es tan buena noticia lo que viene sucediendo con el Correíllo La Palma. Aquel barco que los ciudadanos de Las Palmas vimos envejecer, ferrujiento, a la orilla de nuestra ciudad, ha sido objeto de una labor de reconstrucción llevada a cabo por la Fundación Correíllo “La Palma”, con la ayuda de instituciones como el Cabildo de Tenerife. Ha habido detrás de este empeño un aliento de amor por nuestro patrimonio, por aquellos buques que tan buen servicio hicieron comunicando a las islas, en unas islas que demasiadas veces se olvidan de su alma marinera. En breves fechas, el Correíllo “La Palma” surcará nuevamente las aguas isleñas, como recurso público, museo itinerante,… y su singladura será testimonio de cuán valioso es reivindicar nuestro pasado, conservarlo para el futuro frente a quienes sumen a Canarias en un eterno comienzo. Niños para siempre, así nos quieren.
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