Con la resaca del Día de Canarias a cuestas, me llegan fotos del Paseo Romero de Las Palmas. No es mala idea tratar de que, aunque sea sólo por un día, la canariedad salga a las calles de una ciudad que no parece saber crecer sin echar al olvido sus propias raíces. Es discutible esa recreación de un mundo rural que ya no existe pero creo que no exagero si digo que en esta fórmula –la de una ciudad que apenas acierta a reconocerse- se halla la causa de muchos de los problemas de esa urbe desarraigada, desestructurada, sin apenas referentes,… Conversando con una amiga me cuenta lo saturada que está del folklore canario, que no encuentra, como en el folklore mexicano, temas del tipo de la lucha por la tierra, las gestas, la historia de sus próceres,… ¡Cómo podría ser de esa manera si el pueblo canario vive ignorantado, que diría Víctor Ramírez! A nadie debe extrañarle la insustancialidad de nuestro folklore, la superficialidad de sus letras. Y lo dice un auténtico fanático de nuestra música popular. Salvo honrosísimas excepciones, es un folklore de “qué bonita es mi tierra”, “qué linda es mi virgen”, “yo a los hombres los comparo”, «qué bonitas las cosas de antes»,… Hizo mucho daño el franquismo con su carga ideológica: “porque el puerto es trabajo y es fe”. O Néstor Álamo, capaz de componer coplas bellísimas y a la vez perpetuar la cursilería autóctona en el inconsciente colectivo de los grancanarios. A lo que voy es a que un pueblo tiene el folklore, no que se merece, pero sí que lo refleja. Al menos sus límites. Y es que nuestro pueblo permanece abobancado en esta neblina constante sin interrogarse, cuanto menos responderse. Atrás parecen haber quedado los intentos de Los Granjeros por hacer un folklore más apegado a los problemas de nuestra sociedad. El ocultamiento juega un papel muy efectivo en cuanto al folklore maldito y a todo aquel folklore que pudiera tener que ver con nuestro pasado aborigen y nuestras raíces africanas. Parece haberse impuesto la rondalla como formación casi exclusiva del folklore canario y las cuerdas como acompañamiento ineludible hasta el punto de que a muchos canarios los toques de pito y tambor no le parecen ni canarios. ¡Qué empobrecimiento! La sociedad evoluciona pero nuestro folklore no da noticia de ello. Acaso la buena noticia de los últimos años sea el tremendo revival que experimenta la décima como forma métrica y el punto cubano como género musical. El empeño de Yeray Rodríguez y muchos otros parece alumbrar un camino por el que pudiera llegar un folklore más creativo, más dúctil desde el que poder reflejar la realidad canaria más allá de tópicos. Quien escribe esto no es folklorista, sólo un apasionado del folklore y por eso mismo me gustaría ver en la música de mi tierra una revolución parecida a la que supuso la aparición de Los Sabandeños allá por los años sesenta del pasado siglo. Claro que quizás, entonces estaríamos hablando no solo de otro folklore sino de una Canarias bien diferente.