
Nayra Bajo de Vera
Tras el cultivo del plátano se esconden historias humanas de esfuerzo y perseverancia venidas desde el continente africano. Identificado como el producto agrícola característico de Canarias, Nayra Bajo de Vera nos acerca en este reportaje a braceros y desflorilladoras que trabajan codo con codo con tantos canarios y canarias. El plátano, una fruta que también sabe a trabajo duro y motor de integración social.
Ningún producto simboliza la economía, la agricultura y la identidad canaria tanto como el plátano. La pegatina azul que sirve como distintivo en las fruterías y supermercados se ha convertido en un elemento de decoración para muchas personas de las Islas que colocan la etiqueta en sus fundas y carpetas para mostrar orgullosamente el producto de la tierra. Con unos cultivos encabezados por Tenerife, las plataneras del Archipiélago dieron 424.735 toneladas de fruta en 2024, según reflejan las cifras de Asprocan. En este sector se emplean más de 9.000 personas de forma directa, a lo que hay que sumar unos 7.300 productores y hasta 5.000 puestos de trabajo indirectos que se asocian al transporte, la maquinaria, el cartón o los abonos, entre otros. No existen cifras concluyentes al respecto, pero es bien sabido que una parte de estos trabajadores y trabajadoras provienen de países como Senegal, Mali, Mauritania o Guinea Conakry; no podría ser de otra forma en un Archipiélago que históricamente ha sido y sigue siendo lugar de paso, emisor y receptor de migrantes.
De la informática al desflorillado
Fatou Sarr es una de las mujeres que, tras llegar a las Islas, a pesar de tener una formación radicalmente distinta, encontró empleo en este sector. Trabaja en una finca de Gran Canaria y se encarga de una labor fundamental para que las frutas no se pudran: el desflorillado. Según explica, es necesario quitar las flores a los pocos días de que hayan salido y hacerlo manualmente, ya que se trata de un trabajo delicado.
Sarr es graduada universitaria en informática y también tiene formación en cosmética. Es más, hace años regentaba su propio negocio de producción y transformación de aloe vera en Senegal. Sin embargo, debido a la situación política del país, tanto su empresa como muchas otras se vieron en severos apuros y tuvieron que echar el cierre, al menos temporalmente. Fue entonces cuando tomó la decisión: subir a un avión rumbo a Canarias, trabajar un tiempo para ahorrar y, cuando fuera posible, regresar a su país. El Archipiélago no era nada nuevo para ella, ya que su marido, con el que lleva casada desde 2015, es canario. Sin embargo, sus planes no salieron como esperaba. “Me dijeron que mis títulos no valían”, rememora.
Sarr tiene contacto con algunos de sus compañeros de la universidad que, actualmente, trabajan en países como Francia o Canadá teniendo los mismos títulos. En comparación, no solo opina que los salarios aquí son bajos; asegura que, a diferencia de otros países, no tiene oportunidades laborales en base a su formación. A pesar de ello, Sarr indica que está contenta de tener un empleo donde hay buen ambiente tanto con su jefe como con sus compañeros. “Yo no quería quedarme en casa sin hacer nada”, insiste.
Paralelamente, ha iniciado un pequeño negocio de ropa que cose ella misma con telas que importa desde Senegal, si bien su principal fuente de ingresos sigue estando en la finca, donde realiza un trabajo que implica “mucho desgaste físico”. Su rutina consiste en cargar la escalera de un sitio a otro, subir, quitar las flores con las manos en alto, volver a bajar y repetir el proceso durante toda la jornada. Cuando no hay flores, ya que solo aparecen en determinadas épocas del año, Sarr realiza otras labores como levantar mangueras, revisar que no haya roturas o recortar los tallos, entre otras.
“No me quejo, hay personas que no tienen trabajo, me estoy ganando la vida. Estoy muy agradecida, pero si puedo mejorar, no será algo malo. Estoy aprendiendo cosas nuevas. Nunca se sabe, a lo mejor algún día lo intento en Senegal”, reflexiona Sarr.
Un trabajo duro que muchos no soportan
Buena parte de las personas migrantes que trabajan en fincas de plátanos encuentran su empleo a través de entidades como CEAR. Yeneli González Mesa, técnica de inclusión para el Servicio de Prospección Empresarial, apunta que esta es una “salida laboral importante” para muchos, permitiéndoles ganar independencia y una ocupación con contrato, pero que también es un “trabajo duro que no todo el mundo soporta”.
De eso sabe mucho Souleymane, un joven senegalés que estuvo dos años trabajando en una finca de plátanos en Tenerife haciendo una de las partes más duras del proceso. Además de madrugar mucho, cada día cargaba a sus hombros con piñas de 45, 60, o hasta unos 100 kilos. Ahora trabaja en un restaurante, pero hay cosas que no han cambiado desde que estaba en la platanera: sigue estudiando y practicando lucha canaria en un equipo.
Migrantes y canarios conviven en este sector que, en su mayoría, sigue empleando a personas nacidas en las Islas. Así lo cuenta Cire Sow, un joven mauritano de 21 años que se encarga del deshijado. Tal y como explica, consiste en eliminar los hijos secundarios que nacen de una planta para permitir que el más fuerte pueda crecer. Antes de que él pueda retirarlos a punta de filo, otro trabajador debe marcar con un rotulador las matas que van a desechar para que él sepa cuál debe conservarse. Ese trabajo requiere de mucha fuerza y, a menudo, lo realiza bajo un fuerte sol. Sin embargo, se siente “cómodo y tranquilo” en la plantación, “agradecido” por las oportunidades que ha tenido hasta ahora para poder ganarse la vida por su cuenta y encontrar un hogar donde vivir. Eso no quita que tenga metas para el futuro, ya que desea seguir formándose en otros oficios. “Siempre hay que aprender cosas nuevas”, reflexiona.
Sow llegó a Gran Canaria hace cinco años cuando era menor y no sabía decir nada en español. Hoy en día se desenvuelve con soltura en el idioma, aunque todavía hay algunas palabras que se le atascan. Al decirle que, si lo prefiere, puede comunicarse en francés, responde: “En Mauritania lo hablan los que estudian, pero yo no estudiaba”. El joven no aprendió a leer y escribir hasta que llegó a Canarias, donde recibió distintas formaciones tanto en el centro de menores como después de cumplir los 18. El giro que ha dado su vida es muy grande, ya que ahora compagina su empleo y las labores del hogar con sacarse el carné de conducir. “La gente que viene aquí debe estudiar y aprender a hablar español”, apunta.
Las plataneras, vía de integración social
El sector del plátano, en su gran amplitud, tiene tanto bondades como durezas. Al igual que cualquier trabajo relacionado con la agricultura, supone un gran desgaste físico y los salarios no suelen ser muy altos, rondando los 1.200 euros al mes. Esta cifra apenas se sitúa ligeramente por encima del salario mínimo interprofesional fijado en 2025, que es de 1.184 euros.
Con todo, trabajar en un cultivo como este, que emplea a muchos canarios, es un importante motor de integración social. No solo porque implica ganar un sueldo, mayor independencia y una ocupación con la que contribuir a la economía de las Islas; también ayuda a establecer lazos con la gente local, reduciendo posibles brechas entre unos y otros. Además, al no hacer falta una formación académica, es un primer acercamiento al mundo laboral para aquellas personas que no dominan todavía el idioma o que no han tenido la oportunidad de estudiar. En cualquier caso, conseguir el empleo no es tan sencillo, y a menudo conlleva un largo proceso con un importante desgaste psicológico.
Desde CEAR, González explica que existen varios condicionantes para que las personas migrantes accedan al mercado laboral. Para tener un empleo se requiere de una autorización de trabajo en España, que está enmarcada en la normativa de Extranjería. También hay personas que se acogen a la solicitud de protección internacional, regulada en la Ley de Asilo, porque han huido de su país por motivos de persecución. A través de la misma, la persona solicitante tiene autorización para trabajar seis meses después de iniciar el trámite, aunque el proceso suele alargarse bastante más. En caso de que la resolución resulte favorable, esa persona recibe una tarjeta de refugiado con la que puede seguir trabajando. Por el contrario, si la resolución es desfavorable, el solicitante pasa a situación irregular, aunque ya haya trabajado, y se atiene a la Ley de Extranjería, que es más restrictiva. Eso es lo que le sucedió a Naby Camara.
Salir adelante sin ninguna ayuda
Antes de llegar a Canarias, estuvo viviendo en varios países como Senegal, Gambia, Guinea Bissau y Sierra Leona, incluyendo también su Guinea Conakry natal. Allí trabajaba como músico y artista, pero decidió salir de África para buscar un futuro mejor. Intentó tramitar un visado desde varios países, pero en todas las ocasiones, tras un importante desembolso económico, se lo denegaron. Por eso, optó finalmente por pagar el viaje a Canarias a bordo de una patera.
Ya en el Archipiélago, mientras esperaba a que se tramitase su solicitud de asilo, encontró un empleo fijo en un centro de menores donde ejercía de mediador. Cuando la resolución resultó desfavorable, no pudo seguir trabajando. Un tiempo después, de vuelta al mercado laboral, estuvo varios meses en el empaquetado y transporte de plátanos hasta que consiguió otro empleo como educador y traductor. El tiempo que estuvo cargando cajas, tuvo la oportunidad de conocer a muchos canarios que se dedican a ese sector, y todos ellos comparten que es un trabajo muy duro aunque, al menos, les garantiza cierta estabilidad. Camara rememora que se levantaba a las 5:00 de la mañana para trabajar de 7:00 a 12:00 sin parar. Tras “dos horas de descanso sin hacer nada”, volvía a ponerse manos a la obra hasta las 17:00.
El 20 de mayo de 2025 entró en vigor una modificación legislativa que, entre otras cuestiones, reduce el tiempo de espera para que un migrante en situación irregular pueda optar a un empleo. Hasta hace poco, se situaba en tres años, y con la nueva norma pasan a ser dos. Tal y como cuenta González, es pronto para hacer un balance general de su marco de aplicación, pero destaca que podría suponer un gran perjuicio para las personas solicitantes de protección. En caso de estar trabajando y recibir una resolución negativa, no solo tendrían que dejar su empleo, sino que, además, los documentos que acreditan esa labor ya no servirían para justificar el arraigo. Sería como si se reiniciase el tiempo de estancia en el país; como si la persona migrante acabase de llegar al territorio de acogida.
Desde que llegó a las Islas, Camara ha compaginado los trabajos que ha tenido con el mundo de la música, organizando festivales y tocando en su banda. De hecho, cuando estuvo sin empleo, fue el arte lo que le permitió subsistir. “La gente se piensa que el gobierno nos lo da todo, eso me molesta. La gente está equivocada. Yo nunca he tenido una ayuda”, sentencia.