El pasado 4 de diciembre de 2024 participé en el “Simposio de Jóvenes Investigadoras e Investigadores del Patrimonio Cultural, la Memoria y la Identidad Canaria”, celebrado en la sede del Instituto de Estudios Canarios en la Casa Ossuna, en La Laguna. Este evento fue impulsado por la Dirección General de Patrimonio Cultural y el ICDC (Instituto Canario de Desarrollo Cultural). Tuve el honor de intervenir en la mesa redonda titulada «El patrimonio cultural y la memoria: su papel en la educación y divulgación en Canarias». Compartí espacio con destacados especialistas:
- Ovidia Soto Martín, Doctora en Ingeniería y especialista en tecnología educativa para la
conservación del patrimonio, profesora de la Universidad de La Laguna y de la Universidad Internacional de La Rioja. - Isidoro Hernández Sánchez, director conservador del Museo Arqueológico de Fuerteventura.
- Candelaria María Dorta Núñez, doctoranda en el programa de Estudios Interdisciplinares de Género de la Universidad de La Laguna.
- María J. P. Viña, conservadora y restauradora de Bienes Culturales por la Escuela Superior de Conservación y Restauración de Bienes Culturales de Galicia, directora de la musealización de la Casa Massieu Van Dalle, perteneciente al Excmo. Cabildo Insular de La Palma, quien actuó como moderadora.
Por mi parte, participé como Licenciado en Bellas Artes, artista, investigador y divulgador del patrimonio cultural, además de ser miembro fundador de la Asociación Cultural Pueblo Maho de Lanzarote, siendo presidente por ocho años, promoviendo especialmente la divulgación y puesta en valor del Patrimonio Cultural en la comunidad edicativa.
Durante el debate, abordamos tanto las cualidades como las deficiencias de las materias relacionadas con el patrimonio e identidad cultural en el ámbito educativo. Aunque mi intención era resaltar los avances logrados, la discusión se centró principalmente en las carencias, algo comprensible para quienes están sensibilizados con estos temas culturales.
La educación en las Islas Canarias ha ignorado sistemáticamente el patrimonio cultural propio, con honrosas excepciones que lamentablemente son minoritarias. Esta omisión ha condenado a generaciones enteras a desconectarse de sus raíces o a reducir su cultura a lo folclórico, especialmente durante el mes de mayo. Algunos podrían argumentar, desde una perspectiva crítica, que existe un programa de intereses políticos que trompica el acceso a esta información.
La enseñanza de la historia y la identidad cultural canaria en los niveles de primaria y secundaria es insuficiente, relegando a un segundo plano los saberes ancestrales de los guanches y su cosmovisión. Este vacío educativo tiene graves consecuencias: un progresivo desarraigo en la población, una pérdida de valores identitarios y una tendencia hacia la homogeneización cultural impuesta por la globalización y el turismo masivo.
El archipiélago sufre además una sobreexplotación turística sin precedentes, acompañada de especulación inmobiliaria y una alarmante degradación de sus espacios naturales. Mientras tanto, las nuevas generaciones crecen sin conocer la riqueza de su propio legado, sin comprender la profundidad de los ideogramas indígenas ni la importancia de la geometría ancestral en la cosmovisión de sus antepasados por ejemplo y también el medio natural que nos rodea y la fragilidad del mismo.
En la última parte del simposio, durante la sección de ruegos y preguntas, un señor mayor formuló una pregunta clave: «¿Esto no es culpa del colonialismo?». Su intervención fue breve pero contundente. De la animada conversación previa pasamos a un silencio sepulcral que resonó entre las paredes de la sala. Nadie respondió durante unos segundos que parecieron horas.
Finalmente, intenté responder, pero mi intervención fue evasiva y poco concluyente. Los demás miembros de la mesa guardaron silencio, y nuestra moderadora intervino para cerrar la sesión. Cuando volví a mirar, el señor ya no estaba; supongo que se marchó indignado por una respuesta insatisfactoria.
Esa noche, durante la cena, me llevé las manos a la cabeza. ¿Por qué no respondí desde el psicoanálisis lacaniano? Si algo caracteriza a los artistas creativos —y yo me he dedicado a ello toda mi vida— es la capacidad de encontrar recursos en la búsqueda conciliadora entre ética y estética, trascendiendo los paradigmas que gobiernan al ser humano y, como ya hicieron otros artistas desde el surrealismo (1924) el estudio de la psiquis humana como un medio para desafiar el formalismo artístico. Siempre me interesó saber por qué carajo hago lo que hago, donde está mi yo-mismo, mi “deseo propio” y dónde los automatismos impuestos que pasan por ser de uno.
La Forclusión: Una Respuesta desde Lacan
Hace tiempo que reflexiono sobre el concepto de forclusión propuesto por Jacques Lacan. Freud, en su libro El Malestar en la Cultura, señaló que para que exista una sociedad organizada debe haber una neurosis determinada que la sostenga. Esto, junto con los aspectos desarrollados en Tótem y Tabú, permitió a Lacan perfeccionar la teoría psicoanalítica a través de la lingüística.
Si volviera a vivir esa escena del simposio, y ya de paso hago un ejercicio en este artículo para quitarme la frustración que en lo real resultó, respondería sin dudarlo que los significantes «colonialismo-en-lo-guanche» están forcluidos en el inconsciente colectivo del pueblo canario, con el permiso de Manuel Alemán, que algo deja entrever en su Psicología del hombre canario. Pero ¿qué es la forclusión? Haré un brevísimo resumen para que entendamos en este artículo sobre lo que es imposible de profundizar en este formato. Quién haya leído a Lacan entenderá a lo que me refiero.
En el Seminario III, Lacan introduce la idea de la forclusión del Nombre-del-Padre como un mecanismo central en la estructura psicótica. Este rechazo simbólico tiene consecuencias significativas en la relación del sujeto con lo real. La forclusión implica la exclusión de un significante fundamental del orden simbólico, es decir, un significante con un significado vacío, lo que puede manifestarse como una falta o un vacío en lo real. Esto explica el silencio que se produjo cuando se formuló la pregunta sobre el colonialismo como fuente de las deficiencias en la educación canaria, es decir, se creó un vacío de un significante forcluido manifestándose en lo real como un silencio.
Para clarificar, distinguimos entre la “función materna” y la “función paterna” en psicoanálisis. No nos referimos a nuestros padres físicos, sino a los aspectos simbólicos que estas categorías tienen en la conformación de nuestro inconsciente. La función materna representa nuestro «objeto de deseo», mientras que la función paterna simboliza «la imposición de la ley».
Es indudable el período colonial de estas islas, con abundantes evidencias históricas. Podemos rastrear cómo se ha encauzado este proceso desde los tiempos guanches hasta la conformación de la canariedad actual. Pasamos de una «función paterna guanche» con su particular «imposición de la ley» ancestral, a la traumática «imposición de la ley del nuevo padre castellano». ¿La pérdida de la lengua guanche fue “sustituido” por la lengua castellana –quítate tú para ponerme yo- o se creó un vacío en la conciencia isleña? Esto bien pudo haber dejado vacío/forcluido la «función paterna originaria», convirtiendo «lo guanche» en un fantasma de nuestro inconsciente colectivo, como bien señala el intelectual realejero Roberto Gil, es decir, lo guanche está y no está al mismo tiempo.
En consecuencia, nuestro «objeto de deseo» —en este caso, las propias islas, la «madre tierra»— sigue siendo inalcanzable para los canarios debido al vacío generado por esa semilla originaria y el significante «colonialismo» vacío de significado en los tres registros de la estructura psíquica de la personalidad (lo real, lo imaginario y lo simbólico). Esto se observa en la marginalidad de los intelectuales que sostienen este discurso, en los silencios automatizados del inconsciente colectivo cuando se toca este «botón», y en las respuestas elaboradas previamente que se dan inconscientemente.
Tocar una forclusión como esta podría desencadenar un programa psicótico en gran parte de la población canaria si no se aborda desde una perspectiva delicada, consensuada, lenta y empática. Imaginemos los posibles efectos: esquizofrenia, trastornos esquizoafectivos, bipolaridad, delirios, alucinaciones… todo esto traducido a nivel colectivo.
Las preguntas que emergen son más fuertes que las afirmaciones:
- ¿Están estas islas y su salud psíquica pendientes de un hilo por un «significante vacío» que, si se corta, desencadenará terribles brotes psicóticos no sólo entre los isleños sino en todo el Estado español actual?
- ¿Cómo podemos abordar un legado histórico marcado por un trauma etnocida como clave de nuestra realidad?
- ¿Existen posibilidades de continuidad de los aspectos que nos definen como cultura propia en un mundo globalizado?
- ¿Podemos conciliar la dialéctica entre individuo y colectivo?
- ¿Es el fin de nuestra historia, o todavía existen estratigrafías por estudiar, dudas por resolver y que esto se vierta/revierta en lo real?
- Las disciplinas artísticas, ¿no tienen nada que aportar en todo este frangollo en el que estamos sumidos?
Sobre esta última duda no podría faltar una mención a la tercera columna del psicoanálisis: Carl Gustav Jung, quien trabajó con imágenes, arquetipos y el inconsciente colectivo, aportando una perspectiva esencial para entender las dinámicas profundas de la psique humana. Desde hace algunos años, he venido desarrollando una propuesta educativa que conecta estas ideas con el contexto canario: una unidad didáctica titulada La Historia Menuda de Canarias, diseñada en dos modalidades: para estudiantes de primaria y secundaria. Este proyecto busca, a través de imágenes, narrativas concretas, objetos históricos y actividades creativas, llenar los vacíos que la vorágine de la vida moderna ha ido dejando en nuestra memoria colectiva como pueblo.
El arte, en este sentido, emerge no solo como una herramienta expresiva, sino como un vehículo fundamental para fortalecer la identidad y la salud psíquica, tanto a nivel individual como colectivo. No se trata únicamente de lo que podríamos llamar la “cocina del arte” —el dominio técnico del óleo, la habilidad para encajar un modelo a carboncillo o cualquier destreza plástica específica—, sino de algo mucho más profundo. El arte es el elemento que nos convirtió en humanos, el acto creativo por excelencia que nos ha permitido responder, a lo largo de la historia, a los desafíos esenciales de la existencia.
La creatividad es, y ha sido siempre, una fuerza transformadora capaz de dar sentido a nuestras experiencias, resolver problemas complejos y construir puentes entre el pasado y el presente. Explorar estas ideas en profundidad sería sin duda materia para desarrollar en otro lugar, pero lo fundamental es entender que el arte tiene el potencial de ser el antídoto contra la desconexión y el vacío identitario que hoy nos afecta. Si la clave para una psiquis saludable radica en reencontrarnos con aquello que nos define como comunidad, tal vez sea el arte el que pueda guiarnos en ese camino hacia una mayor conciencia cultural y personal.
Sin duda, el futuro se presenta apasionante.