
“Se acabó el tiempo de las ilusiones”. Así resumió la situación internacional la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, en un discurso reciente ante el Parlamento de Estrasburgo. Como si los europeos hubieran sufrido un desengaño, como si alguien hubiera abusado de la buena fe de los europeos confiados, pobres víctimas inocentes de la perfidia de las potencias que en el mundo son. “Al final de la guerra fría, algunos creyeron que Rusia podría integrarse en la arquitectura económica y de seguridad europea. Otros confiaron en una protección norteamericana que duraría siempre. Y bajamos la guardia”.
“Algunos creyeron”. “Otros confiaron”. Pregunto yo: ¿pero quiénes serían esos “algunos” y esos “otros” tan misteriosos, responsables de colocarnos hoy en una situación delicadísima? Von der Leyen se lo calla, pero habría que enterarse de quiénes fueron, porque este discurso de ahora recuerda mucho a aquel famoso “hemos vivido por encima de nuestras posibilidades”. Suena, otra vez, a sacudirse toda responsabilidad, a endosarle la culpa a no se sabe qué agentes indefinidos, o a diluirla en la masa del plural mayestático. Nos dicen que todos tenemos la culpa, aunque los de a pie no tengamos capacidad decisoria. Y si todos tenemos la culpa, en verdad la culpa no es de nadie. Las políticas de austeridad post 2008 generaron gran sufrimiento y pobreza a muchos y enriquecieron a unos pocos. Los responsables siguen sin rendir cuentas. Nos convendría evitar que aquello se repitiera.
Si en algo es maestra Europa es precisamente en eludir la responsabilidad. Ahora descubrimos que Putin es “un vecino hostil”, pero ¿acaso no lo era también cuando atacó Chechenia en 1999 y Georgia en 2008? El régimen ruso ya era autoritario, dictatorial, agresivo e imperialista hace 25 años, pero nada de eso le impidió a Europa tener relaciones políticas y comerciales con él. ¿Valían menos las vidas chechenas y georgianas que las ucranianas? ¿No tiene Europa relaciones con otros regímenes imperialistas? La hipocresía del discurso europeo de los valores —en lugar de los intereses— está a la vista de todo el mundo.
En cuanto al fin del paraguas defensivo estadounidense, la temeridad europea ha sido mayúscula. La negligencia, manifiesta. Durante décadas los europeos han abrazado con alegría el vasallaje ante los intereses norteamericanos en una relación absolutamente desigual: posición de sumisión total en el ámbito tecnológico, no reciprocidad en el intercambio de información, seguidismo en política internacional, dependencia casi absoluta de sistemas de defensa bajo control USA, o episodios tan humillantes como la red de espionaje norteamericana al gobierno alemán —que sepamos—, con pinchazo al teléfono de la canciller incluido. Ni aquel episodio ni la destrucción de infraestructura europea han merecido respuesta. Menos mal que son aliados. Mientras, Europa se ahorraba una pasta en defensa y deslocalizaba alegremente toda su producción industrial al continente asiático, hasta el punto de que cuando le hizo falta producir millones de mascarillas —no microchips, no material industrial pesado, simples mascarillas— fue incapaz. Todo en nombre de los dividendos, el neoliberalismo y la economía especulativa, valga la redundancia. Es el mercado, amigo. Quien se atreviera a denunciar la desindustrialización o mencionara una posible capacidad defensiva europea era ridiculizado, cuando no directamente atacado por querer socavar la OTAN. A pesar de la amnesia de von der Leyen, las personas responsables de estas políticas tienen nombre y apellidos.
¿Y ahora? Ahora no sabemos para qué sirve la OTAN, única garante de la defensa europea. Su primera potencia militar amenaza con atacar a un socio si no le entrega parte de su territorio, y la nueva sintonía EEUU-Rusia genera serias dudas sobre la respuesta norteamericana en el supuesto de un ataque ruso a un socio OTAN europeo. Es más: con la nueva administración estadounidense, ya no se sabe si los socios americanos respetarán los contratos de mantenimiento y actualización de los sistemas armamentísticos de los que dependen los europeos, como los nuevos cazas F-35, recientemente adquiridos por países como Bélgica o Finlandia. Y así, al verse desnudos, a los europeos ahora les entran las prisas, de ahí los discursos grandilocuentes en favor de la industria europea y una autonomía estratégica que hay que construir corriendo tras décadas de dejación, con inversiones de 800 mil millones que no van a pagar las grandes fortunas, ni las tecnológicas, ni la banca, ni los fondos de inversión.
Lo fácil es culpar a Donald Trump, y es verdad que es un elemento absolutamente impredecible a los mandos de la primera potencia mundial. Pero mientras las andanzas del inquilino de la Casa Blanca llenan horas de tertulias radiofónicas y rellenan columnas de opinión, casi nadie parece reparar en la cuestión de fondo, conocida hace tiempo en los círculos decisorios europeos: hace tiempo que los intereses estadounidenses no pasan ya por Europa, sino que ahora están en Asia. Para EEUU el centro de atención está en China, su principal rival, la amenaza a su hegemonía mundial. China necesita materias primas para seguir ganando pujanza, por eso una alianza entre China y Rusia —rica en esas materias de las que carecen los chinos— es la peor pesadilla al otro lado del Atlántico. De ahí la anterior política americana de arrinconamiento a Rusia —con la expansión de la OTAN, que debía incluir Ucrania— y el actual deshielo y acercamiento, absolutamente disparatado. El objetivo es obstaculizar la colaboración sinorrusa. Los líderes europeos lo sabían y lo saben, pero prefirieron plegarse a los intereses USA como si fueran los suyos, en lugar de prepararse para el fin probable del paraguas defensivo estadounidense. Esta misma semana el ministro de defensa finlandés pidió a EEUU claridad sobre la posible retirada de tropas de suelo europeo para enviarlas al Indo-Pacífico, o sea a la zona de influencia china; el mes pasado el ministro de defensa alemán ya solicitó información al respecto.
Y así, mientras se desbarata el (des)orden mundial basado en relaciones multilaterales, por supuesto desiguales, y un derecho internacional cada día más ajado, pero mejor que ninguno; mientras los ultrarricos van a por los restos de legalidad internacional y bienestar que quedan para enriquecerse más, aun a costa de terminar de hundir a la mayoría y aun a riesgo de provocar una guerra a gran escala —que también les llenará los bolsillos—, en el planeta Canarias la cosa no va con nadie. En las Islas la información, el debate, la reflexión global, internacional hecha desde y para Canarias brilla por su ausencia, como si no nos tocara a nosotros todo lo que pasa en el mundo. Excepciones, las de siempre, absolutamente minoritarias. La colonialidad también se manifiesta en la aversión al conflicto, y por lo visto tratar de política internacional con la cabeza y los pies puestos en Canarias sería colarnos sin invitación en la sala de los mayores, que seguro nos echarían un buen rasque. Ante la crisis existencial de la UE, la interrogante en que se ha convertido la OTAN o el desmantelamiento del sistema internacional de relaciones, mejor limitémonos a hablar de cómo va el turismo o de la carga imposible que supone acoger dignamente a 6000 menores llegados en condiciones infrahumanas al Archipiélago. De las cosas grandes ya se encargan los señores, allá en España y Europa. Nosotros no nos metemos en las cosas de los señores.
Pero aunque cierres los ojos para que no te vean, la vida sigue a tu alrededor y la realidad te alcanza. Quizá creamos que Canarias está lejos de las zonas de conflicto, pero los países del Sahel están ahí al lado, en nuestro continente. Europa ha perdido su poder en la región. Altos dignatarios europeos se han llevado restregones diplomáticos antes impensables en visitas a países africanos; las tropas francesas han ido siendo expulsadas de la Françafrique y sustituidas por mercenarios rusos; también es conocida la presencia de intereses empresariales chinos en África. Sumemos mercenarios rusos, más empresas chinas, más la carrera por hacerse con los recursos, más la lucha por la hegemonía mundial y tendremos un cóctel a las puertas de Canarias que no augura nada bueno para los próximos años. No olvidemos que la OTAN —o sea, EEUU— tiene una base aérea estratégicamente importante en Gando y en el pasado ya ha habido maniobras militares norteamericanas en Fuerteventura y en las aguas cercanas al Archipiélago. Menos mal que estábamos lejos.
Eso por no hablar del rearme a la carrera de los europeos y la urgencia por hacerse con las tierras raras que requiere la tecnología armamentística. En Fuerteventura hay yacimientos, igual que los hay en el fondo marino al sur de Canarias, en aguas en disputa, el famoso Monte Tropic. Con la nueva situación, ¿qué peso tendrán consideraciones ambientales o sociales frente a las prisas por rearmarse? ¿Canarias hará oír su voz sobre el asunto? ¿Será escuchada?
Otro asunto espinoso es el de la flota oscura rusa, la Dark Fleet con la que el régimen ruso da salida a su petróleo, sujeto a sanciones, bajo bandera de conveniencia. Son petroleros obsoletos, en condiciones de seguridad nefastas, que pasan continuamente por Canarias aprovechando los corredores de aguas internacionales entre las Islas. Incluso han llegado a recibir mantenimiento en el Puerto de La Luz, ya vacíos. El riesgo de que provoquen una marea negra devastadora es enorme, pero también suponen un riesgo de seguridad por lo impredecible de la situación internacional.
Canarias también se la juega en este mundo en plena transformación, y tiene que plantearse seriamente qué lugar quiere ocupar en el nuevo escenario de seguridad y concretamente dentro de la nueva UE, que ya no será la misma. Esconder la cabeza bajo el ala no es una opción viable. En la nueva autonomía estratégica europea, ¿vamos a ser una simple plataforma para luchar por los intereses europeos y norteamericanos en África? ¿Seremos así objetivo legítimo? ¿Haremos las veces de abastecedor minero —materias primas, como buena colonia— para la defensa del continente europeo a costa de nuestro medio ambiente, nuestro bienestar y nuestra seguridad? No lo sabemos, pero hacer como que la cosa no va con nosotros es una receta para el desastre. Hasta ahora en Canarias se ha hecho total dejación en todo lo tocante a relaciones internacionales más allá de lo estrictamente comercial. Algo parecido, salvando las distancias, a la actitud europea con respecto a su dependencia de EEUU y su desindustrialización. Al menos ellos, mejor o peor, están reaccionando ante el nuevo escenario. ¿Y nosotros?