
Vaya esta pieza del periodista Juan Manuel Bethencourt a modo de obituario de José Abad (1942-2025), escultor lagunero autor de algunas de las esculturas más icónicas del arte canario contemporáneo. Su fallecimiento no deja de abrir interrogantes acerca del distinto tratamiento que ha recibido del poder político su obra frente a otras creaciones más que cuestionables. Descanse en paz.
José Abad ha muerto a los 82 años de edad. Fue el escultor lagunero por excelencia, también uno de los artistas más prolíficos de las Islas, maestro del hierro (sobre todo) y la madera, participante en centenares de exposiciones, creador incansable, estudioso también de tendencias y técnicas, distinguido más por el reconocimiento popular que por la academia, acaso debido a la relevancia adquirida por algunas de sus obras más señeras, sobre todo los guanches de Candelaria, su trabajo más conocido sin lugar a duda.
Esta vertiente de su obra, la semblanza de los aborígenes isleños, marcó una etapa de su trayectoria artística, sobre todo en la Villa Mariana y en La Laguna, su municipio natal. Quedó en el pozo de los proyectos incumplidos uno de dimensiones colosales (hasta treinta metros de altura, se decía en el Ayuntamiento a mediados de los años noventa del siglo pasado), promovido por Elfidio Alonso, en su condición de alcalde de Aguere en dos etapas, que impulsaba el encargo de la escultura gigante de un líder guanche, probablemente Tinguaro, en la cima de la montaña de San Roque, es decir, dominando con la mirada el casco histórico de la ciudad que irónicamente también lo es de los Adelantados, es decir, de los conquistadores castellanos.
Más allá de su capacidad de trabajo, de su libertad creativa, de esa determinación que define a los artistas con mayúsculas, el estilo de Abad siempre prefirió cierta forma de exceso y ofreció a cambio escasas oportunidades a la contención. Su escultura es muy física y eso lo acerca, vaya paradoja, a otro creador muy citado en Tenerife en los últimos tiempos, aunque por motivos muy diferentes. Ese artista amigo de la rotundidad expresiva se llama Juan de Ávalos y nació en Extremadura. Su única obra ubicada en las Islas es objeto de una gran controversia.
José Abad, que no fue galardonado con el Premio Canarias de Bellas Artes, tampoco vio recibir a ninguna de sus obras la catalogación pública de Bien de Interés Cultural (BIC). No es el único. El patrimonio escultórico está desaparecido en esta categoría de protección histórico-artística en las Islas, mientras que, por el contrario, abundan los castillos, molinos y ermitas que sí han recibido ese reconocimiento del Gobierno de Canarias como administración competente en la materia. Otros gigantes de las artes plásticas han sufrido esta extraña omisión, caso de las espirales de Martín Chirino o los móviles de César Manrique en las glorietas de Lanzarote. Tampoco obras de artistas foráneos pero muy conocidas y reconocidas, como el guerrero de Henry Moore ubicado en la Rambla de Santa Cruz de Tenerife, han merecido la atención de expertos ni autoridades.
Camina, sin embargo, y a buen ritmo, el expediente para la declaración como BIC del monumento en homenaje a Francisco Franco en Santa Cruz de Tenerife, obra de Ávalos. Lo hace, cierto es, por una decisión judicial que no define el resultado final del proceso, solo ordena la tramitación del expediente, sometido ahora a informes de diversas entidades a solicitud del Cabildo de Tenerife. Podría darse el caso de que fuera la primera escultura declarada BIC en Canarias, circunstancia que supondría su blindaje respecto al cumplimiento de las obligaciones señaladas por la Ley Canaria de Memoria Histórica, que establece los principios y procedimientos para la retirada de símbolos franquistas en el territorio isleño. Una ley, por cierto, votada por unanimidad del Parlamento autonómico. Son estas cosas que a veces pasan en Canarias y de las que nadie se hace cargo, pero que nadie impide, por comodidad o desidia. DEP, don José Abad.