Traemos a la Revista Digital Tamaimos un extracto del primer capítulo del próximo lanzamiento de las Ediciones Tamaimos: Latitud 28 y la lucha cultural antifranquista, a cargo del músico y profesor de filosofía Davide Paiser Ayala. En la obra se da cuenta de la muy original experiencia del grupo Latitud 28, que en la Gran Canaria de los años 60 agrupó a artistas de múltiples disciplinas, de inequívocas convicciones izquierdistas, en su combate contra la dictadura.
El 1 de junio 1963, a eso de las ocho de la tarde, el poeta Manuel González Barrera se dirige al público que se ha congregado en uno de los salones de la Escuela de Arte Luján Pérez para asistir a un “recital de poesía española contemporánea”, anunciado durante los días previos por Radio Las Palmas. El salón está lleno y en la puerta se dejan ver los habituales policías que velan por el cumplimiento del guion. La lectura ha terminado. Ha corrido a cargo de Mela Campos, Luz Marina González Barrera, José María García y el propio Manuel, que cierra el programa. Sin embargo, cuando acaba la declamación de los versos de Ángela Figuera, José Ángel Valente, Luis Feria y Carlos Sahagún, seleccionados para la ocasión, en lugar de la previsible despedida, el poeta inicia un encendido alegato de protesta contra los límites y las restricciones que desde la dirección de la Escuela han impuesto a quienes llevan unos meses reuniéndose y preparando actividades tras sus muros:
El grupo Latitud 28 de la Escuela Luján Pérez se reúne un sábado más a celebrar un acto, que hace el número 5 de los que venimos celebrando sábado tras sábado. Cara al público parecen muy pocos actos para formar una tradición en nuestro mundo cultural y social. Pero hagamos un poco de historia en la vida intelectual de la Escuela Luján Pérez. Nosotros, que somos jóvenes, vamos a retroceder simplemente hasta esta escuela que nos ha llegado. Una escuela sumida en la indigencia, lanzando una producción, valga el término comercial, de mentalidades grises. No solamente en el terreno pictórico sino en cualquier manifestación intelectiva. Pero nosotros, y decimos una vez más, los jóvenes, siempre con ese impulso que la ha caracterizado y con ese entusiasmo romántico que también es casi privativo de la juventud, hemos querido resurgir de esa entelequia que nos ha llegado. Creemos que en parte lo hemos logrado. Hemos logrado reunir un público, nuestro público, que sigue paso a paso todas nuestras actividades. Hemos llegado hasta el día de hoy con alegría, pisando fuerte y firme (valga la pedantería) y hoy también, cuando ya nuestro grupo ha tomado forma y peso, tomando densidad cultural en nuestro ambiente insular, hoy, decimos, se nos pretende negar lo que a la juventud jamás se le debe negar: los medios materiales con los que se puedan desarrollar sus inquietudes, sus impulsos, toda esa fuerza arrolladora que siempre lleva consigo la sangre nueva y sana. Recordemos las palabras de nuestro querido viejo Don Miguel de Unamuno: “Una juventud sin rebeldía no es juventud”.
Tras la lectura del texto, el poeta rompe la hoja de papel y abandona el centro de la escena, entre murmullos de sorpresa de los asistentes al acto. Los policías se miran, inquietos. ¿Quiénes son estos jóvenes airados y qué es lo que pretenden? Manuel González Barrera no es precisamente un desconocido para la Brigada de Investigación Político-Social. Hace apenas unos meses ha resultado absuelto, por falta de pruebas, en el proceso que lo ha llevado a prisión por su participación en el movimiento Canarias Libre. Aparte de eso, es un excelente poeta, alguien que conoce los libros del momento y que lee a los autores que hay que conocer. Un moderno. Y no es un caso aislado. Por lo que hace a la primera lectora, Mela Campos, también realiza esculturas en forma de ídolos y pronto se revelará como una notable actriz. Pese a su juventud, ha vivido varios años en Venezuela con su pareja, el artista Tony Gallardo. Allí ha sido testigo de un país que se pone en pie tras años de dictadura y ahora, de vuelta en Las Palmas, vive inmersa en el trasiego que suponen las múltiples actividades desplegadas por este nuevo colectivo en el que Tony lleva la voz cantante. Luz Marina González Barrera, la hermana de Manuel, es otra joven despierta y comprometida, excelente recitadora y que también representará papeles principales en las obras de teatro que el grupo proyecta montar. José María García, el último de ellos, es, junto a Manuel, la otra autoridad en materia literaria: un hombre de porte elegante y semblante sereno, poeta y locutor radiofónico en Radio Las Palmas, actividad que se revelará crucial para dar a conocer las actividades del colectivo. Todos ellos se encuentran volcados de manera febril en unas dinámicas que trascienden la mera afición al arte y la literatura, aunque esa sea la fachada.
El poeta Juan Jiménez recuerda los pasos del grupo y su propia implicación en el mismo: «Hacían teatro, lecturas de poesía, sobre todo teatro. Estaban los hermanos Gallardo… Había mucha gente. Tony Gallardo era un gran dinamizador. El que ocupaba el escenario era él. Pero había mucha gente tan importante o más que él. Su hermano era el apoyo, el que empujaba. Tony era el héroe. José Luis era la infraestructura, el que animaba, el que lo apoyaba. Ambos fueron los que armaron el equipo dinamizador de Latitud 28. Pero una persona que fue muy importante, y que para mí era el alma de Latitud 28, fue Manuel González Barrera. En todos los sentidos. Políticamente y como escritor. Estaba dedicado totalmente a la actividad política, al activismo político-cultural. Bueno, y yo tomé partido. La primera caravana la organicé yo, en Carrizal, y la segunda, en Ingenio. La primera fue en diciembre del 63. Y la segunda fue en enero, veinte días después, o menos de veinte días después, próximo al día de Reyes del 64. Y fue en Ingenio, en el Cine Moderno. En el Carrizal se realizó en la Sociedad Unión Fraternal. Fueron hechos que marcaron la vida del pueblo».
Más adelante nos ocuparemos de las mencionadas “caravanas culturales” y otros hitos de la época pero, de momento, seguimos en los albores de Latitud y será mejor que sea el propio González Barrera quien explique los inicios: «Nos conocimos en la Escuela Luján Pérez porque Gallardo fue a buscarnos, Tony Gallardo, que ya era un activista tremendo. Yo llevaba un tiempo merodeando la Escuela Luján Pérez, haciendo mis cosas, incluso hice una escultura, la primera de mi vida, que se llamaba “Retrato de Lord Byron”, que yo no sé ni dónde está eso ya… Pues yo formaba parte junto con Felo Monzón, con Rafaely, con Ulises, del grupito de intelectuales que después de pintar se ponían allí en una mesita a hablar de poesía, de pintura, de todo, arreglábamos el mundo. Tony probablemente se enteró y fue para allí. Se metió y empezó a intentar dar cohesión a aquello, pero a la vez lo destrozaba. La idea era formar un grupo cultural en la misma Escuela Luján Pérez, con una orientación política, porque allí estaban Felo Monzón, y Mario Pons, el director de la Escuela, que era de derechas, aunque era a la vez un hombre muy generoso en los actos culturales y esas cosas. Pero claro, estaban escaldados, con miedo, naturalmente.
»En la Escuela éramos muy pocos miembros de Latitud, Latitud todavía no existía, éramos básicamente “un grupo que hacía cosas”. Por ejemplo, el recital de poetas contemporáneos, en el que yo leí Los cobardes de Miguel Hernández y me costó un disgusto, nos vetaron en el Museo Canario… Después hicimos cosas de Ángela Figuera Aymerich, también hicimos la representación de aquello de Manolo Padorno, cómo era, “poeta blanco, poeta negro y mujer negra”2, con un decorado muy surrealista, en el Museo lo hicimos, los decorados eran de Rafaely, también con Fabián Conde hicimos recitales. Allí en la Escuela hacíamos pequeños recitales, no éramos más de diez personas en torno a una mesa grande, esas cosillas, entonces entra Tony como un elefante en una cacharrería, diciendo que aquello era leche machanga, que aquello no era sino divertimento para burgueses, y al final nos fuimos con él al Victoria. Éramos cuatro gatos. Se hizo un manifiesto allí mismo, que luego se rompió allí, lo rompimos allí y nos marchamos, lo rompimos para simbolizar la ruptura con la Escuela Luján Pérez. Tony tuvo rencillas allí por motivos que no recuerdo, probablemente políticos. Lo que sé es que de repente se marcharon todos para el Victoria y yo me vi allí y dije: pues vámonos para el Victoria”».