En un artículo titulado “Canarismo: centralidad, transversalidad y hegemonía”, publicado en Canarias 7 el 14 de enero de 2021 –hace ahora unos cuatro años– avanzaba la siguiente hipótesis:
“A mayor integración del canarismo, mayor centralidad y transversalidad, también mayor hegemonía, y de paso, mayor simplificación y estabilidad de las opciones de gobernabilidad. Dicho de otra manera, una fragmentación del espacio político del canarismo tiene como consecuencias ineludibles la pérdida de la centralidad transversal y la hegemonía parlamentaria por parte de aquel, y a la par una mayor complejidad e inestabilidad de la gobernabilidad. Se instaura una dinámica centrífuga que tira de ambas fuerzas (CC-PNC y NC) hacia los extremos, de una manera tal vez forzada por una dinámica de competición y enfrentamiento que acaso no corresponda con fuerzas por lo general bastante moderadas, por otro lado, y perfectamente capaces de llegar a acuerdos”.
Este artículo apareció incluido posteriormente en mi libro Canarismo. Sobre nacionalistas y otras especies amenazadas (págs. 63-66, Ediciones Tamaimos, 2022). Creo que en lo esencial tanto el artículo como el libro en su conjunto siguen vigentes a la espera del segundo volumen de la trilogía. Tal vez, en lo que hace a esta cita, a día de hoy eliminaría algunos adjetivos, adverbios y locuciones que me resultan más cuestionables como “ineludibles”, “tal vez” o “acaso”. Sin embargo, sin querer erigirme ahora en “profeta de lo evidente”, mucho de lo acontecido en el 2024 avanza en la dirección de la demostración de dicha hipótesis. En este artículo defenderé que el movimiento centrípeto que venimos observando muy probablemente ganará velocidad y concreción de aquí al verano de 2025.
Continuaré por lo obvio: con el término “canarismo” aludo al espacio político, ideológico, cultural y social, antagonista del “españolismo”, ocupado casi en exclusiva por Coalición Canaria y Nueva Canarias-Bloque Canarista (NC-BC). Si estuviera en Cataluña hablaría de catalanismo y de fuerzas como Junts, ERC o la CUP, que son fuerzas mayoritariamente independentistas. En cambio, las fuerzas canaristas son autonomistas y constitucionalistas, sin proyecto de construcción nacional canaria –más allá de las tradicionales menciones de rigor en los textos que casi nadie lee– y por tanto, no nacionalistas; principalmente orientadas a la defensa de las singularidades económicas y fiscales ante Madrid y Bruselas. Gozan de apoyo electoral, presencia institucional y cierta capacidad para moldear los discursos y propuestas sobre Canarias en el contexto actual. Existen otros actores con bastante menos apoyo electoral (Sí Se Puede, Drago, Liberación…) dentro del mismo espacio canarista, pero, a mi juicio, constituyen una facción distinta –que he dado en llamar “canarismo popular”– caracterizada por otros elementos y que merece un análisis propio en otro lugar.
En los primeros siete meses del año el canarismo autonomista vivirá un calendario endiablado. Durante el mes de enero, el sector crítico de NC-BC además de las fuerzas municipales con acuerdos electorales, más o menos integradas en la estructura hasta ahora compartida, celebrarán asambleas para votar lo que llaman la “desconexión» de NC-BC, lo cual no deja de ser algo así como dejar al sector oficial solo y en cuadros. Como previsiblemente el plan de desconexión no tiene retorno, en marzo o abril tendrá lugar una suerte de convención-congreso fundacional que acordará la constitución de una nueva federación de partidos. Esto último es clave, porque facilitaría una política de alianzas electorales y postelectorales flexible e incluso experiencias de competición virtuosa multinivel en esta primera fase, adaptada a las diferentes sensibilidades en esa futura federación.
Cualquier movimiento ‘a la desesperada’ que pueda realizar el sector oficial de NC-BC antes de su anunciado congreso en julio para renovarse fulminantemente o, lo que es lo mismo, dar paso a su eterna segunda fila, será en vano. Y en julio ya será tarde. Perdieron definitivamente el barco en el que podrían haber liderado este proceso y conducirlo a buen término evitando la escisión. Como comenta desde hace tiempo un buen amigo, NC-BC no sobrevivirá a su núcleo fundacional ni a éste parece importarle gran cosa un objetivo así. Resulta poco creíble que quienes han firmado alianzas electorales con CC en tres ocasiones (por no hablar del Centro Canario Nacionalista [CCN] de Nacho Rodríguez o el Partido de Independientes de Lanzarote [PIL] de Dimas Martín) acusen ahora a los críticos y a los miembros de grupos independientes de derechizarse y arrojarse a los brazos de CC. Inaudito. Los relevos a veces se saben hacer y otras veces, no. Este es un claro ejemplo de lo segundo.
En la otra orilla de CC, no tan alejada como a algunos les interesa hacer ver, reina la calma que da estar en el gobierno, con capacidad para controlar los presupuestos y el capítulo de contratación. Coalición realizará en abril un congreso de trámite –el octavo– en el que no se esperan sobresaltos ni aportaciones teóricas de calado. Una primera lectura de las ponencias política y de estatutos sometidas ahora a las enmiendas de la afiliación devuelve la literatura acostumbrada. Más allá de alguna mención poco creíble a un Estado plurinacional o una Plena Autonomía Interna, que se mencionan como misterios insondables no dados al entendimiento de la razón humana, más de lo mismo: autonomismo constitucionalista, exclusivamente centrado en el REF o en el estatus RUP ante Europa. No hay proyecto ni para el medio ni para el largo plazo. ¿Qué quiere CC que sea Canarias en 2050? Misterio.
Sostengo que, a todas las condiciones de fragmentación, debilidad, escaso bagaje ideológico, pérdida de peso político fuera de Canarias, etc. que hemos venido observando en el canarismo desde hace años, se está sumando una circunstancia que va a contracorriente, más por demérito del españolismo que por mérito del canarismo y que no deja de resultarnos conocida: la enésima constatación del absoluto desinterés del Gobierno estatal, de los partidos estatales, por la situación de Canarias, esta vez ejemplificada en la imposibilidad de llegar a un acuerdo mínimamente satisfactorio para dar una respuesta digna a los menores inmigrantes no acompañados. Crece en la sociedad, a mi juicio acertadamente, la percepción de que si este fenómeno tuviera lugar en otros lugares del Estado español, el PSOE y el PP habrían sabido encontrar soluciones rápidamente; que si Canarias –he aquí lo no tan novedoso, pues no deja de ser un eco de 1993– contara con un grupo de cuatro o cinco diputados y diputadas canaristas, de obediencia canaria, otro gallo nos cantaría y no el que nos está cantando.
A mi juicio, se está creando una coyuntura similar, de alguna manera, a la que dio lugar al nacimiento del Bloc Québecois (BQ). El fracaso de la reforma constitucional canadiense de los Acuerdos del Lago Meek en 1990 provocó que la sociedad quebequesa diera un nuevo impulso a su voluntad de construcción nacional. Los parlamentarios quebequeses integrados hasta entonces en el Partido Conservador y el Partido Liberal (socialdemócrata) atendieron entonces a la ciudadanía antes que a las directrices federales de sus respectivos partidos para fundar en 1991 el BQ, un partido social-liberal en sus orígenes, bastante progresista en la actualidad y radicalmente soberanista. Salvando las muchísimas distancias, percibo que la sociedad canaria, tal y como ya he defendido en las líneas anteriores, empieza a ver con simpatía un movimiento de esas características en las próximas elecciones generales. No tanto porque políticos del PP o del PSOE pasen a integrar las filas del canarismo –aunque algún caso ya se está dando– sino porque éste se presente con un nivel de cohesión mayor al actual mediante algún tipo de fórmula imaginativa y suficiente, lo cual recuerda al nacimiento de la primera CC.
Mucho de lo hasta aquí escrito no deja de formar parte del terreno de la especulación que, en dosis razonables, también compone el análisis político. El futuro no está escrito de antemano y todo puede cambiar por una jugada hábil de algún actor, que sepa interpretar de manera acertada la partida, el momento, las debilidades y fortalezas del resto de actores. En cualquier caso, sí terminaré este artículo reafirmando lo probable: en el próximo ciclo electoral (¿ 2026-2027?) el canarismo autonomista y transversal será determinante, seguramente más de lo que lo es ahora, dando testimonio de una sociedad distinta, con un mapa electoral y un sistema de partidos también distinto de lo que ocurre en las autonomías sin hechos diferenciales.
CODA: Canarias es una nación pero está lejos el día en que el canarismo pueda ser considerado un nacionalismo, por más que se abuse de este término. Mientras esto no se comprenda seguiremos siendo una autonomía de segunda en muchos aspectos que ve cómo sus justas demandas son ninguneadas por PP y PSOE, algo que jamás harían con otras autonomías al norte de Gibraltar. Por eso son tan necesarios un canarismo fuerte, que gane espacio electoral frente a otras opciones, y una sociedad civil canarista que lo espolee. Veremos después del verano…