Creemos1 que es necesaria una pedagogía de la canariedad porque lo que sabemos sobre nuestra historia antigua, nuestros paisajes, nuestras manifestaciones artísticas, nuestras gentes no nos ha servido para generar conciencia de grupo y fortalecernos. Nuestro patrimonio en todas sus dimensiones – así lo vemos – sigue sin convertirse en bandera, en seña de identidad de forma generalizada. Y un pueblo necesita saber quién es, de dónde viene, qué espacio habita y cómo lo habita para mirar hacia el futuro y hacia arriba con seguridad. Si quienes tienen respuestas para todas estas preguntas se las cuentan entre ellos y ellas, pero no logramos luego hacer una verdadera y bien construida transferencia a la sociedad canaria general, esas aportaciones son de museo. La pedagogía de la canariedad debería ser esta bien construida transferencia a la sociedad canaria general.
En esta propuesta, los relatos que escogemos para definirnos desempeñan un papel importante. Deben considerarse, por un lado, los que forman parte de la literatura canaria que se divulga y se trabaja en las aulas y, por otro lado, los relatos que cotidianamente nos contamos acerca de nosotras mismas.
En relación con los primeros, tal vez convendría reflexionar sobre las obras que se trabajan en los distintos niveles educativos, las obras que se conocen y se difunden en el marco de la literatura canaria. Tenemos en esta reflexión la posibilidad de poner en valor textos que no se han difundido, quizá, lo suficiente y que creemos que tienen riquezas que ofrecernos. Así, Enrique Nácher gana en 1957 el Premio Pérez Galdós con la novela Guanche y con ella tenemos la oportunidad de entender elementos constitutivos de nuestra forma de ser y de nuestra forma de habitar nuestro espacio. Juega con tensiones dicotómicas con un alto valor pedagógico porque nos muestran extremos y los extremos son fáciles de entender. La dignidad y la indignidad, la valentía y la cobardía, la derrota y la victoria nos ayudan a comprender nuestros sistemas de pensamiento.
Felipillo, el personaje al que vemos evolucionar en la novela desde bebé hasta la adultez, alberga en su interior todas esas tensiones y nos las despliega para que las reconozcamos y nos miremos las nuestras. Nos detenemos a modo de ejemplo en el capítulo IX, que recoge una escena tremendamente representativa de la relación con el turismo en las islas. Sucede la escena en el muelle de Las Palmas y describe la lucha de un grupo de niños, entre ellos Felipillo, que se lanzan al agua para pedir monedas a los y las turistas de un crucero. Los niños nadan, se pelean, se dañan y, en definitiva, montan un espectáculo para los y las visitantes. Felipillo, que era el más menudo y el que más hambre tenía, despierta el interés de quienes observan desde la cubierta del barco y a él le lanzan varias monedas. Los demás tratan de arrebatárselas, pero consigue meterse en la boca tres.
En este escenario, Nácher (1999)2 expresa lo siguiente:
“Y al final de la hazaña, he aquí un pintoresco grupo de niños ayudándose en solitaria compañía, para que pudiese reír a gusto un cargamento sin alma que sólo puede entender el bello color de la Isla” (p.119)
“De algún modo dolían a Felipe las risas de los turistas. Parecía éste un modo de sentirse menos que nadie con aquellas pesetas de limosna en la mano. Una cosa nueva que no pudo conocer nunca en el Pagador. Él no sabía que el suyo era, al fin, un sentimiento de humillación. Se sentía cansado, triste y la sensación de abandono y soledad era cada vez más sensible.
¿Por qué esto?
He aquí una pregunta rabiosa que pudo hacerse mirando la risa de los del barco. Insensiblemente comenzaba a odiar. Seguro que aquella gente no tenía derecho a reírse. […]
Era emocionante pensar ahora que él tuvo un abuelo. Don Rafael dicen que se llamaba. Y había en la cosa un vehemente deseo de grandeza. Sin embargo, se encontraba ridículo reteniendo la porquería de unas pesetas en la mano cerrada mientras intentaba mirar de frente a la gente que reía arriba” (p.120)
Muy probablemente no sea necesario interpretarle al lector ni a la lectora estos fragmentos de Nácher que nos hablan con fuerza. Más aún si los comparamos con otros en los que, en torno también a las monedas y a la lucha canaria, aquellas contienen connotaciones muy diferentes:
“Ahora un tal Pollo de Tirajana había vencido su lucha por cango y, mientras el vencido buscaba sitio entre los del equipo, el de Tirajana emprendió un viaje especulativo por delante de las sillas de preferencia, para recoger monedas que le daban simpatizantes y admiradores. Demostró bravura y habilidad y la gente lo valoraba dándole al Pollo vencedor lo que tenía por voluntad” (Nácher, 1999, p.258).
La indignidad de las monedas en el episodio del barco contrasta con la dignidad de las monedas en la luchada. Esta dignidad está vinculada en la obra con la conexión con nuestro pasado. En los fragmentos del muelle, Felipe se recoloca cuando recuerda a su abuelo don Rafael y conecta con la grandeza que, finalmente, lo hace tirar al mar las monedas recibidas de los y las turistas. Ahora, en Campo España durante la luchada, esa dignidad también se vincula con un pasado más pasado todavía:
“Eran casi todos muchachos altos, macizos y de gran fortaleza física. La vieja estirpe de los guanartemes parecía haber concentrado dos grupos ideales de descendientes. Aquí estaban, como un milagro del tiempo, los guanches de Gran Canaria. Tal como son, como fueron y como serán mientras dure la llamada de la lucha, que los hace acudir con renovados atavismos de raza” (Nácher, 1999, pp.253-254).
Nos quedamos con un elemento más de esta novela de Nácher que podemos alinear fácilmente por esta pedagogía de la canariedad que proponemos. Se trata de la representación de la derrota y de las dos vías con las que se ejerce la autoridad para superarla dentro de la obra. Por un lado, la autoridad (o, más bien, el poder) se ejerce por medio del dinero y, así, Miguel y Salvadorito Martín o Nicolás Ramírez encarnan las actitudes caciquiles de quienes, desde su amargura existencial, se imponen con lo único que tienen: poder adquisitivo. Adquisitivo de bienes, de servicios, de personas en condición de vulnerabilidad. Por otro lado, el ejercicio de la autoridad también se pone de manifiesto por medio, precisamente, de la superación del derrotismo. María Candelaria, la madre de Felipillo, y el propio Felipillo, son figuras de autoridad en Guanche porque se arraigan en el entorno, se fijan en el paisaje, ejercen la bondad y recuerdan sus orígenes. Sin decirlo, el autor nos hace una propuesta que entra sola porque entra literariamente, sin didactismo.
El valor pedagógico de Guanche se basa, primero, en su valor literario. No la ensalzamos porque hable de nuestra tierra ni porque identifiquemos espacios ni porque en ella reconozcamos una modalidad lingüística que es la nuestra. La ponemos en valor porque es buena literatura. Escogiendo buena literatura canaria, también lanzamos un mensaje de dignidad.
En esta línea, Enrique Nácher también publica Cerco de arena unos años después de Guanche. Está ambientada en Fuerteventura, en la península de Jandía, y quienes hemos vivido allí reconocemos la veracidad de lo que nos cuenta del impacto del paisaje, de cómo marca las vidas de sus gentes y de lo que puede esa realidad suponer para una joven maestra que llega de la península a ejercer su profesión. Para comprender esta isla es una lectura valiosísima.
Si saltamos de autor, Víctor Ramírez, en Cada cual arrastra su sombra, nos impacta de entrada por el formato expresivo. Ángel Sánchez nos habla de él en la introducción de la edición de 1988 de Biblioteca Básica Canaria:
“Veamos que este castellano risquero con tal alto grado de mestizamiento es mitad documental, mitad invención del autor. Ramírez permite felices transgresiones léxicas, casi siempre legítimas dentro del sistema derivativo imaginario del habla isleña. La base de ese sistema es un léxico de aluvión bastante asentado en el idiolecto común de los canarios, al que suma una sintaxis muy suelta en apoyo renovador. Lenguaje de madurez criolla que el lector vindicará en seguida como su propiedad significante, librado desde las primeras líneas al juego de las asociaciones” (p.21).
Diríase que esto que se observa de una obra publicada en 1971 vuelve a sonar como novedad editorial en 2020 con Panza de burro de Andrea Abreu. Tal vez, sería bueno para esa pedagogía de la canariedad que reflexionáramos acerca de por qué nos cuesta tanto dar a conocer la valía de algunas obras excelentes de nuestra literatura como Cada cual arrastra su sombra.
Sin entrar con esta obra tampoco en análisis que no nos corresponden, sí que expresamos que es un texto de impacto porque los personajes y lo que sienten y lo que piensan y lo que dicen nos llega sin filtros. Los vemos desnudos porque Víctor Ramírez parece no ponerle ropa a nada. En un momento determinado, Blasín nos dice que “La quería a lo bruto, a lo camello, estúpido, sin cerebro” (Ramírez, 1988, p.52) para describir cómo se sentía hacia quien fuera su novia. La prosa del autor en esta obra es fuerza expresiva también a lo bruto, a lo camello porque, en nuestra opinión, en Cada cual arrastra su sombra, es importantísimo aquello de lo que el autor decide prescindir. Prescinde del corsé de una forma establecida, prescinde del peso de los nombres para designar a las personas, prescinde de la estructura esperable y, con esas decisiones, nos hace conectar con lo que también nosotras somos cuando prescindimos de lo superfluo.
Esto, en sí mismo, nos ayuda a conocernos. De nuevo, la calidad literaria es herramienta de construcción de nuestro relato de nosotras mismas.
Decíamos al principio que, en favor de una pedagogía de la canariedad, podemos revisar no solo lo que leemos de literatura canaria, sino también lo que nos contamos acerca de nosotras mismas en nuestra cotidianidad. Sobre estos segundos relatos, vemos como elemento esencial la reflexión en torno a tres elementos: nuestra inidentidad, nuestra atomización y nuestros tópicos.
Por no alargarnos, simplificamos mucho para señalar que nuestra inidentidad guarda relación con esa incapacidad que a veces manifestamos para transferir a la sociedad canaria lo que se ha ido descubriendo acerca de quiénes somos, de dónde venimos y cómo nos vivimos. Nos dará fuerza hacerlo y debemos comenzar por sentirnos merecedores y merecedoras de esa fuerza. Para conseguirlo, bien nos vendrá soltar la atomización que hace que el habitar islas nos impida sentirnos un solo pueblo. El mar no debería ser brecha sino cuna de una identidad común.
Asimismo, es tiempo de dejar de relatarnos, por ejemplo, como gentes caracterizadas por una especie de abulia que nos conduce a la inacción. Como ejemplo de reinvención de nuestros tópicos, baste con esto que nos cuenta Pedro García Cabrera en otro texto imprescindible, “El hombre en función del paisaje”:
“En realidad no existe ese aparente estatiquismo. Sino que como en los volantes de las máquinas, la rotación máxima finge quietud. Los radios sosegados engendran una vertiginosa rosa de aire. El insular es contemplativo. Es decir, soñador. El ensueño es una veloz forma de actividad. La potencia soñadora es directamente proporcional al dinamismo del paisaje” (p.205).
Esta idea de García Cabrera puede verse en sintonía con esta otra de Ángel Sánchez: “la mente de los canarios se concentra en la isla de San Borondón” (1983, pp.17-18).
Con estas últimas aportaciones de estos dos pensadores canarios que escriben sobre Canarias, no buscamos más que mostrar que es una decisión revisable seguir contándonos lo que nos contamos acerca de cómo somos. Tenemos la obligación de construirnos un relato que nos dé fuerza. Tenemos un pasado y un paisaje que nos lo recuerda. Tenemos patrimonio cultural valioso que nos define sin tópicos y nos ayuda a ocupar nuestro lugar.
Es difícil de creer que, con una vinculación íntima y profunda con nuestros paisajes, no logremos re-relatarnos como un pueblo unido y fuerte que ha vencido porque se ha sobrepuesto a la derrota. La derrota es un estado de conciencia igual que lo es la victoria. No hace falta que nos devuelvan a quienes vendieron como esclavos y esclavas en la península cuando vinieron a “conquistar” unas islas que ya estaban conquistadas. Tampoco necesitamos que nos dejen hablar nuestra modalidad lingüística en cualquier contexto y en cualquier circunstancia, ni que les demos las gracias por el permiso. Lo que necesitamos es conectar con la conciencia de victoria que nos da conocernos, aceptarnos y ponernos en valor.
En el CEIP Tenteniguada, las aulas tienen los nombres de los roques y los farallones del lugar. En este colegio, saben de la fuerza del paisaje y del potencial que tiene para acompañarnos a conectar con lo importante. Se puede hacer pedagogía de la canariedad; solo necesitamos voluntad.
Recordemos que tenemos que superar la interferencia de los “factores-neblinantes” de los que nos habla Manuel Alémán (2022) y que suponen un obstáculo para la percepción de canariedad.
Se puede. Tenemos a la escuela canaria esperando a que entre todos y todas sumemos voluntades para crecer.
- Alemán, M. (2022). Psicología del hombre canario. Instituto de Psicología Social Manuel Alemán.
- García Cabrera, P. (1987). Obras completas. Volumen IV. Consejería de Cultura y Deportes. Gobierno Autónomo de Canarias.
- Nácher, E. (1998). Cerco de Arena. Cabildo Insular de Fuerteventura. Servicio de Publicaciones.
- Nácher, E. (1999). Guanche. Centro de la Cultura Popular Canaria.
- Ramírez, V. (1988). Cada cual arrastra su sombra. Biblioteca Básica Canaria. Viceconsejería de Cultura y Deportes. Gobierno de Canarias.
- Sánchez, Á. (1983). Ensayos sobre cultura canaria. Edirca.
Andamana Bautista es vicedecana de Prácticum y Trabajos de Fin de Título de la Facultad de Ciencias de la Educación de la ULPGC
- Este texto está basado en una charla compartida por la autora en las II Jornadas de Artenara celebradas los días 26 y 27 de octubre de 2024.
↩︎ - Esta edición de 1999, editada por el Centro de Cultura Popular Canaria, tiene, a modo de prólogo, tres textos interesantísimos: “Breve introducción crítica”, de Sebastián Sosa Barroso; “El guanche que queremos”, de Alfonso O’Shanahan; y “Una novela conjuradora”, de Víctor Ramírez.
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