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La noticia referida al comportamiento privado de Errejón ha causado en mí una profunda zozobra y desilusión: con los machos de izquierda y los feministos rampantes, que abanderan las manifestaciones del 8M y que defienden mis intereses mejor que yo. Me siento cercana a mujeres que reclaman, cada vez más, espacios exclusivos. Eso es desilusión.
Quisiera exponer, por otro lado, unas reflexiones sobre varios puntos que, si bien arrancan de este hecho, trascienden al mismo y creo que es necesario tener en cuenta en pos de avanzar en nuestra coexistencia. No se trata de un sentimiento, más bien es una invitación desesperanzada a la convivencia.
En primer lugar, conviene recordar que no es lo mismo ser un sinvergüenza que ser un delincuente. El ser sinvergüenza tiene que ver con un conjunto de actitudes y comportamientos que producen vergüenza propia y/o ajena. Esto es independiente de conceptos como el bien y el mal, lo correcto o lo incorrecto. Me viene a la cabeza la actitud de Diógenes y su estrambótica vida, con una ingenuidad alejada de cualquier vergüenza social y, sin embargo, nada en contra de las normas de la Atenas de la época. Contextualizado en nuestro momento, el andar desnuda por la calle puede ser de «sin vergüenza» pero en España, hoy en día, no es delito. Por contra, ser nudista puede estar sostenido en unas amplias convicciones morales y políticas.
Por otro lado, mucho se habla del comportamiento sinvergüenza de algunas empresas, o más concretamente, empresarios. El “presumir de pan delante de un pobre”, es un refrán que refleja un sinvergüenza tradicional en nuestra sociedad. Hoy en día, también es el signo de muchas redes sociales. Yo añadiría el “ser pobre y presumir de pan, que no tienes, delante de un pobre”, típico en vídeos de 30 segundos, además de sinvergüenza, es estúpido, pero ya es otro tema que trasciende a esta reflexión.
Errejón ha tenido un comportamiento sinvergüenza. Ya no me refiero a sus presuntos actos en la esfera de lo privado, atentando contra la estima e integridad emocional de sus parejas sexuales. Me refiero al hecho de publicar una carta llena de pedantería y vacuidad donde, con una total sinvergonzonería, echa la culpa al neoliberalismo y al patriarcado lo que en definitiva es producto de sus decisiones y responsabilidad. Es lo mismo que el que un abusador eche la culpa de sus decisiones al ser víctima él, a su vez, de abusos… Si fuese así, ¿cuántas mujeres serían hoy en día violadoras, abusadoras, criminales sexuales?
La Ley integral de garantía de la libertad sexual tiene su objeto manifestado en el artículo 1: “la garantía y protección integral del derecho a la libertad sexual y la erradicación de todas las violencias sexuales”. Creo, por un lado, que esto es más que necesario pues es la base de relaciones sanas; por otro, y viendo los resultados, parece en la actualidad inviable. A la luz de los acontecimientos recientes, se diría que el consentimiento sexual, el tan machacado y atacado “solo sí es sí”, en sí mismo, no evita la violencia sexual. El consentir en una relación sexual no implica la ausencia de violencia, la libertad y equidad en la relación, que es, en definitiva, lo que va a determinar el libre consentimiento. El comportamiento sexual es muchísimo más complejo para que un sí manifiesto sea evidencia del libre consentimiento.
El relacionarse sexualmente desde el poder implica que el “sí es sí” no diga mucho, y, desde luego no implique, tal y como señala el objeto de la ley, la libertad sexual y la eliminación de la violencia en las relaciones. El sí, en este tipo de casos, puede significar el reconocimiento del poder de la otra persona y de la inequidad de la relación.
Creo que ese es el problema fundamental de esta ley. No garantiza la igualdad en poder en las relaciones. No puede porque no hay mecanismos en una sociedad cada vez más desigual, donde la mujer sigue siendo la más desigual de entre los desiguales y donde ya se cuestiona hasta su misma esencia.
No sé en qué quedará esto, pero intuyo que en una debacle de la izquierda alternativa, la vuelta de Pablo Iglesias a la arena política, la reconfiguración del arco político, así como el cuestionamiento de las relaciones de poder que permitan que una persona consienta relaciones que son humillantes y vejatorias, que permitan que las mujeres nos sintamos más seguras en una red social que en un juzgado; del fracaso del Estado ante la obligación de proteger las libertades de su ciudadanía, específicamente de las personas más indefensas. Ni se sabe, ni se le espera y eso, también es de sinvergüenza.
Nivaria Ortega es politóloga