El siguiente texto, préstamo de título incluido, es un fragmento del capítulo dos de 928-922. Apuntes sobre la canariedad hirviendo. Incluido en la Colección Alongues de las Ediciones Tamaimos, su autor, el lanzaroteño Borja Rubio, hila en esta obra un conjunto de reflexiones a modo de ensayo cercano sobre las nuevas y múltiples expresiones de canariedad que la juventud enarbola en los últimos años en planos como la música, la literatura, las redes sociales, la protesta, etc.
Me perdonarán este pequeñito spoiler pero es que dice tanto el título del primer capítulo de la novela Panza de burro que era imposible no reutilizarlo aquí. Mientras escribo esto, el libro ya ha sido publicado por 25 editoriales y ha sido traducido a alrededor de 18 lenguas, y es vendido por miles en más de 30 países. Incluso, además de vender sus derechos para llevarse al cine, ya ha sido estrenada su adaptación teatral con una increíble acogida por público y crítica.
Al igual que en la música urbana, la internacionalización de su arte certifica que lo canario es, en tanto que existe, humano y global. Lejos de ser una forma de vanagloriarse o de esperar el reconocimiento ajeno, sirve, en un contexto de ocultación de nuestra naturaleza, para demostrarnos que estamos aquí y tenemos voz.
Andrea Abreu (Tenerife, 1995) transformó la literatura canaria con esta obra ambientada en la periferia de la periferia, que relata por primera vez los ecos de la generación nacida al calor del desarrollismo turístico-económico. Ninguna sociedad sobrevive igual a duplicar su población en tres décadas, a un éxodo rural sin precedentes con su correspondiente hacinamiento urbano, y con una ampliación a un tiempo ilusionante y destructiva de las oportunidades económicas y de progreso. Los hijos de esas familias que levantaron la industria turística en Canarias con sus manos y el tiempo que no les pudierondedicar, son ahora la generación que retrata Abreu, partida entre dos mundos, donde lo nuevo nace fallido y deforme, y lo viejo es pobre y antiguo. Desde el proceso colonial, nunca nada había pasado en esta tierra con tanta radicalidad como el turbocapitalismo del que hemos participado en estos últimos cincuenta años y que nos ha llevado a tener plazas alojativas y soportar con nuestros servicios a catorce millones de personas que anualmente nos visitan.
Las ventajas del modelo son notables, y se encargan de repetirlo constantemente en los medios de comunicación, ya que tenemos las mejores condiciones de vida de nuestra historia —que ya es decir, a la vista de las imponentes cuotas de pobreza y bajos salarios—, las mejores oportunidades, el mayor desarrollo institucional y de servicios, pero al coste de abrir una grieta con las generaciones pretéritas del tamaño del Teide. La vida de un joven canario de hoy tiene menos similitudes con la vida de su abuelo e incluso de su padre que la de ningún otro joven canario en toda nuestra historia, y eso se debe, en parte a la revolución tecnológica y al cambio de paradigma de los últimos años. Las implicaciones sociales del desarrollismo turístico marcan nuestro sino desde la modificación del paisaje, pasando por los nuevos cánones de ocio, hasta la mentalidad que la industria turística ha acabado por inocular a una ya de por sí maltrecha autoestima.
En este estado de cosas hay voces de lamento, que describen con entendible desazón que no se puede construir una identidad sin raíces, que la desconexión entre ambos mundos ha acabado por generar una sociedad con escasas coordenadas, que lo canario, entendido como un fetichismo nostálgico, perece. Otras, como la de Abreu marcan el camino e ingresan en la grieta, permanecen en ella, y halando de un lado y de otro mantienen un equilibrio que será eje gravitacional de la nueva canariedad.