Lo ibérico como sinónimo de español, y lo español como sinónimo de ibérico. Canarias, como primera posesión colonial de España y de la era moderna, no forma parte de la idea de España, ni para las derechas, ni para las izquierdas, ni para ninguna de las naciones ibéricas
“El nacionalista español lleva en el corazón la España de Felipe II, donde no se pone el
sol […]. Una España uninacional, borbónica, autoritaria, aquilatada por Francisco Franco
[…]. Todos con la misma identidad nacional española y castellana. Y si no, te vas a
enterar”.
Así describe Jaime Miquel —analista electoral y asesor de varios partidos políticos,
exmiembro del gabinete de Presidencia del Gobierno de España— la idea de país que
albergan no pocos españoles. Para Miquel este es uno de los principales escollos que
impiden que surja una “nueva altura política” que genere a su vez una “evolución
institucional del Estado coherente con su naturaleza plurinacional”. Es esa concepción
nacional centrípeta del Estado, negadora de su realidad plurinacional y nostálgica de
gloriosos pasados imperiales, la que impide que España dé un salto cualitativo en el
desarrollo de todo su potencial, a decir de Miquel. Es también el principal impedimento
para la asunción de la explotación colonial que caracteriza buena parte de la historia
española, añado yo de mi cosecha.
El ejemplo más reciente lo tenemos en el último encontronazo entre España y México,
otro más de una ya larga serie. Cuando el Presidente mexicano le pide a Felipe VI
trabajar conjuntamente para que “el Reino de España exprese de manera pública y oficial
el reconocimiento de los agravios causados y que ambos países acuerden y redacten un
relato compartido, público y socializado de su historia común […] de los tres siglos de
colonia y también los 200 años del México intependiente”, la Casa Real española da la
callada por respuesta. Al final, es el Ministerio de Exteriores español el que responde a
México en un tono airado y paternalista, rechazando “con toda firmeza” el contenido de la
misiva presidencial. México se ofende, como es lógico, y enfría la relación, hasta el punto
de no invitar a Felipe VI a la toma de posesión de la nueva presidenta mexicana, Claudia
Sheinbaum. La mandataria habla de “enojo”, “grosería” y “visión de superioridad”. No
parece ser la española una política exterior muy inteligente.
Pero hete aquí que lo que para la nostalgia imperial española es del todo punto
inaceptable ya comienza a ser realidad en su entorno europeo. Países que fueron
potencias conquistadoras ya vienen hace años reconociendo su pasado de opresión
colonial: Alemania, Países Bajos, Dinamarca y Noruega, Reino Unido, incluso Bélgica y
Francia han expresado todos su pesar y han reconocido, cada uno con sus matices, su
responsabilidad en las atrocidades coloniales. No es el fin, sino el inicio de un proceso.
España, sin embargo, sigue enrocada en la negación de su realidad; también en el
reconocimiento de su historia colonial va rezagada, lo que no hace sino empeorar otra de
sus graves taras: el complejo de inferioridad que siente hacia otros países europeos, otro
de los motivos que le dificultan asumir su pasado tal cual es. Prefiere acusar a otros de inventarse una leyenda negra. Para España reconocer agravios, pedir perdón, es señal de
debilidad. Masculinidad tóxica.
España sigue empeñada en que lo suyo fue una misión civilizadora, un encuentro
fraternal de culturas, hasta el punto de sostener con toda seriedad que lo suyo no fueron
colonias, sino provincias en pie de igualdad con la madre patria —que no metrópoli—.
Cuentistas del género de aventuras à la Pérez Reverte propagan bulos como el del
mestizaje, y fabuladores varios à la Roca Barea se meten a historiadores de palacio
ajenos a todo rigor, pero con el viento editorial en popa y a toda vela. Mientras, los
estudios minuciosos y fundamentados de profesionales de la historiografía como el
catedrático Antonio Espino, que detalla las prácticas horripilantes de la conquista
española en Canarias y América, quedan relegados de la atención mediática y fuera de
los escaparates de las grandes librerías. Del veto a descendientes de moriscos, judíos,
negros o guanches en las universidades, como cuenta Blanco White en su Letters from
Spain, no tenemos noticia.
Escuchando a Jaime Miquel es fácil caer en la tentación de creer que toda esta visión
nacionalista excluyente e imperialista es patrimonio de las derechas españolas. Pero en el
Estado español todos nos hemos socializado en la glorificación del pasado imperial y en
la sacrosanta unidad nacional. El propio Miquel propone como proyecto de futuro para
España la “confederación ibérica […] lo ibérico es práctico, es pragmático, eficiente”. —Si
es ibérica, será también con Portugal, pregunta un contertulio. “Sí, con Portugal”,
responde Miquel. Una unión confederal con Portugal para mancomunar servicios, con
justicia retributiva… Pregunto yo: ¿alguien se cree que un estado soberano de pleno
derecho y firmemente instaurado en el concierto internacional como Portugal va a
abandonar su independencia para integrarse en una confederación con España? Los tics
imperialistas están presentes incluso en quienes quieren combatirlos, hasta en un
defensor a ultranza de la plurinacionalidad como Miquel. Por no hablar ya de lo ibérico
como sinónimo de español, y lo español como sinónimo de ibérico. Es decir, como hemos
esgrimido infinidad de veces: Canarias, como primera posesión colonial de España y de la
era moderna, no forma parte de la idea de España, ni para las derechas, ni para las
izquierdas, ni para ninguna de las naciones ibéricas. Y en paralelo a todo lo expuesto, si
parte de la izquierda ibérica sí respalda la exigencia de México de que España reconozca
su papel colonial, esa misma izquierda jamás reconocerá la misma exigencia en el caso
de Canarias, que tiene absolutamente el mismo derecho a reclamarla que México y todos
los demás países que fueron colonia española.
El colonialismo no es un fenómeno del pasado. Sus consecuencias están absolutamente
vigentes hoy. No hay más que ver las relaciones desiguales de poder entre excolonias y
antiguas metrópolis, las mismas que forman el primer mundo gracias en gran medida al
expolio de otros que perpretraron durante siglos. Exigir un reconocimiento de aquella
explotación, de aquellos agravios, es de toda justicia. Pedir perdón es sólo el primer paso
en el camino hacia una relación justa e igualitaria, tanto en el caso de México como en el
caso de Canarias, como ya exigió el artista Luis Morera en 2009. Justo es reconocérselo.