Más allá de la formulación político-económica concreta que representó el keynesianismo, puesto en práctica principalmente en las democracias occidentales a partir de las distintas crisis económicas durante el siglo XX ( crack del 29 y II Guerra Mundial, fundamentalmente ) y recuperado en cierta manera tras la pandemia del coronavirus –no exclusivamente por gobierno socialdemócratas– quiero aludir en este artículo más precisamente al bienestar como ese estado de tranquilidad y comodidad del individuo (y de las sociedades), ausencia relativa de malestar, que incluye no sólo el aspecto material sino también el psicológico, como sabemos como mínimo desde Maslow.
Se trata de un bienestar que, en cualquier caso, como autoexigencia ética, no debe hacernos olvidar el malestar que también existe en amplios sectores de la sociedad canaria y del resto del mundo. O, para ser más preciso, los malestares de todo tipo que habitan en tantas ocasiones no demasiado lejos de nuestras costas y hasta aquí llegan para reclamar su legítima porción de bienestar. Evoco un concepto que sitúe en el horizonte el objetivo de la felicidad, que no puede ser medida cuantitativamente al completo, pero sí en gran parte cualitativamente, como ya se hace en otros lugares del mundo. Una reciente entrevista a Tshering Tobgay, primer ministro de Bután, sirve de prevención ante cualquier atisbo de ingenuidad, no obstante. Bienestar como antesala de la felicidad para toda nuestra sociedad.
Concibo el bienestar como una aspiración por satisfacer, indisolublemente unida a la materialización de los derechos económicos, sociales y culturales que asisten a la ciudadanía pero además como un deber que obliga al Estado, a los poderes públicos en cualquier nivel. Estos por sí solos no garantizan el bienestar pero sin ellos, cualquier proyecto de bienestar es directamente irrealizable. Conmina esta aspiración indiscutiblemente a tratar de garantizar condiciones de vida digna a toda la población, en todas las etapas de su vida, priorizando aquellos colectivos que puedan estar en mayor situación de vulnerabilidad por cualquier causa: acceso a una vivienda digna, salud física y mental, seguridad, trabajo, educación, cobertura social en el desempleo, la enfermedad y la vejez, etc.; también a procurar un medio ambiente sostenible, limpio y a posibilitar el ejercicio de sus derechos culturales a la ciudadanía; a liberar tiempo del trabajo y otras ocupaciones penosas para la vida, el ocio, los afectos y cuidados; a generar las condiciones para una vida de personas libres e iguales, a perseguir incansablemente el bien común. En el ejercicio de este catálogo de derechos se encuentra la vía para una existencia que vaya más allá de la mera supervivencia.
La aspiración al bienestar debiera situar al canarismo en la corriente de tendencias políticas que atribuyen al Estado un grado de participación relevante en la vida económica de un país, facilitando el desarrollo del mercado y a la vez atemperando sus excesos; organizando los mecanismos de solidaridad interna, a la vez que conteniendo y reduciendo las desigualdades que el sistema capitalista siempre va a generar sin olvidar las tremendas relaciones desiguales entre Canarias y España o Europa; armonizando los intereses contrarios y ejecutando políticas orientadas a la defensa del interés general. Sería razonable que el canarismo albergara en sí mismo la semilla del pacto social como elemento regidor y fuente de equilibrio, que no niega el conflicto pero sí aspira a encauzarlo para su superación. Sin renegar de los saltos cualitativos y cuantitativos, debe ser fundamentalmente incrementalista.
El canarismo, como tendencia política, tendría que ser visto como un instrumento al servicio de dicho bienestar para las mayorías sociales canarias y no como un aliado objetivo de sectores minoritarios, grupos de poder, oligarquías y élites de todo tipo. Cuesta imaginar un canarismo comprometido con el bienestar de la ciudadanía canaria y que no tenga como piedra angular el sostenimiento de un sistema amplio de cobertura social, avanzado, bien dotado de recursos humanos y materiales, tal y como existe en las sociedades que precisamente mayores niveles de bienestar han alcanzado y que lo han logrado a través de una fiscalidad justa. Un canarismo que no cuide de su pueblo, desde la cuna hasta la tumba, sería posible pero no deseable.
El canarismo lleva en el poder, de una u otra manera, con diferentes siglas (CC, NC, PNC, AHI, etc.), desde 1993. ¿Ha traído bienestar el canarismo a nuestro pueblo? ¿Lo hace en la actualidad? ¿Qué indicadores podrían darnos la respuesta con la perspectiva de las décadas transcurridas?