Ahora que la Argentina es golpeada por el primer gobierno autodeclarado anarcocapitalista en el mundo, resulta de extremo interés leer y escuchar las palabras de la intelectual Elsa Drucaroff, acerca de su visión particular sobre el feminismo a propósito de su último lanzamiento. Tomamos prestada esta entrevista, a cargo de Inés Busquets, de la Agencia Paco Urondo. Pueden consultar la publicación original aquí.
La escritora, docente, y crítica literaria Elsa Drucaroff, autora de (entre otros libros) las novelas La patria de las mujeres, Conspiración contra Güemes y El infierno prometido, conversó con AGENCIA PACO URONDO sobre El pasadizo secreto. Escenas de una autobiografía feminista, su nuevo trabajo que habla de una construcción personal a partir de los marcos teóricos de su formación que se vuelven experiencia donde los conceptos se hacen carne.
Agencia Paco Urondo: Lo que más me queda de este libro es el viaje de no retorno que hace esta mujer al feminismo ¿Cómo nace este pasadizo secreto?
Elsa Drucaroff: Nace porque venía leyendo, desde muy joven, a una enorme filósofa feminista italiana, Luisa Muraro. Las lecturas feministas no son solo intelectuales, te atraviesan el cuerpo, la vida, el amor, las amistades, absolutamente todo en tu vida. Venía leyéndola tanto desde lo existencial como desde lo más intelectual, trabajándola en mis ensayos críticos, dándola en mis cursos en la Universidad y, de alguna manera, en la parte literaria, donde me doy cuenta de que me salía un modo de pensar muy Muraro, más allá de que pueda tener discusiones porque me cuesta mucho casarme en un 100% con absolutamente ningún pensamiento.
En un momento, frente una invitación académica que tenía para ir a Europa, me decidí a conocerla. Me contacté con ella, había recibido un libro mío que se llama Otros logos. Signos, discursos, política que toma mucho de su obra, y le aviso que la quiero conocer. Se puso muy contenta, me armó una estadía en la Librería de las Mujeres (Delle Donne), un hito en la historia del feminismo italiano. Se da la casualidad y no tanto de que ella vive en Milano y la Librería Delle Donne era un pedazo también de lo que yo viví en esa ciudad, entre los 25 y los 26.
Yo descubrí el feminismo en Italia, apreté la ñata contra el vidrio de la librería y nunca me animé del todo entrar, por distintos motivos. Entonces, era muy fuerte volver a Milano en este segundo viaje, tan distinto, con tantos años de diferencia, con momentos vitales tan distintos. Estuve 10 días charlando un montón con ella y las filósofas de Diotima, que es una comunidad filosófica de mujeres que trabaja en la Universidad de Verona. Le dije a Luisa que no tenía la menor idea de qué libro iba a escribir y ella, que acababa de enterarse de que yo había vivido en Milano siendo muy joven, me dice “vas a tener que encontrar el pasadizo secreto que une los dos viajes”.
Me empezó a aparecer lo personal, mi historia de vida, junto con las ideas de Muraro, mis propias ideas, mis interpretaciones de Muraro, mi feminismo. Y junto con eso, historias de mi formación, de mi educación sentimental, de mi presente, de mi vida, en paralelo con ese viaje, esa juventud, y mis charlas con Luisa que de alguna manera realumbraban un montón de episodios. Terminé armando una especie de popurrí donde la conversación con Luisa atraviesa todo, reaparece por momentos comentando lo que voy contando, como dándole interpretaciones muy fuertes para mí.
Hay momentos de teoría donde explico, no de un modo académico sino de un modo muy coloquial, algunos conceptos bastante fuertes, pero me parece que son esenciales. Sobre todo trato de contagiar libertad, eso es clave y estoy usando la palabra libertad como debe ser usada. Es nuestra, no tenemos que ni siquiera apropiárnosla, ellos se la apropiaron.
APU: ¿Cómo fue el encuentro en la profundidad de tu ser, no solamente con tu maestra, sino con esa joven de 25 años?
E.D.: Fue un encuentro muy tierno y fuerte. Fue una fue volver a mirarme. Hay algo que me parece bueno en la vida: mirar para atrás y darte cuenta de que hay una continuidad, de que no te traicionaste. No de que sos la misma, eso es una estupidez, no puede ser la misma. Tampoco de que pensás exactamente lo mismo, pero sí que te podés reconocer. Y yo me reconocí en esa chica que tenía muchas más hormonas y que tenía una capacidad de entrega y de riesgo que, para bien y para mal, le garantizó mucho aprendizaje. Me reconocí en escenas claves. Por ejemplo, yo tengo un libro de cuentos que se llama Checkpoint, y ahí juego con cuentos que son un punto de chequeo, como en los videojuegos, donde ves cuál es tu energía, en qué momento estás y qué vas a hacer para adelante. Me di cuenta de que mi viaje a Italia había sido un gran checkpoint. Fue durante el viaje, pero también durante la escritura del libro.
APU: ¿Cómo lo pensaste, cómo lo armaste?
E.D.: En el libro armé, a propósito estilísticamente, como una rara mezcla de tiempos. Hay un presente de la escritura en viaje que yo quise recuperar, que obviamente es artificial, porque uno retrabaja todo eso. También hay un presente de la escritura posterior. Yo llego a finales del 2019 y vuelvo a la Argentina en 2020. Empiezo a escribir en febrero y trabajo toda la pandemia. Es un presente muy reflexivo, de mucho tiempo para pensar, de mucho balance.
Y después está el pasado de esa Elsa jovencita. Traté de trabajar mucho el pasado de una ella joven versus el presente de la escritura, pero el libro tiene estos dos tiempos mezclados constantemente.
APU: Las charlas que tenías con Luisa ¿las grababas?
E.D.: Las grababa en el celular. Trabajé, también, de periodista cultural y usé muchísimo tomar apuntes, pero esta vez la grabé. Lo que sí hice fue tomar apuntes, después, de impresiones personales, pero las charlas son todas grabadas y la desgrabación es textual en las partes que elegí.
APU: Tomás en el epílogo una noción de El Aleph y nos pasa como lectoras mirar ahí y ver muchísimas cosas ¿cómo ves, ese Aleph, ya hecho el libro?
E.D.: Un Aleph de toda una vida y también de la Historia Argentina, porque en el libro aparece. Yo fui adolescente en Dictadura que entró en mi vida cortándome un montón de cosas de mi juventud, a los 18 años. Me la banqué acá, encontré la docencia acá, aparece toda mi historia en una escuela muy relacionada con la Teología de la Liberación a la cual, paradójicamente, cuando está cayendo la Dictadura es el último bastión que atacan y destruyen con denuncias.
APU: Aparece la presencia de tu mamá, con conciencia en algún punto feminista.
E.D.: Sí, con una conciencia feminista muy particular, muy criticable, también. Pero que al mismo tiempo me transmitió, por lo pronto, el significante feminismo, que no es poco. Porque es un significante que daba miedo, antes de 2015. Las mujeres, incluso las feministas, no decían que lo eran porque tenían miedo al ridículo. Pero además, me transmitió un enorme coraje para vivir como se me da la gana, dentro de todas las determinaciones socioculturales, etcétera, hice todo lo que pude o lo mejor que pude con lo que hicieron de mí, y logré bastantes momentos de elecciones (de las que me hago cargo) de libertad, y eso se lo debo a ella.
APU: Entramos con tu mamá a hablar de feminismo que, quizás por la época, era distinto al que se vive ahora.
E.D.: Era más querer parecerse a los varones y querer tener sus mismos derechos que preguntarse por la riqueza de su propia diferencia, aunque se luchara porque esa diferencia no significara menos derechos.
APU: Justamente escribiste en el libro “la causa de las mujeres no debe exigir igualdad porque no somos iguales, sino reconocimiento de la diferencia y exigir para ellas espacio, respeto y oportunidades”.
E.D.: Eso, si querés, se inscribe en parte en el feminismo de la diferencia. Lo que pasa es que, a su vez, lo que se llama de esa forma tiene un montón de derivaciones que a mí tampoco me interesan. Cuando digo que la causa de las mujeres debe pedir reconocimiento de la diferencia, creo que debe sentar las bases para que todas las otras personas diferentes pidan reconocimiento de sus diferencias. A lo que voy, es que hay cierto feminismo de la diferencia que no es el mío, tampoco el de Muraro, que más o menos centran la fuerza de la diferencia en la pura biología, en los genitales que tenés. Tampoco acuerdo con ciertas líneas del transfeminismo que niegan por completo que el cuerpo produzca significaciones, directamente plantean que el cuerpo no importa, que lo único que importa es como te autopercibís.
Mujer es toda persona que se cree mujer, se siente mujer y desea ser mujer, pero que no es lo mismo ser una mujer con útero que menstrúa, que ser una mujer con pene. No es ni mejor ni peor y yo jamás voy a cerrar de un modo odiante la puerta a una hermana que me dice yo soy mujer, yo quiero ser mujer. Vení, peleemos juntas. Digo esto porque hay cierto feminismo de lo que se autodenomina de la diferencia que las expulsa y en ese feminismo, yo no estoy. Pero lo que tampoco quiero es que se me impida sentir, saber y decir que menstruar o tener una menopausia o pasar por un embarazo o no pasarlo o lo que fuere que decidas, no produce subjetividad y significaciones o que las mismas no influyen sobre tu cuerpo. No son ni más ni menos mujeres, pero esas diferencias también deben ser escuchadas.
Detesto, por ejemplo, que me obliguen a no usar la a porque excluye; voy a usarla porque soy mujer, no estoy excluyendo a nadie diciendo quién soy y quién me siento. Esto ha llegado al disparate de que las travestis quieren que usemos la a para ellas y usamos la a, pero cuando una mina quiere usarla para ella, otra le dice que hay que usar la e. Ya tenía a los machistas para que me oculten como mujer adentro del o universal del hombre. Soy una feminista que no se encuadra fanáticamente en ninguna corriente.
Además, el problema de las mujeres es demasiado complejo como para que pueda ser solucionado con una banderita, una etiqueta que te pegas en la frente para ir a cagarte a piñas con otra que tiene una diferente. Con lo cual sos un macho, ganó el patriarcado, ese fue uno de los graves problemas de esta última ola, a mi juicio.
APU: ¿Cómo ves al feminismo en la actualidad? ¿Dentro de esta disputa?
E.D.: No, porque los ataques tremendos que han venido del gobierno y la hostilidad terrible que ha venido con el reflujo de la última ola, que llegó incluso a las organizaciones autodenominados populares a las que llegué escuchar acusar al feminismo de un fracaso que no tiene nada que ver con este movimiento. En este momento, todos esos estúpidos y feroces enfrentamientos, simplemente pararon porque la ola está en reflujo.
El feminismo viene en olas y deja resaca. Si tengo que mirar la resaca positiva, veo la legalización del aborto, una conciencia en muchos hombres, sobre todo menores de 50, de que tiene que haber consenso para los avances sexuales. Que las preguntas de ¿yo abusé?, ¿fui jodido?, ¿maltraté?, han quedado, las veo en los mejores tipos. Después están los que son irremediables, los que les encanta su lugar de poder, de derecha y de izquierda. Para mí, la conciencia de género no tiene que ver con la conciencia de clase, es transversal. Hemos tenido y estamos teniendo ejemplos, la supuesta Alberta que venía para ser mujeres, hay bastantes indicios de que habría sido atrozmente violento con una que estaba gestando un hijo suyo. Una parte de ese reflujo se debe a los propios errores que le quitaron fuerza, otra parte se debe a la contraofensiva feroz, agresiva, del brutalismo de Milei.
APU: Ese feminismo en olas ¿Tendrá que ver con llegar atrás de una consigna y que, cuando la consigue, no se produce una continuidad?
E.D.: Creo que no, creo que tiene que ver con una dificultad entre nosotras de encontrarnos, respetarnos, debatir y legitimar, más allá de las diferencias que podemos tener. Una dificultad muy grande para este concepto que ahora se llamó sororidad, pero que todas las olas feministas tuvieron esta idea de que la amistad, el encuentro entre las mujeres es subversivo.
Cada feminismo, por lo menos este que en Argentina muy claramente empezó en 2015 con el primer Ni una menos, siempre llega como si no hubiera pasado nada atrás. Hay un montón de teorías feministas producidas y que se viene escribiendo, en algunos casos, desde la antigüedad. Por ejemplo, Tres guineas, de Virginia Woolf, está ligada a la acción política y tiene una gran pregunta rectora, que es qué queremos las mujeres. ¿Queremos lo mismo derechos de los hombres para reproducir el patriarcado para ser tan agresivas, tan feroces tan desiguales, o queremos esos derechos para ver qué es lo que vamos a hacer mirando con la riqueza que tenemos por esa lateralidad en la que nos puso la cultura, la historia y nos volvió de una sensibilidad tan particular?
Yo veía como si ese libro no se hubiera escrito, que esta nueva ola actuaba como si esto fuera una película que empezó ahora y despreciaba completamente cualquier cosa que se hubiera pensado antes pese a su riqueza filosófica.
Cuando conseguí que mi pareja leyera Tres guineas, un tipo muy formado, que ha dado años en la facultad de cosas referidas a la teoría política, me dijo ¿cómo este libro no existe para la teoría política? y tiene razón. El pensamiento de las mujeres no se lee, se lee lo contemporáneo de la profe de al lado, cuando se lee. Hay una falta de confianza en nuestro linaje que es profundamente patriarcal, una falta de ir a lo que nosotras hemos pensado. Yo entiendo que es más difícil, por eso no quiere decir que no haya. No estoy diciendo que no hay que leer a Deleuze o Derrida, sino que no hay que centrarse en eso, tenerlo como background y buscar nuestro pensamiento. Me parece otro síntoma por la cual, las olas feministas, nunca logran terminar de legitimarse, encontrar su propia tradición, sostenerla.
APU: Que se caiga el patriarcado es ir por él.
E. D.: Cuento escenas en el libro donde, con mucho miedo y contradicciones, sin hacerme la superada ni en pedo, algún murito patriarcal logré derribar y sentí una sensación tan fuerte de que se podía hacer eso, de “me puedo exponer”. El feminismo es una posición política que debe llevar mucho más a la responsabilidad por nosotras mismas que a la victimización. Una cosa es ser víctimas de la opresión, otra cosa es victimizarse. Hay una diferencia entre denunciar, negarse a ser víctima o mostrar que me ponen en una posición de víctima y la queja victimizante. Todo ser humano es responsable de lo que hace con lo que hicieron de una o de uno. Aún en las situaciones más atroces, hay un mínimo recurso donde vos encontrás un soplo de tu libertad. Para vos es un tesoro, porque fue una resistencia tuya. La gente más vulnerable también tiene recursos y la tarea política es pensar en nuestros recursos, no es la queja. La queja no te lleva a ningún lado, es un goce en si mismo.