Hay que ver en el capitalismo una religión, es decir, el capitalismo sirve esencialmente a la satisfacción de las mismas preocupaciones, suplicios e inquietudes a las que daban respuesta antiguamente las llamadas religiones. (…) En primer lugar, el capitalismo es una religión puramente cultural, quizás la más extrema que jamás haya existido.
(Walter Benjamin, “El capitalismo como religión”, 1921, póstumo)
Hace casi un año Pablo Utray planteó en este medio de comunicación el problema contemporáneo de la violencia a partir de dos de sus vertientes políticas más extremas, el terrorismo y la guerra (Revista Digital Tamaimos, noviembre, diciembre y enero de 2023-24). Siendo esas las principales formas del mal que conforman a las actuales sociedades belicistas, el ideal de construir sociedades justas pasa a su juicio por limitar esos males a partir de una amplia cultura en la que la no violencia sea matriz constituyente e instituyente. Pero para ello se hacía necesario comprender previamente los principales rasgos del espacio-tiempo en el que vivimos y en el que se debe generar esa cultura no violenta. El primero de esos rasgos consistía en comprender la tardomodernidad en la que coexistimos y la actitud transmodernista que se necesita para la transformación social (RDT, abril de 2024). El segundo fue repensar el liberalismo y apostar por una razonable actitud transliberal (RDT, junio de 2024). A la pregunta de cuál sería el tercer rasgo a tener en cuenta, mi heterónimo Pablo Utray me responde que no puede ser otro que tratar de comprender el capitalismo superando el tradicional enfoque economicista, sometiéndolo a una crítica emancipadora eficaz. A esto se dedica el breve y sintético texto que Utray me envía.
I
La palabra capitalismo, siempre controvertida, no se empezó a usar hasta la segunda mitad del siglo XIX. Pero su relativamente reciente uso genérico se refiere a actitudes y procesos económicos de larga data, puesto que un cierto comercio “capitalista” existió ya en la antigüedad y la edad media (China, Arabia y Europa). Sin embargo, en sentido estricto, el término capitalismo se debe aplicar sólo a actitudes y procesos económicos característicos de la modernidad que se desarrollaron a partir del siglo XV, primero y sobre todo en Italia y en Países Bajos.
Como fenómeno característico de la modernidad, el capitalismo debe ser abordado desde dos perspectivas distintas, una doctrinal y otra histórica, perspectivas que existen interpenetradas, entrelazándose. Por consiguiente, la palabra capitalismo tanto se refiere a las doctrinas modernistas de defensa de una específica (y cuestionable) libertad económica, doctrinas que tienen pretensiones científicas aunque están envueltas en una densa ideología, cuanto a las historias modernizadoras de creación de unas concretas (e injustas) estructuras económicas, historias de estructuras que mostraron primero ansias de autonomización y después de sobredeterminación del resto de las estructuras sociales. Y estas dos perspectivas se dan teniendo en cuenta que, como afirmó Fernand Braudel, “la economía, en sí, es evidente que no existe”.
II
Desde la perspectiva doctrinal, el capitalismo es el ideario económico del liberalismo. En tanto que “liberalismo económico” —como lo denominaba Karl Polanyi— ha de ser considerado como la doctrina científica de la libertad en la economía, como la ciencia económica en sí misma. Esa libertad económica, sin embargo, en su realización histórica, fue una libertad hegemonizada por las burguesías en lucha parasitaria contra el poder también parasitario de las aristocracias, sirviéndose para ello de los pueblos trabajadores, y realizándolo mediante la apropiación privada y la acumulación de capital: “parasitismo, en suma, de larga duración: la burguesía no cesa de destruir a la clase dominante para nutrirse de ella” (Braudel).
Por tanto, la interpenetración entre doctrina e historia hizo que la libertad capitalista resultase tan solo liberalización de mercancías, pero no liberación de personas —que antes que liberadas resultaron y resultan explotadas (y discriminadas, y excluidas y oprimidas en la confluencia con las doctrinas e historias del patriarcado, del racismo y del colonialismo). La economía capitalista, además de doctrina científica, (o “ciencia de la economía”) se reconvirtió al tiempo en ideología burguesa y luego en religión universal, como intuía Walter Benjamin (religión de culto no expiatorio sino culpabilizante y destructor).
III
Desde la perspectiva histórica, el capitalismo generó las nuevas estructuras comerciales que defendía el liberalismo económico clásico. El “sistema capitalista (y el “capitalismo histórico”, como lo llamó Immanuel Wallerstein), fue inicialmente conformado como la economía mercantil propia de la modernidad temprana mediante procesos revolucionarios de modernización local. Pero en unos siglos esos procesos fueron extendidos a todo el planeta, retroconvertidos en procesos reaccionarios de modernización glocal en la actual modernidad tardía. Wallerstein señaló que cuanto más reflexionaba sobre cómo había actuado el capitalismo histórico en la arena estrictamente económica, más absurdo le parecía. “No sólo creo —decía— que la inmensa mayoría de la población del mundo está objetiva y subjetivamente en peores condiciones materiales que en los sistemas históricos anteriores, sino que también está en peores condiciones políticas”.
Es decir, el liberalismo económico clásico fue mutando hacia los ultraliberalismos e iliberalismos económicos que soportamos desde finales del siglo XIX, de configuración economicista y con ambición de contaminar la totalidad de los mundos de la vida del planeta. El originario capitalismo mercantil (que va más allá de la “economía de mercado”, como defendía Braudel), atravesando por diferentes fases históricas, entre ellas la industrial, ha terminado reconvertido cada vez más —desde finales del XIX— en capitalismo financiero y luego también informacional (capitalismos investigados de forma crítica por Rudolf Hilferding y Manuel Castells, respectivamente).
IV
A partir del siglo XVIII el liberalismo económico no sólo gestó la ciencia de la economía. También fue elaborando “dogmas de fe” como baluartes de esa nueva ciencia estandarizada creada por y para el capitalismo. Así, casi de inmediato, la economía se transformó en “crematística”, es decir, en exclusivo cálculo dinerario de beneficios (José Manuel Naredo). Convertida en un amplio marco de creencias comunes, la ciencia económica estándar se hizo indiscutible en sus frágiles fundamentos, incluso para la inmensa mayoría de expertos y científicos.
Sin embargo, desde hace décadas, esos dogmas operan como “ideas-fetiche” o “no-conceptos” que obstaculizan el conocimiento científico de los aspectos materiales, físicos y sociales de la existencia humana. Por ejemplo, la producción de riqueza, que absolutiza el trabajo asalariado mientras oculta la extracción, la adquisición y la apropiación lucrativa de valor, bienes y servicios; o el intercambio mercantilizado, que reduce el valor de los objetos y sujetos a valores de cambio convertidos en mercancías para el mercado; o el “desarrollo económico”, que se concibe como palanca para un crecimiento sin límites ni limitaciones que resulta destructivo (Naredo).
V
Por tanto, un proyecto poli(é)tico equitativista de sociedad además de ser un proyecto no liberal ha de ser también un proyecto no capitalista, ha de ser un proyecto ecopoli(é)tico. En particular, la impugnación más radical del capitalismo se ha de realizar desde la crítica sistémica a lo económico mismo, dado que no puede ser considerado como si fuera un espacio ontológico separado de lo ecológico, y tampoco de lo político y lo cultural (Naredo).
Pero esta crítica ecopoli(é)tica solo es viable si se hace desde la anticipación simultánea de un enfoque alternativo ecopoli(é)tico como el que Naredo llama enfoque ecointegrador; y a la inversa, como está dicho, la anticipación de una alternativa, que ha de ser por definición ecopoli(é)tica, sólo es viable a partir de la crítica sistémica de la ciencia económica, esto es, de la doctrina económica del capitalismo.
Solo una voluntad de proyecto alternativo, transcapitalista además de transliberal, puede entonces permitir que se cumpla la paradoja de romper con el capitalismo antirrevolucionario (y antidemocrático) del siglo XX y de lo que va del XXI, a base de reconocer que ha sido y es nuestro injusto marco determinante y dominante. Se puede añadir entonces que la voluntad transcapitalista debe y puede arrancar de reformas revolucionarias del sistema capitalista existente, es decir, debe y puede transitar desde reformas democratizadoras y equitativistas (reformas internas del sistema) orientadas hacia una alternativa ecointegradora o ecopoli(é)tica (alternativa externa al sistema).
8 de septiembre de 2024