Este 9 de junio Canarias acude a las urnas en un ambiente en el que todavía resuenan los ecos de las manifestaciones históricas del 20A, con unos niveles de hartazgo y movilización ciudadana que no se veían en décadas. La participación electoral en las elecciones europeas siempre ha sido históricamente baja, en parte porque es difícil no percibir como lejanas las instituciones europeas y lo que se guisa allá en Bruselas o Estrasburgo –a los canarios no paran de repetirnos que “estamos lejos”–, pero en parte también porque para los gobiernos es muy goloso echarle la culpa de todo lo incómodo a “Europa”. Tal o cual medida nos viene impuesta desde Bruselas, Europa nos obliga, cuando lo cierto es que esas imposiciones las negocian y deciden en la capital belga precisamente esos mismos gobiernos tan amigos de sacudirse la responsabilidad.
Nada augura que esta vez vaya a ser diferente; a pesar del clima efervescente que se vive en las Islas, se espera que la participación en las elecciones europeas sea baja. Y, sin embargo, estos comicios son más importantes que nunca. De entrada, porque no es cierto que las decisiones tomadas por la UE nos afecten poco, inciden de lleno en nuestra vida cotidiana, sobre todo desde la ampliación de competencias del Parlamento Europeo. En Bruselas se deciden cosas como la información que debe contener el etiquetado de los alimentos o los niveles de seguridad que deben cumplir los juguetes, entre muchísimos otros asuntos que nos afectan a diario. Pero es que estas elecciones, además, son diferentes porque el cambio de modelo que está reclamando una porción creciente de la sociedad canaria, creciente y cada vez más concienciada, pasa indefectiblemente por modificar el encaje del Archipiélago en la Unión Europea.
Hay otra razón que explica, también en parte, el escaso interés del electorado canario por las europeas: Canarias está ausente del debate europeo, que no nos interpela para nada que no sean generalidades extensibles a cualquier país, lo que, honestamente, poca capacidad de atracción tiene, por importantes que sean esas generalidades –que lo son–. La población canaria no reconoce la realidad que vive en el trabajo diario de las instituciones europeas, sencillamente porque en ese quehacer las Islas brillan por su ausencia. Incluso en situaciones de emergencia agudísima, como lo es la crisis humanitaria de la migración, Canarias es, si alguien se acuerda de nombrarla, una referencia breve, una mera nota al pie a la sombra del Mediterráneo o la ruta de los Balcanes o la frontera polaco-bielorrusa. Es, hasta cierto punto, lógico: no podemos esperar de gobiernos y eurodiputados europeos que tengan presente en sus tareas a un archipiélago africano situado a varios miles de kilómetros. A no ser para irse de vacaciones, se entiende.
Otra de las razones por las que Canarias en la UE no existe fuera de los pósters de las agencias de viajes radica simple y llanamente en que no tiene quien la represente en las instituciones europeas. Simplificando mucho, son el Consejo y el Parlamento europeos quienes toman las decisiones en la UE. El Consejo lo forman los gobiernos de los estados miembros, mientras que el Parlamento lo componen los miembros electos surgidos de las elecciones europeas. Cada estado es una circunscripción electoral única; si el Reino de España tiene 48 millones de habitantes, podemos imaginar las posibilidades de partidos canarios –2 millones– de conseguir algún escaño. La legislatura pasada hubo dos diputados canarios de un total de 705, Juan Fernando López Aguilar (PSOE) y Gabriel Mato Adrover (PP), pero ambos concurrieron en listas de partidos estatales, sujetos por tanto a dinámicas políticas distintas de las canarias.
Decía más arriba que estos comicios europeos son más importantes que nunca. Esto es así porque van a coincidir en el tiempo dos elementos clave: de un lado, una voluntad manifiesta de buena parte de la población canaria en favor de cambiar el modelo económico depredador, lo que requeriría cambios en el engarce de Canarias en la UE. De otro, una ventana de oportunidad muy poco frecuente para modificar los tratados en que se fundamenta la Unión –con una propuesta del Parlamento en ese sentido y las maniobras para allanarle el camino de la adhesión a Ucrania–, ventana que, de abrirse, brindaría una ocasión única para buscarle acomodo a las demandas canarias. La oportunidad puede ser histórica, pero primero habría que sortear algunos obstáculos.
Uno lo tenemos en que las Islas se presentan a esta brega con las manos amarradas a la espalda: sin representación propiamente dicha ni nadie que hable en su nombre en las instituciones. El Parlamento europeo, por un lado, nos queda vedado en la práctica por la circunscripción electoral estatal; no deja de ser una anomalía democrática que partidos canarios que son imprescindibles y hasta hegemónicos en el Archipiélago no tengan posibilidad de ganar representación en la única institución europea elegida por sufragio directo. En el Consejo europeo, por otro lado, se sienta el Gobierno de España, que nunca se ha destacado por defender los intereses canarios, por decirlo de manera diplomática. Así, sin representación, resulta difícil plantear reivindicaciones.
Otra barrera la tenemos en el marco español de negociación. El cambio de modelo probablemente habrá de imponer restricciones a la compra de bienes inmuebles por parte de nacionales españoles no residentes, sólo así se cumpliría el requisito de no discriminación por nacionalidad, como exige la UE. ¿Las Cortes españolas aprobarían la medida? ¿El Gobierno de España aceptaría elevar iniciativas de este tenor al Consejo? ¿Encontraría Canarias eurodiputados dispuestos a defender una propuesta similar?
Que nada de esto iba a ser fácil lo sabíamos desde el principio. Una transformación de este calado nunca es sencilla y exige tino, tenacidad, cabeza fría y largo aliento. Torres más altas cayeron, y caerán. Para que caigan a favor nuestro habrá que saber compaginar ambición con tiento; flexibilidad para sumar a cuantos más actores, mejor, con mirada larga para que la precipitación no nos haga tropezar; resiliencia y unidad. Una sociedad canaria unida en su diversidad por un fin común, capaz de ejercer presión en Canarias, España y la UE para lograr su objetivo compartido: abrir una vía al futuro viable y próspero al que tenemos derecho.