[La concepción liberal:]
Es individualista en cuanto que afirma la primacía moral de la persona frente a exigencias de cualquier colectividad social; es igualitaria porque confiere a todos los hombres el mismo estatus moral y niega la aplicabilidad, dentro de un orden político o legal, de diferencias en el valor moral entre los seres humanos; es universalista, ya que afirma la unidad moral de la especie humana y concede una importancia secundaria a las asociaciones históricas específicas y a las formas culturales; y es meliorista, por su creencia en la corregibilidad y las posibilidades de mejoramiento de cualquier institución social y acuerdo político”
(John Gray, Liberalismo, 1986).
Decía mi heterónimo Pablo Utray, en anteriores entregas, que no hay atajos para articular una amplia cultura de la no violencia como matriz que cuestione de raíz perversa las actuales sociedades belicistas. Un primer punto, que ya quedó establecido, era la necesidad de fijar los principales rasgos del espacio-tiempo en el que hay que generar esa cultura, que no puede ser otro que nuestra presente tardomodernidad glocal, como contexto en abierta crisis, urgido de una apropiada crítica y de nuevos criterios. Le pregunto entonces a Utray por las restantes cuestiones que a su juicio hay que tener en cuenta de forma impostergable. Me responde: “Un segundo punto, imprescindible, es explorar el pensamiento y las prácticas propias de la modernidad en su conjunto, es decir, no sólo en su declinante fase actual, la tardomoderna (en lo que va del siglo XXI largo), sino también en las tres anteriores: la modernidad temprana (en los siglos XVII y XVIII), la modernidad en auge (en el largo siglo XIX) y la modernidad plena (en el corto siglo XX). Así, el pensamiento y las prácticas de la modernidad que necesitamos caracterizar son la doctrina general y los sistemas particulares a los que llamamos liberalismo”. Esa fue la primera respuesta de Pablo Utray y aquí transcribo cómo continúa el texto.
(Jorge Stratós)
I
El liberalismo es tanto la doctrina de la libertad en la época de la modernidad como el sistema social de sus realizaciones históricas. Por una parte, se trata de una teoría de sobre las libertades para su aplicación a lo social en toda su extensión, es decir, aplicable a los espacios del poder, de la riqueza y de la cultura rechazando el absolutismo aristocrático. La doctrina general del liberalismo se basa en el reconocimiento de la primacía de la libertad moral en y para todas las personas. Al mismo tiempo, siendo el liberalismo la creación central de la modernidad en lo cultural, lo político y lo económico se distingue de cualquier otro sistema de pensamiento por las ideas que ha transmitido al resto de formas societarias modernas. Tanto las que se derivan de sus concepciones y realizaciones, como las que lo niegan.
II
Por otra parte, los liberalismos históricos presentan, por tanto, variantes concretas en el tiempo moderno y en el espacio planetario, pero suscitadas todas —desde las Revoluciones inglesa, norteamericana y francesa hasta el presente— a partir de concepciones epocales de la libertad que, siendo burguesas, no podían ser plenas en lo social, sino insuficientemente igualitarias, siendo las dos principales variantes: la liberal-conservadora y la social-liberal, cada una con sus respectivas subvariantes y sus contravariantes.
III
De las subvariantes del liberal-conservadurismo y del social-liberalismo es preciso destacar dos: de una parte, los actuales “ultraliberalismos”, mal llamados “neoliberalismos”, que falazmente dicen ser continuadores de las doctrinas clásicas de la libertad propias de los liberalismos originarios siempre enfrentados hasta finales del XIX al absolutismo. Los ultraliberalismos tergiversan y contradicen, en mayor o menor medida, a la matriz liberal clásica, dado que han despreciado casi siempre los procedimientos democráticos, sobre todo en el siglo XX y XXI, prefiriendo los procedimientos oligocráticos del capitalismo más depredador. De otra parte, se encuentran los transliberalismos, autocríticos y alternativos, que siempre en reconstrucción democrática buscan nuevas salidas a los retos contemporáneos desde los valores de la igual libertad y la justicia equitativa.
IV
Entre las contravariantes de más relevancia destacan los actuales iliberalismos, antitéticos a toda clase de liberalismos, porque los rechazan abiertamente, siendo sus dos ramas principales los reaccionarismos de ultraderecha y los revolucionarismos de ultraizquierda, contrarios siempre a las democracias, los derechos humanos y la libertad igualitaria de las ciudadanías nacionales.
V
En la autocrítica de los transliberalismos del presente hay que incorporar necesariamente que en todas las prácticas concretas de los liberalismos históricos, clásicos (de finales del XVIII y del siglo XIX) y contemporáneos (del siglo XX y XXI), han generado también problemas, fracasos y sufrimiento por las implicaciones destructivas de la personalidad de los sujetos, puesto que forzaron y fuerzan a los individuos y sociedades a vivir sus vidas en posiciones sociales de dependencia y dominación, contradiciendo su teórica defensa de la libertad (que en la práctica se queda en plena libertad para el intercambio mercantil y en restringida libertad para la interacción de las personas, pues la libertad sólo es plena para las minorías oligárquicas).
VI
De una parte, pues, como modelo teórico, el liberalismo forma parte de la doctrina de la libertad humana, una conquista poli(é)tica que ya nunca deberá ser abandonada. Pero, de otra, como realización histórica, los sistemas liberales realmente existentes se han caracterizado siempre por profundas inequidades no democráticas, cuya transformación razonable deberá dar paso a sistemas alternativos en los que la doctrina de la libertad se extienda en la práctica a toda la ciudadanía y se conjugue con las doctrinas de la igualdad, de la democracia y de la justicia.
VII
Esa necesaria e impostergable crítica de la estructura profunda de los liberalismos es una tarea que sólo se puede realizar a partir de la problematización de las diversas experiencias históricas en las diferentes fases de la modernidad (naciente, en auge, en plenitud y declinante). Pero la crítica del liberalismo no podrá ser efectiva a menos que anticipe los escenarios ideales —pero no ilusorios— que se han de construir, transvalorando y dando a las viejas palabras nuevos sentidos.
Solo una voluntad de proyectos alternativos, transmodernistas y transliberales, puede permitir que se cumpla la paradoja de romper con los iliberalismos de las dictaduras y con los ultraliberalismos de las democraduras, a fuerza de reconocerlos como el problemático marco constituyente e instituyente, que en la actualidad lleva a la humanidad, junto al planeta, a un futuro de ciega e irresponsable autodestrucción.