En el muy recomendable sitio berberista Tamazgha.fr apareció publicada esta crónica sobre la actualidad maliense el pasado 3 de junio. Está escrita por Hélène Claudot-Hawad y agradecemos la generosidad de la revista para su reproducción. Pueden consultar el original aquí. Y en inglés, aquí.
Durante meses en Azawad, no ha pasado un día sin que civiles tuareg, árabes o fulani sean atacados, secuestrados, bombardeados por drones de fabricación turca, asesinados y quemados por el ejército maliense y sus auxiliares rusos de la milicia Wagner. Esos crímenes contra la humanidad de ferocidad inaudita son acompañados por crímenes de derecho común donde se mezclan el gusto por la sangre y el gusto por el lucro. De hecho, la banda criminal se comporta como una auténtica mafia apoderándose de las propiedades de sus desafortunadas víctimas.
Tres años después de la toma del poder por un militar desconocido y ambicioso, el coronel Asimila Goïta, golpista reincidente, Mali se hundió en una violencia de Estado sin precedentes contra la población civil, violencia que el jefe de la junta militar intenta justificar con un motivo falaz y una palabra políticamente mágica : la “lucha contra el terrorismo”. Goïta amplió el significado del término «terroristas» para incluir en él a los movimientos independentistas de Azawad, signatarios del Acuerdo de Argel de 2015, que debería haber dado lugar a una administración más autónoma de las regiones del norte de Mali por parte de sus habitantes mismos. Sin embargo, dicho acuerdo nunca fue implementado por las autoridades malienses. Puestos por los golpistas en el mismo saco que los yihadistas a los que se enfrentaron debido a la incapacidad del ejército maliense de defender a la población civil, los separatistas tuareg han sido criminalizados.
Al final, la población civil de Azawad termina atrapada en una tenaza mortal : por un lado, los grupos yihadistas todavía muy activos – el EIGS (Estado Islámico del Gran Sáhara) y el GSIM (Grupo de Apoyo al Islam y los Musulmanes) – y, por otro lado, el ejército maliense y sus tropas auxiliares rusas. Todos ellos cometen atrocidades extremas y asesinatos de civiles a una escala y con una crueldad indescriptibles.
El infierno que vive la población del norte les deja sólo dos opciones : huir o morir. Quienes no tienen los medios para irse y llegar a los campos de refugiados (el de Mbéra, en Mauritania, registra hoy una población récord de más de 200.000 personas) son los más vulnerables. La situación es dramática y reina un silencio sepulcral sobre los asesinatos en Mali.
Los testimonios y fotografías de las víctimas fluyen, se acumulan y muestran una realidad insoportable y repetitiva. Bebés quemados, niños –muchos de campamentos nómadas– asesinados por drones, mujeres quemadas, adolescentes y hombres maltratados, secuestrados y después hallados asesinados con una bala en la cabeza. El más mínimo campamento, la más mínima aldea que tiene la desgracia de encontrarse en el camino de las siniestras patrullas de militares malienses o milicianos sedientos de sangre es sistemáticamente destruida y quemada, sus habitantes –principalmente hombres– son asesinados, sus bienes robados, sus tiendas saqueadas, la infraestructura (pozos, graneros, escuelas, habitación) y recursos agrícolas (pastos, semillas) incendiados.
¿A qué corresponde la violencia extrema ejercida de los soldados malienses y las milicias rusas contra civiles vulnerables en Azawad ? ¿Por qué tales abusos, tan monstruosos que dan lugar a escenas inimaginables de inhumanidad : atroces mutilaciones de cadáveres destripados, amputados, con los genitales y la cabeza cercenados ? ¿Quiénes son las mentes trastornadas que dirigen atrocidades tan abyectas, verdaderos crímenes contra la Humanidad en violación de todos los derechos humanos ?
Además del establecimiento de este clima de terror entre la población civil de Azawad, hay otros hechos llaman la atención. En nombre de la recuperación de la “soberanía” nacional, la junta militar en el poder que expulsó a organizaciones y ejércitos occidentales (ONU, Francia, Estados Unidos, etc.) y se puso bajo el dominio de un nuevo amo : Rusia. Esta intervino militarmente con el envío de milicianos rusos de la tropa Wagner (entre 2.000 y 2.500 elementos, según las fuentes), lo que ha permitido a la junta fortalecer y garantizar su poder. El apoyo militar ruso ha permitido al ejército maliense llegar a la localidad de Kidal y ocuparla militarmente, atacando de camino a las poblaciones civiles tuareg, árabes y fulani.
La junta militar de Malí también ha obtenido armas terrestres y aéreas de Rusia, en particular drones de fabricación turca que utiliza ampliamente y que causan estragos entre civiles indefensos.
¿Cuál es la moneda de cambio de esta “ayuda” rusa ? Como siempre, se trata de riquezas minerales. Se han establecido nuevas alianzas con los proveedores de ayuda y se han rescindido antiguos contratos mineros con márgenes desfavorables para Malí. Pero es ante todo para protegerse de cualquier intento de derrocamiento, la verdadera prioridad de la junta, que Mali se encuentra fuertemente endeudado con Rusia. Es difícil imaginar que la junta miliar tenga mucho margen de negociación con las fuerzas de Wagner que protegen su poder.
En este contexto, podemos medir la relación entre la sangre derramada por los civiles de Azawad y el codiciado oro de su territorio, donde los mineros artesanales y buscadores de oro son asesinados sistemáticamente por milicianos rusos y militares malienses.
Las autoridades malienses, por su parte, claramente apuestan por el futuro minero de Malí. Han anunciado la creación de un mapa aéreo de los recursos mineros que desean poner en operación en un plazo muy corto de 18 meses.
¿18 meses de matanzas para vaciar el territorio de todos sus habitantes que llevan décadas reclamando sus derechos agrarios ancestrales y sus derechos ciudadanos ? Es ese el plan que se perfila en los ataques criminales de la junta militar y sus supletorios rusos.
Desde que asumió el poder, el jefe de la junta militar, el coronel Goïta, ha ganado mucho peso y parece estar organizando los asuntos del Estado maliense para seguir “comiendo” y ganando peso en todos los sentidos de la palabra. Con este objetivo en mente decidió prolongar la “transición” a cinco años sin elecciones, prohibió partidos políticos, asociaciones y periodistas que pudiesen criticarlo, y colocó a muchos de su etnia en puestos clave del gobierno. Goïta desea adquirir el estatus de general y pretende entablar un diálogo con los grupos yihadistas que es incapaz de combatir aunque se encuentren a las puertas de Bamako. Para encubrir el establecimiento de esta sangrienta dictadura, la junta militar ha recurrido a una propaganda masiva que invierte la situación y victimiza a los verdugos. ¿Hasta cuándo funcionará esta burda desinformación en una población maltratada ?
Dictadura, nepotismo, corrupción, represión, violación de los derechos humanos se encuentran en la línea directriz de ese gobierno, centrado como el anterior en el enriquecimiento personal a costa de la vida de cientos de civiles nómadas o aldeanos a los que no les queda más que huir o morir frente a la total indiferencia internacional. No son sólo vidas humanas las que están desapareciendo, sino también un modo de vida, una cultura, unos conocimientos y unas prácticas especialmente ricos, que han sabido preservar y proteger los recursos vegetales, hidráulicos, humanos, animales, espirituales y minerales del desierto para hacerlo una fuente de vida y de alimento.