Dentro de poco se cumplirá una década desde que cogí «la maleta» de emigrante y me vine al continente europeo. Sin duda, durante todo este tiempo la pregunta que más he tenido que responder ha sido la de: ¿cómo dejaste Canarias para venir aquí? Canarias= el paraíso, las islas afortunadas, la eterna primavera, el buen clima, el buen rollo, la buena comida, la naturaleza salvaje, los paisajes idílicos, la gente noble, la vida amable… Y es que, claro, una nunca hubiese querido irse de allí. Se vivía bien, cuando se vivía bien. Pero hubo un momento en que ya no se vivía, no había futuro, y lo de «bien» en esta última década ha quedado bien… atrás.
«Canarias no es ahora como era antes», cantaban los Enac-Ska en los 90, y la cosa no ha hecho más que ir cuesta abajo. Los que estamos fuera llevamos tiempo dándonos mucha cuenta de la progresiva e imparable pérdida de calidad de vida, de la masificación, del menoscabo que todo ello conlleva en nuestra identidad e idiosincrasia como pueblo frágil en construcción.
En cada visita, los que podemos regresar sólo una vez al año (¡con suerte! dejo para otro momento el precio de los billetes de avión), vemos de manera palpable el desgaste y el agotamiento de personas y territorio. El último verano, sin ir más lejos, tuve la «disparatada» idea de llevar a mis padres a caminar a Las Teresitas… La playa ha pasado a ser una imitación barata de cualquier otro lugar turístico en cualquier lugar del mundo con chiringuitos uniformados que venden cerveza de fuera. Pero lo peor no fue eso, sino que nos costó ¡una hora y media de desesperación salir del aparcamiento para volver a casa! Y es que eso es lo que no puede ser. No puede ser que un hecho habitual de los últimos 40 años en la vida de mis padres, se convierta ahora en toda una expedición. No puede ser que mi padre no tenga sitio en la guagua para ir a su pueblo porque va llena de turistas. No puede ser que cada acto de la vida cotidiana de una persona canaria se vea interrumpido, afectado, empeorado por la masificación turística y el creciente e imparable número de nuevos «residentes» en las Islas.
Y no puede ser porque tampoco está funcionando para el turismo, ese monocultivo al que nos han relegado en los últimos 70 años -antes fue la caña de azúcar o los tomates- al turista medio ya no le gusta ir a Canarias. Y esto me trae de vuelta al inicio del artículo; en agosto de 2021 escribí:
«Es curioso cómo, muy habitualmente, cuando conozco a una persona británica o alemana y le digo que soy de Canarias, la primera reacción es: -ah, yo estuve en (añadir lugar turístico masificado de cualquiera de las Islas), para luego comentar con cara de fastidio: -abarrotado de turistas y muy sucio, muy turístico, solo jóvenes borrachos armando jaleo, demasiado masificado, etc. Puede ser una o varias de la opciones combinadas, u otras que no he mencionado aquí pero, lo que sin duda es, es que muestran su fastidio por haber estado en nuestra tierra con un turismo de masas insostenible que, ¡oh, sorpresa!, hemos creado y mantenemos exclusivamente a costa de nuestro medio ambiente, de nuestra cultura y de nuestra gente, para estos mismos turistas a los que les da fastidio, a los que no les gusta lo que ellos mismos han hecho de nuestro país. Cuando menos, irónico.
Creo que en Canarias necesitamos una revisión urgente de nuestro modelo de turismo, de nuestra apuesta por la economía y la ecología, y de la recuperación de nuestro amor propio, que debió morir allá por los años 60/70, cuando hordas de británicos y alemanes invadían nuestras costas y nuestros montes para no marchar jamás, mientras nuestros padres, y algunos de nuestros abuelos, colgaban las guatacas de lo sostenible para coger las bandejas del sector servicios.
Desde esta reflexión personal de hace tres años, el tiempo ha seguido pasando sin ningún tipo de consideración por la calidad de vida de nuestra gente ni por el daño irreversible de nuestro limitado y delicado entorno, al contrario: más hoteles, más macro proyectos, más destrucción, en definitiva: más turismo. Más no significa más en esta ecuación, muy al contrario una parte muy importante de la sociedad canaria se encuentra sumida más que nunca en una pobreza que también limita radicalmente nuestro futuro, mientras el que puede se termina marchando. El dinero que amasan unos pocos sigue siendo el yugo que pesa sobre nosotros. Pero este 20 de abril, por fin, las calles de Canarias han clamado en contra de este disparate. La paciencia se empieza a agotar ante unas condiciones de vida muchas veces miserables, aun viviendo en el «paraíso».
Ahora que parte importante de la población de las Islas empieza a despertar, es crucial continuar en la brega; no va a ser fácil, no va a ser inmediato, pero o Canarias cambia radicalmente de modelo, o muy pronto no quedará nada que rescatar de un erial exhausto en mitad del océano Atlántico.
#canariastieneunlimite