“Ser modernos es vivir una vida de paradojas y contradicciones (…)Es ser, a la vez, revolucionario y conservador: vitales ante las nuevas posibilidades de experiencia y aventura, atemorizados ante las profundidades nihilistas a que conducen tantas aventuras modernas, ansiosos por crear y asirnos a algo real aun cuando todo se desvanezca. Podríamos incluso decir que ser totalmente modernos es ser antimodernos”
(Marshall Berman, Todo lo solido se desvanece en el aire, 1982)
Después de las propuestas conceptuales sobre el triángulo infernal “violencia-terrorismo-guerra” que ha hecho Pablo Utray, le pregunto a mi heterónimo cómo entiende la alternativa poli(é)tica a las situaciones en las que el triángulo de la injusticia se enseñorea: es decir, le inquiero sobre la “cultura de la no-violencia”, cultura desde la que habría que refrenar a esos tres endemoniados jinetes. Me responde: “En plena crisis del pensamiento crítico y alternativo, el asunto es complejo. No hay atajos. Hay que ir por partes, dando el necesario rodeo para fijar al menos los puntos primordiales con los que tejer esa cultura contra la violencia que ha de hacer de la resistencia poli(é)tica el modo más razonable de existencia. El primero de esos puntos podría ser el contextual. Necesitamos apuntalar de la mejor manera posible los rasgos principales del espacio-tiempo en el que transcurre la vida humana en el planeta y separar lo que está resultando letal de lo que es valioso. Nuestro contexto vital sigue siendo, hasta nuevo aviso, el de la inacabada modernidad y a ella en primer lugar nos debemos dirigir”. Así me contestó Utray y así lo transcribo.
I
Para vivir en el tiempo y el espacio actual, que es el momento-lugar tardomoderno, necesitamos autocomprendernos como personas y comunidades locales, y como humanidad glocal de la época moderna. Necesitamos socializarnos y a la vez individualizarnos, dotarnos de una identidad comunalizada que nos permita comprender cuál es nuestra identidad personalizada. Y desde esa identidad, en permanente construcción y rehabilitación, comprender qué podemos saber, hacer y esperar, aunque solo sea de forma incierta e inconclusa. Esta ineludible e inacabable tarea nos obliga a interrogarnos por el modo de ser moderno, por la modernidad en sus rasgos principales, preguntarnos por nuestra existencia tensa y trágica de seres humanos en la perdida nave Tierra.
II
La modernidad no está en crisis, la modernidad es la crisis. También la crítica y el criterio. Ser modernos es vivirnos en crisis, necesitados de crítica, exigidos de criterio. En la cercanía del último cambio de siglo hubo un amplio debate sobre el fin de nuestra época. Aparecieron entonces dos grandes y heterogéneas tendencias, que compartieron el estar contra o a favor de la modernidad. Los antimodernos se escindieron entre postmodernistas y premodernistas, encantados ante un futuro que creyeron llegado o nostálgicos de un pasado que creyeron recuperable. Por su parte, los promodernos, que eran muchos más, se dividieron entre ultramodernistas, sin duda los mayoritarios, integrados en un presente edulcorado, y transmodernistas, inconformistas ante un presente de malestar en crecimiento, a los que había que apoyar.
III
La comprensión de la modernidad como época de crisis y crítica, como época de radical
reflexividad en su autocontrariedad, exige un criterio de diferenciación entre los que son
procesos singulares de acelerado cambio socio-económico (llámeselos procesos
modernizadores) y las actitudes plurales de vertiginosa asunción socio-cultural de ese cambio (llamémoslas actitudes modernistas).
Entonces, puesto que vivimos desde los setenta del siglo XX una cuarta fase de la
modernidad, la declinante tardomodernidad, puede decirse que lo que predomina en ella son unos ultramodernismos reaccionarios, reforzados de forma indirecta por las actitudes de los postmodernismos y premodernismos banales.
Esos opresivos ultramodernismos solo pueden ser afrontados de forma poli(é)tica desde alternativas transmodernistas. Se trata de alternativas que, por definición, han de rechazar los modos renovados de las actuales glocalizaciones modernizadoras, sostenidas en sus cuatro invariantes ismos: el capitalismo, el racismo, el patriarcalismo y el colonialismo. Pues están caracterizando de un modo perverso este primer tercio del siglo XXI y prefigurando un futuro siniestro y recusable.
IV
Este es, pues, el marco contextual en el que transcurren nuestras tardomodernas vidas, hoy ya reconocidas sin ningún lugar de dudas como vidas contingentes, precarias y vulnerables. No vayamos a ser tan ingenuos nosotros como para desconocer estas nuestras propias señas de identidad, comunitarias y personales.