El gobierno del Frente de Todos fue el símbolo del disenso, de la fragmentación interna y de la ausencia de dirección, de planificación o de atender a las nuevas demandas. Un presidente débil y una alianza de gobierno sin propuestas. Mientras la sociedad cambiaba, la élite gobernante se miraba al espejo.
La marcha por el 24 de marzo dejó varias novedades en torno a su masividad. No sólo porque hay que hacer memoria para recordar otro aniversario de la dictadura en donde fuera imposible moverse del lugar en que uno estaba, sino también porque todos conocemos a alguien que iba por primera vez o volvía después de mucho tiempo o porque observamos la columna nutrida de la juventud radical, que no marchaba con el presidente del partido desde fines del siglo pasado.
La marcha ya se anota como el cuarto hito de resistencia a sólo tres meses de asumido este gobierno. Primero el cacerolazo luego de los anuncios del ministro Caputo en diciembre, después el paro general de la CGT y ya en marzo la marcha del feminismo por el 8M. Hay masividad, hay resistencia callejera, sin embargo también sabemos que esto no alcanza. El gobierno está preparado para la oposición en la calle y hasta por momentos puede parecer que la desea. Son los orcos, los que se resisten al cambio, la casta, el enemigo necesario.
¿Qué puede marcar un rumbo distinto, qué puede romper con el plan del gobierno? La novedad, la ampliación de las expresiones de resistencia, la aparición de protagonistas no esperados. Por esto la columna radical en la plaza es una primera muestra de un cambio en el escenario callejero. Hasta los oradores del acto tuvieron que advertir al auditorio. Vamos a leer una adhesión al acto, no queremos que chiflen, tenemos que ser cada día más, decían. Y acto seguido nombraron la adhesión de la juventud radical.
Consensos
Así como reza el spot de la UBA, «cuidemos lo que funciona», ante el delirante ajuste en la educación pública, así como el gobierno niega el genocidio de la última dictadura militar, así como el sindicalismo reaccionó con premura ante el intento de destrucción de los derechos laborales, parece que la aparición de Jason con su motosierra es una oportunidad para que las fuerzas democráticas empiecen a dialogar y redefinir los consensos básicos, consolidar los históricos y empezar a discutir los nuevos.
El gobierno del Frente de Todos fue el símbolo del disenso, de la fragmentación interna y de la ausencia de dirección, de planificación o de atender a las nuevas demandas. Un presidente débil y una alianza de gobierno sin propuestas. Mientras la sociedad cambiaba, la élite gobernante se miraba al espejo.
El fracaso de la ley ómnibus, el rechazo al DNU en el senado y las articulaciones de gobernadores de distintos partidos fueron otras novedades en los primeros cien días de gobierno. Gracias a la inoperancia de las fuerzas del cielo distintos sectores políticos se encontraron tejiendo acuerdos, construyendo ámbitos inimaginados y pusieron límites a un presidente que acababa de sacar el 55% de los votos.
Mayo
El lanzamiento de los acuerdos de mayo por parte de Javier Milei es un primer reconocimiento de su error, pero también una amenazante ofensiva hacia los cambios que se propone hacer. Tiene tiempo para negociar con los gobiernos provinciales, que están necesitados de los recursos que aquel les retacea. Va a ser difícil que se tropiece dos veces con la misma piedra.
El 24 los organismos mostraron el camino de ampliar los consensos. El Congreso también empezó a dar señales de apertura. Son sólo dos pequeñas muestras que no van a alcanzar para frenar el programa que se propone destruir todo, incluyendo lo que funciona.
El comunicado del Congreso del PJ del viernes pasado dio pocas señales en esa dirección. Mencionó las palabras “ampliar” y “modernizarse” pero el resto del texto no pareció acompañar esas palabras sueltas. No sólo llama la atención el silencio en cuanto al fracaso reciente, sino que no se propone ningún cambio concreto, ni una idea que pueda ampliar el frente opositor. Súmense a esto, parece decir.
Hoy no sólo hay que construir consensos para sostener lo que funciona, sino que los consensos tienen que empezar a imaginar las soluciones a la crisis existente. Las nuevas canciones de Kicillof, los puntos que propone revisar Cristina, y también una vuelta a la planificación como señala Juan Grabois o repensar un peronismo para el desarrollo de Matías Kulfas, son puntos para dibujar algo nuevo.
Pero la novedad también tiene que sumar nuevos intérpretes, abrirse a conversar con mucha de la dirigencia que está en desacuerdo con el gobierno, pero que no quiere volver al pasado, como los gobernadores Martín Llaryora, del peronismo cordobés, Maximiliano Pullaro, del radicalismo santafecino o Nacho Torres del PRO chubutense y hasta también dirigentes como Martín Lousteau, Horacio Rodríguez Larreta o Miguel Ángel Pichetto.
No es tragarse sapos, es reconocer que se fracasó, que el peronismo fue incapaz de resolver la inflación, de bajar la informalidad y de identificar los límites del Estado. Parece ser el momento de abrir la caja de herramientas, de observar que hay un hartazgo de las mismas recetas peronistas y que para no quedar en el ostracismo debe mostrar algo distinto, debe discutir para renacer.