¿Estamos expuestos todos por igual a enfrentarnos a un problema de salud mental? ¿Existe alguna diferencia de género que nos permita detectar y comprender estas dificultades?
A día de hoy sabemos que, además de factores genéticos, culturales, sociales y de experiencias de vida, el género también influye en este aspecto. ¿De qué manera? En palabras de la Organización Mundial de la Salud (OMS): «la diferencia puede deberse a que el género condiciona de forma directa las experiencias que vive una persona. Dependiendo de su género la sociedad le impondrá unos roles u otros y podría verse expuesta a un tipo distinto de experiencias que puedan afectar su salud mental. En España el 7,7% de los años de vida perdidos de las mujeres son a causa de patologías de ansiedad y depresión». Los últimos estudios hasta la fecha, han indicado que no se observan diferencias significativas entre los cerebros de ambos géneros, sin embargo, donde existe una mayor desigualdad de género, las mujeres tienen más riesgo de sufrir enfermedades mentales y suelen tener menos éxito en los estudios que los hombres.
En un estudio reciente de octubre de 2023 realizado por Merck, se señala que las mujeres españolas presentan valores inferiores en el índice de bienestar emocional (54,6% respecto al 67,4% de los hombres) y superiores en el índice de malestar emocional (27,4% frente al 17,5% masculino); presentando más probabilidad de sufrir ansiedad o depresión. En el caso de los jóvenes de entre 15 y 29 años la depresión y la ansiedad son las causantes del 16% de años de vida saludable que pierden por enfermedad. Aquí la brecha de género alcanza su máximo, con un 21% en el caso de las mujeres, mientras se sitúa en el 11% en el caso de los hombres. Existe una clara distinción de género a la hora de padecer directamente distintas patologías. ¿Y ahora que lo sabemos, qué hacemos?
Aunque no se pretenda con esto definir concretamente qué causas generan esta diferencia en los problemas de salud mental de hombres y mujeres, sí sabemos qué rasgos socioculturales pueden estar afectando. Por distintos motivos sociales y culturales, nos hemos ido creando un determinado estereotipo de mujer que debe cumplir una serie de propósitos de vida, como, por ejemplo, el cuidado de los niños, la educación de estos, las labores del hogar, determinados oficios, determinada apariencia física etc. Un sinfín de «exigencias» que se han convertido en perfeccionamientos personales y que se han promovido y se promueven a día de hoy bien sea desde sectores más formales como el hogar o la escuela a más indirectos como la música, la publicidad o las redes sociales.
Busca una canción actual que hable de relaciones sexuales, ¿mujer y hombre quedan al mismo nivel?, ¿te cuesta encontrar faltas de respeto? Hablemos de redes. Que sé que alguna tendrás. Podemos encontrar en ellas recursos que ayudan a promover la salud mental de los jóvenes, que les facilitan contactos y contenido de calidad (psicólogos, asociaciones, personas de contacto…), pero si la edad de acceso a estas no es la adecuada, puede que no sea la mejor manera de acceder a este tipo de ayuda. No me mientas… Dime, ¿nunca te has sentido mal al compararte con alguien de tus redes?
¿Por qué? Porque a pesar de las oportunidades de comunicación que nos ofrecen, también influyen directamente sobre la autoestima de quien lo consume. Si el acceso a estas es cuando aún no se ha adquirido la madurez psicológica y emocional suficiente, pueden verse sobrecargados de imágenes y vídeos que promueven un determinado tipo de aspecto físico o de un nivel socioeconómico determinado, y promueve la obsesión, la comparación continua, la adicción a la pantalla…y en el peor de los casos llegando a causar trastornos como por ejemplo de anorexia o bulimia entre otros.
Los jóvenes en general, deben estar educados en redes y tener una autoestima adecuada antes de someterse a una sobreestimulación de imágenes y vídeos, que no saben cómo gestionar y hasta qué punto puede llegar a afectar en su vida y desarrollo. Por no hablar de la pornografía que se consume. Nos costaría encontrar un contenido sexual que no sea violento hacia la mujer, sexista, machista o abusivo. Pero lo peor no es esto, sino que se consume ya desde los 8 años de edad, cuando se está consolidando la empatía hacia los sentimientos de los demás. ¿Por qué existe este contenido que promueve un acto delictivo contra la mujer, con acceso prácticamente libre y gratuito para cualquier niño o niña?
¿Qué podemos hacer desde la escuela y desde casa si no existe una educación para la salud y sobre la sexualidad implantada en los centros educativos? Si los padres y docentes no tienen formación ni recursos para saber ni cómo acceden a estos contenidos que generan violencia contra la mujer y que les puede provocar daños a nivel neurológico irreversibles, ¿cómo vamos a educar en igualdad y a acabar con esto que sigue provocando problemas mentales graves de salud?
Desde mi trabajo como orientadora de un centro educativo en Canarias, he observado de cerca esta diferencia de género. A la hora de detectar necesidades educativas especiales o derivar a servicios de salud mental, he podido comprobar como es inmensamente más difícil detectar dificultades en el género femenino. Parece contradictorio, pero no. ¿Por qué sucede esto?, de forma general, los diagnósticos que más pasan desapercibidos son de niñas y jóvenes porque los estereotipos nos acompañan en nuestro día a día. La niña «es buena», «es callada», «es tímida», «es reservada»… ¿Sí?, ¿es así o es lo que creo que debe ser o que me han dicho que debe ser?
Cuesta creer que tenemos implícitas creencias de las que no somos conscientes y de las que seguramente no estamos de acuerdo, pero ahí están. Existen y perpetúan la brecha. De unos 50 informes anuales que realizamos para derivar a salud mental, un 90% son de alumnos varones. Ellas siguen pasando desapercibidas. ¿Esto quiere decir que las chicas tienen menos dificultades académicas o problemas de salud mental? No, quiere decir que llevamos de forma inconsciente un sistema de creencias culturales que no están ayudando a que la brecha de género desaparezca. Indica que todavía tenemos que aprender cada uno de nosotros a distinguir lo que realmente veo, a lo que me han contado que debe ser o es. Insisto, como lo hago día a día en mi trabajo, tanto a familias como a profesorado, mira y ve, no mira y supón. Dejemos las suposiciones de lado, los «yo creo», o la imaginación, porque no somos expertos en salud mental. Podemos opinar y debatir, pero no puede tener más peso una opinión que un criterio profesional si estamos hablando de algo tan delicado como la salud mental de nuestros jóvenes.
Hace relativamente poco, en una reunión con una madre de una alumna ya diagnosticada de Trastorno del Espectro del Autismo por el Servicio Canario de Salud, me comentaba que no estaba de acuerdo con dicho diagnóstico porque ella sabía cómo madre que el médico se equivocaba y que las pautas que se le estaban ofreciendo a su hija no eran necesarias. «Mi niña simplemente es tímida». Bien es cierto que ser neurólogo o psiquiatra no significa estar exento de cometer errores, como seres humanos que son, no obstante, cuestionar este diagnóstico en base a una opinión, es peligroso. Peligroso sobre todo para la persona afectada que estamos etiquetando de «tímido», «reservado», «vago», «antisocial» etc., no llegando a comprender su comportamiento y forma de ser. Pocas personas se cuestionan lo que el cardiólogo comenta, en cambio en materia de salud mental, todavía queda un largo camino de formación y progreso.
Por estas mismas etiquetas culturales como, por ejemplo, «es tímida», que se realizan sin ningún tipo de mala intención, se complica la detección en niñas y jóvenes y por tanto se dificulta y ralentiza la intervención. En otra ocasión, en un encuentro de profesoras con una familia de un alumno con un comportamiento muy disruptivo en el aula, sucedió que el padre del niño sólo tomó en cuenta la opinión del único profesor hombre de la sala debido a que él creía que lo que necesitaba su hijo era «más autoridad y no lo iba a conseguir con una profesora mujer».
También he observado esta diferencia, por ejemplo, en la sala de enfermería. El 100% de las visitas que he visto desde los últimos 6 años a causa de ansiedad y/o problemas alimenticios o con el aspecto físico, es sólo de alumnas mujeres. Como docentes, ¿estamos seguros de que estamos educando sin esta brecha? ¿Podemos afirmar que no nos influye ninguna creencia o valor cultural o social aprendido desde nuestra infancia en la manera de educar?, ¿y en la manera de orientar?, ¿se ha eliminado, por ejemplo, la orientación de alumnado hombre a ingeniería y de alumnado mujer a magisterio?, ¿somos conscientes de la repercusión afectivo-emocional que tiene esto en las jóvenes?
Y en el rol de padres, ¿estamos asentando la confianza suficiente para que se hable de preocupaciones, miedos, dudas de nuestros jóvenes? ¿Se sienten seguros/as para expresarse sin sentirse juzgados o cuestionados? Sigue habiendo conductas como, por ejemplo, comprar coches a niños y cocinas a niñas, que lejos de tener mala fe, denotan la falta de conciencia sobre este tema. ¿Somos nosotros un buen modelo a seguir? Quizás nos duela ver y reconocer que hay comportamientos en el hogar que debamos mejorar para que nuestros jóvenes aprendan de nuestros errores y no perpetúen conductas que limitan a la mujer a rol ya pasado de moda.
Los padres no tienen por qué ejercer de psicólogos ni ser perfectos, por supuesto, pero es cierto que una de las bases para asentar una buena salud mental y emocional en el hogar, es que cada miembro pueda expresarse en libertad y confianza, con seguridad para ser escuchado, sin crítica, y si lo conseguimos, sin sesgo sexista o sociocultural. ¿Buscamos ayuda profesional cuando estamos perdidos en la crianza? A lo mejor podemos prevenir dificultades en salud mental si hablamos más con nuestros hijos y alumnos sobre lo que de verdad les importa y preocupa, si dedicamos tiempo de calidad a saber qué contenido consumen, de qué forma lo hacen, de qué manera les afecta en sus relaciones sociales, qué tipo de relaciones personales mantienen…Dando el valor que merecen las emociones, la sexualidad, la afectividad: educando en la verdadera igualdad de ser quien queramos ser sin que el género nos limite.