Vive y escribe sobre experiencias cotidianas, nada especiales ni singulares, que pueden vivir muchas otras jóvenes canarias de su generación, con un lenguaje directo y coloquial. Una existencia marcada profundamente por la precarización laboral. Sola en medio de un sistema perverso al que te sometes para no quedar fuera. Tan central el aplastante mundo del trabajo, que la empresa y no ella da nombre a la novela.
Nada es verdad en Supersaurio. Pero a pesar de su apariencia fresca y su tono desenfadado, la verdad es que se encuentran muchos parecidos con la realidad insular en esta novela con la que debutó la joven escritora Meryem El Mehdati en 2022. Supersaurio se presenta como el diario de una joven grancanaria que escribe en sus ratos de ocio, tal vez para evadirse de la tristeza, desde noviembre de 2016 a febrero de 2019.
Es decir, desde que entra con un contrato de prácticas a las oficinas de la más famosa cadena insular de supermercados, cuya mascota es un dinosaurio azul, hasta quedarse fija en la empresa. La narración está salpicada de literatura y comunicación digital, como la lectura y la escritura de una joven de 25 años de nuestros días, con transcripciones de conversaciones de Whatsapp o emails, referencias a Skype, Twitter y Spotify o relatos de fanfiction protagonizados por los personajes de Harry Potter, los de Crepúsculo y hasta por sus compañeros de oficina, a los que retrata con ironía y humor, junto a cierta melancolía.
La narradora protagonista es un personaje ficticio, pero comparte nombre con la autora y es también de su misma edad. Vive y escribe sobre experiencias cotidianas, nada especiales ni singulares, que pueden vivir muchas otras jóvenes canarias de su generación, con un lenguaje directo y coloquial. Una existencia marcada profundamente por la precarización laboral. Sola en medio de un sistema perverso al que te sometes para no quedar fuera. Tan central el aplastante mundo del trabajo, que la empresa y no ella da nombre a la novela.
Pero junto a este, hay muchos más temas a los que señala y (nos) apunta El Mehdati. Tal vez porque las violencias siempre vienen juntas. La novela se abre con unas letras de reguetón a modo de epígrafe (“La isla del encanto, la tierra bendecida./ Y gracias ma´, por haberme parido aquí,/ cerquita de la playa y el coquí,/ to´s sayayines, tenemos el Ki./ El sol siempre nos alumbra.”), un fragmento que pertenece al tema «Desde el corazón», de Bad Bunny. Contaba la autora en una entrevista que era una broma literaria, porque ella también es de Puerto Rico, como el cantante, pero el de Gran Canaria. Mas, poco a poco, vamos conociendo cómo es esa localidad turística en la que se cría la protagonista y lo que supone vivir allí:
Crecer aquí es que la guagua se te vaya en la puta cara y se te venga el mundo
abajo porque esto no es Madrid, donde el metro pasa cada cinco minutos. Aquí
la 91 pasa una vez cada hora si tienes suerte. El trayecto desde Las Palmas (de
Gran Canaria) a Puerto Rico (de Gran Canaria) son 73 kilómetros de ida y otros
73 kilómetros de vuelta que te toca comerte todos los días de lunes a viernes. C.
Tangana llora en la limo, tú en los asientos delanteros de la guagua un viernes
por la tarde.
Este Puerto Rico no es para nada el paraíso que falsamente se ofrece a los turistas. Mientras, los niños de la localidad van al colegio sorteando los vómitos de la última noche loca. Por otro lado, la propia Meryem, la autora y la protagonista, encarna la Canarias heterogénea que somos: canaria nacida en Rabat, traída muy pequeña a las islas y criada entre dos culturas, y sufre la exotización, el racismo o la mirada del que vive ignorando al otro (e ignorándose), mientras ella trata de crear su identidad in between:
Me llamo Meryem. Son dos sílabas. Mér-yem. La –y se lee como una –ll, pero la mayor parte del tiempo soy Mereym. O Meyrem. También me han llamado Meyren, Mérien, Meriem, Meyrem, Meyreme, Miriam, Marian, Mariane, Meyremem.
También conocemos sus relaciones sociales, especialmente con su familia (siempre preocupada por conservar las tradiciones de su país de origen), con los amigos (ella es sin duda, la rarita de su grupo, inteligente, lee, escribe, intenta ser crítica), con sus compañeros de trabajo y las eróticas, que se caracterizan, estas últimas, por su mal ojo; es decir, Meryem se enamorará siempre de tipos horribles que muchas veces solo juegan con ella, lo que le hace sufrir mucho.
Soy fuerte, soy inteligente, soy independiente. Tengo un trabajo fijo, pago mis facturas. No necesito nada más. No necesito gustarle a nadie. No necesito gustarle a un hombre. No necesito gustarle a él. Pero ojalá fuese un poco más alta. Ojalá pesase diez kilos menos. Ojalá tuviese los rasgos de la cara más afilados, los dientes más blancos, las piernas más finas, más largas, la cintura más estrecha, el pelo más brillante, más espeso. Ojalá tuviese voz de mujer, no de dibujo animado. No me importaría ser un poco más tonta si a cambio pudiese ser más guapa.
Junto a las relaciones tóxicas y desiguales en expectativas y compromiso, el machismo y el aprovechamiento sexual en el mundo laboral. Hasta que, al final, la protagonista se convierte en una pieza más de las que mueve el engranaje de su empresa y trata a la becaria que ponen a su cargo tal y como ella misma fue tratada, haciéndole sufrir todo por lo que al comienzo ella misma se rebeló:
-Date vida y sígueme, por favor, que no tengo todo el día.
Me sigue, claro. ¿Qué otra opción tiene?
Porque “La historia de tu vida se divide en cuatro partes, me gustaría decirle. Naces, creces, trabajas, trabajas, trabajas, trabajas. Mueres. Fin.” Y si no cuidamos, si no nos cuidamos, el Supersaurio, y todos los que se aprovechan y sacan beneficio de este sistema, de este entramado de violencias, nos devorará.