Este texto fue leído por el periodista, activista social y poeta Julián Ayala durante el homenaje que se le ofreció el pasado 27 de enero, como motivo de su octogésimo tercer cumpleaños, pero también para festejar una vida dedicada al compromiso en muy distintas vertientes. La Fundación Tamaimos se sumó a dicho homenaje con su adhesión pública. Vaya desde aquí, una vez más, nuestro reconocimiento.
PREÁMBULO. Don Antonio Machado dijo una vez a un amigo que le preguntó por su edad: “Tengo más de 60 años, que son demasiados para un español”. Imaginen ustedes lo que podría contestar yo, en vísperas de cumplir los 83 años e importándome un rábano ser español, pues no quiero tener nada en común con esa panda de reaccionarios aborregados que presumen de su españolidad, con la banderita nazional en la muñeca.
El patinazo de un amigo, que me preguntó dónde y cómo iba a ser este acto, hiso que me enterara de él, casi dos meses después de que empezara el “complot sorpresivo”, con la “complicidad” de mi mujer y de mi hija. Mi primera reacción fue negarme, pues un evento como este me sabía desagradablemente a postrimerías: “Anda, vamos a homenajear a este puto viejo antes de que la palme…”
Más calmado y para evitar divorciarme de Montse y desheredar a Ágatha accedí a estar aquí hoy. Agradezco sus desvelos y trabajo a todos los amigos, amigas y personas piadosas que integran la comisión de organización y me place mucho la presencia de todas y todos ustedes.
Y ahora, si me permiten, voy a leerles el rollo que he pergeñado, para que al menos sufran un poquito por lo que me hicieron sufrir a mí.
Empiezo:
Las normas que condicionan y ordenan la actividad social, política y económica de una comunidad surgen y se desarrollan en sociedades divididas según los intereses de sus integrantes. Y como, naturalmente, esos intereses son contrapuestos, dichas normas vienen a ser la cristalización de los valores instituidos por el sector social dominante. Aunque se presentan como las únicas justas y apropiadas para toda la comunidad, en realidad, solo benefician a sectores sociales minoritarios, en detrimento de la mayoría de la población.
LOS REBELDES Y LOS MANSOS. Para más inri, hay épocas —y creo que ahora estamos en una de ellas— en que la sociedad siempre desigual y, por ello, siempre en conflicto, aparece como en blanco y negro, sin matices, fatal dicotomía por la que a menudo se ha matado mucha gente. Hoy, a escala global nos enfrentamos a esa posibilidad. Según los politólogos, que son esos señores que dicen entender de guerras y otras chapucerías, la guerra de Ucrania y, sobre todo, el genocidio de Gaza, pueden ser el preludio de esa gran catástrofe. El principal deber hoy, no solo de las izquierdas, sino de todas las personas decentes es oponerse a esa posibilidad.
Pero como en tantas otras ocasiones, la mayoría de las gentes practican lo que el historiador romano Tácito llama “inertiae dulcedo” (dulce inercia), que es la renuncia acomodaticia a luchar por sus derechos y por los derechos de los demás. Como ha sucedido siempre, solo algunos puñados de rebeldes suelen alzarse contra las tropelías del sistema. Tomados de uno en uno, estos disidentes “son como polvo, no son nada”, pero en su conjunto constituyen la vanguardia actuante de la parte más sana de la humanidad, la que hace posible obstaculizar y a veces hasta poner dique a la barbarie de los poderosos.
Corrigiendo y adaptando la segunda bienaventuranza del Sermón de la Montaña nos atrevemos a decir que “Bienaventurados sean los rebeldes, porque gracias a ellos los mansos poseerán la tierra…» O al menos, lo intentarán.
HIJOS DEL AZAR. Somos hijos del azar. Venimos al mundo como viene cualquier otro ser vivo, sin haber hecho nada por nuestra parte y sin que nadie nos hubiera consultado. Tenemos eso en común con todos los seres vivientes, humanos y no humanos, de ahí que nuestra actividad deba ser amable y beneficiosa también para ellos. Pero ya que estamos aquí, lo mejor es sobrellevarlo con dignidad, disfrutar de la vida todo lo que podamos, preferentemente de los placeres sencillos, que suelen ser los más agradables; frecuentar la compañía de los seres queridos y, sobre todo, marcarnos una finalidad global en la vida, que en muchos de nosotras y nosotros ha sido —y en algunos estoy seguro que sigue siéndolo—, esforzarnos por hacer más libres y felices, en todos los sentidos, a nuestros semejantes más necesitados. “Como no estás a salvo de nada, intenta ser tú mismo la salvación de algo”, dijo la poeta uruguaya Ida Vitale.
Nuestro único premio es dejar un recuerdo grato en las personas que hemos y nos han querido, junto a las que hemos luchado o a las que, en mayor o menor medida, hemos ayudado a salir de su penosa situación social y personal… O, al menos, hemos dedicado lo mejor de nosotros a ello.
LA ASPIRACIÓN PRINCIPAL. Verdad es que no pudimos satisfacer la principal de nuestras aspiraciones de otros tiempos, cuando éramos jóvenes e indocumentados… La revolución sigue siendo un objetivo inconcluso y la única vez que estuvimos más cerca de ella o, mejor dicho, que estuvimos más cerca de creernos que ella estaba cerca y que, además de necesaria era posible, fue cuando el viejo genocida bajó a los infiernos. Enrique alude a ello, cuando se refiere al 3% de los votantes, que confiaron en nuestra primera incursión electoral en 1977.
MELANCOLÍA RESISTENTE. El filósofo Ortega y Gasset constató que el esfuerzo inútil engendra melancolía. Tenía razón, pero hay esfuerzos cuya inutilidad no nos exime de la obligación de acometerlos, como nos enseñó otro filósofo más cercano a nosotros, Javier Muguerza, que impartió docencia en la Universidad de La Laguna y a cuyas clases asistimos algunas personas que hoy estamos aquí. Muguerza calificó como melancolía resistente, aquella variante de la melancolía que “nace de una conciencia ética —citamos textualmente— empujada por el deber moral de no dejar de perseguir aquello que se considera justo”. Así, son resistentes melancólicos los que tienen —los que tenemos— la convicción de que la lucha por una existencia digna o por una sociedad más justa es un imperativo moral y se emprende independientemente del éxito que se pueda alcanzar, sin otras vacilaciones que las normales impuestas por la experiencia de los fracasos, más frecuentes de lo necesario para un buen equilibrio emocional.
“Aunque debamos acostumbrarnos a perder teniendo razón, eso no nos debe quitar las ganas de luchar por nuestras razones”, dice Santiago Alba Rico. (Hoy estamos de filósofos.)
‘NOSOTROS, LOS DE ENTONCES’. Obviamente, “ya no somos los mismos”. Entre otras cosas porque somos bastante más viejos, y aunque muchos y muchas sigamos fieles a nuestros orígenes, éstos están pasados por el tamiz del tiempo, que, como dice el viejo Heráclito, “es un niño que juega a los dados”.
Montse y yo dejamos de militar en el PUCC un día —no recuerdo cuál— de octubre de 1978. Desde entonces mi compromiso social y político lo renuevo cada día, no me ha hecho falta ningún partido para seguir siendo un activista contra el sistema de opresión capitalista.
Cuando, por ejemplo, acepté, a petición de Pablo Ródenas, un puesto en las listas de UPC al Ayuntamiento de Santa Cruz lo hice como independiente, lo que no fue óbice para que encabezara, como portavoz del grupo mayoritario de la izquierda, la oposición a muchas de las propuestas de la UCD de Manuel Hermoso.
A lo largo de mi andadura de activista social y político siempre he procurado no actuar individualmente ni imponer mi criterio a nadie. Ni siquiera ahora, en la Asociación de Pensionistas, de la que soy presidente formal por exigirlo la Ley de Asociaciones de Canarias. Las decisiones se toman siempre en asamblea, donde yo soy uno más.
Ideológicamente me considero un marxista errático, como se definió a si mismo el ex ministro de finanzas de Syriza Joannis Varoufakis, solo que me parece que cada vez soy más errático y menos marxista. No es cosa que me quite el sueño.
Bueno, sólo me queda decirles que con casi sesenta años de actividad política y social empieza a cansarme el papel de Pepito Grillo y cada vez estoy más escéptico sobre su efectividad. Pero no me decido a tirar la toalla todavía, porque en este mundo donde casi todo está mercantilizado, la usarían para fregar el suelo.
Como dijo hace años un filósofo de secano, que todavía imparte doctrina en la Red, “la esperanza es lo último que se vende”.
Gracias por seguir ahí.