Nos hacemos eco de esta reseña acerca de la única novela inédita de Alfonso García-Ramos, Las islas van mar afuera. La autora de la edición crítica, Thenesoya V. Martín De la Nuez, profesora visitante asociada en Trinity College, Connecticut. resume para la RDT algunas de las claves que han acompañado a tan importante lanzamiento, el cual tendrá lugar próximamente en las Ediciones Tamaimos.
Aunque no lo esperásemos, 2024 será un año significativo para las letras canarias. Las 154 páginas mecanografiadas por un joven escritor, que había de convertirse en una de las piezas clave de la literatura canaria del siglo XX, serán, finalmente, el libro que merecían ser: Las islas van mar afuera, de Alfonso García-Ramos. En 1957, un veinteañero Alfonso García-Ramos y Fernández del Castillo escribía su primera novela de forma veloz, “casi de un tirón, con rabia,”
⎯como él mismo confesaría años después. El anónimo manuscrito original fue presentado bajo el pseudónimo de Canta Claro a un premio literario que no ganó (el Benito Pérez Armas), y que hubiera asegurado la publicación y difusión de la obra. Derrotada, la novela entró en ese limbo en el que flotan las obras literarias inéditas, sumida en un inesperado olvido que, con un poco de suerte y más casualidades, concluiría con la entonces deseada publicación. Tras esa primera novela, vinieron otros textos que hicieron que su autor formara parte del canon de la literatura canaria y fuera considerado figura central de la narrativa canaria de la década de los setenta1. Poco satisfecho con el resultado del texto, como más adelante diría, el escritor no tuvo intención de que viera la luz, convirtiendo a Las islas van mar afuera en una novela olvidada. La gran ausente, como me gusta pensarla.
Hoy, casi siete décadas después, el paso del tiempo y la perspectiva que éste nos da nos ofrece la oportunidad, más bien el regalo, de descubrir la novela temprana de uno de los grandes narradores canarios. Las islas van mar afuera es la pieza perdida del rompecabezas, ésa que, finalmente, nos permite contemplar, ahora sí, la imagen completa del mapa del archipiélago literario que conforma la obra del escritor tinerfeño. Y, como suele pasar con las obras tempranas,gran parte de su valor radica precisamente en su carácter germinal en relación con el corpus literario del autor. Acercarse a este texto supone no solo escudriñar parte del proceso creativo de Alfonso García-Ramos, sino también identificar el origen de algunos de los temas y motivos que conformarán su particular imaginario poético. El aislamiento geográfico, la dualidad dicotómica del ser y del espacio insular, la lucha del hombre con la tierra, la alargada sombra de la migración al continente americano, o la vida durante la posguerra española son núcleos temáticos que ya aparecen en esta novela primeriza y que se desarrollarán en sus obras posteriores. Serán, Teneyda (1960), Guad, publicada en abril de 1971 y, muy especialmente, en la gran novela de madurez literaria del escritor, Tristeza sobre un caballo blanco (1979), con la que Las islas van mar afuera establece una relación intertextual muy cercana, las que recojan el testigo de estos y otros motivos recurrentes. La presencia del componente autobiográfico será uno de ellos. Las islas van mar afuera es, de hecho, una verdadera novela de aprendizaje, una bildungsroman en la que se asiste al crecimiento y madurez del protagonista (Andrés) a lo largo de las tres partes en las que, de forma cronológica, se organiza la narración. Novela tripartita a nivel estructural, pero también de tres tiempos y espacios. El lector familiarizado con la obra de García-Ramos reconocerá también la presencia de los espacios de su obra posterior: la monotonía de una siempre lluviosa ciudad de La Laguna; la paradoja del apego al “doliente paisaje isleño” (Guad) y la urgencia del sueño migratorio (espoleado por la presencia constante del mar); y, entre todos ellos, la presencia majestuosa del espacio imaginario de Teneyda; ese particular Macondo macaronésico que atraviesa la producción literaria del escritor tinerfeño y que forma parte de su distintiva geopoética.
Una de las sorpresas de Las islas van mar afuera está precisamente en la detallada descripción que ofrece del Valle y Puerto de Teneyda, valle tinerfeño con topónimo de intencional resonancia prehispánica que daría título al relato homónimo escrito apenas dos años después de Las islas van mar afuera, y que, dos décadas más tarde, sería de nuevo el escenario de una de las sonatinas-cuento de Tristeza sobre un caballo blanco. Este espacio imaginario, que hunde sus raíces en la geografía e historia de Canarias, es, además, doblemente funcional dentro de la particular geopoética del escritor. De un lado, Teneyda condensa algunas especificidades de otros tantos espacios de las Islas Canarias, como la lucha constante del campesino con una orografía poco propicia para el cultivo, la sorriba como recreación de la naturaleza, la dependencia económica de latifundistas y bancos, o el martilleante “delirio colectivo” (Las islas, Capítulo XIII) de la emigración a América como única solución de continuidad para un espacio agotado. Pero, a su vez, este símbolo centrípeto que funciona por convergencia opera también de forma centrífuga; se trata de una localización de cualidades míticas, capaz de proyectar su significación y alcance más allá de las de fronteras del archipiélago canario para conectarse con esos otros espacios insulares con los que comparte un heterogéneo legado de historia colonial hispánica. La Teneyda de Las islas van mar afuera es así una parada más en ese mapa unificador de los pueblos de mar que convocara el cubano Antonio Benítez Rojo en su búsqueda de un discurso insular abarcador; un Aleph insular en el que convergen patrones que se repiten no solo dentro de las ocho islas Canarias, sino en un meta-archipiélago conformado por las múltiples y diferentes islas de la Macaronesia, el Atlántico, el Mar Caribe, y el Pacífico. La Teneyda de Las islas van mar afuera funciona como epítome espacial de la escasez insular y de la diáspora canaria al continente americano, y en ninguna de las obras literarias en las que más tarde aparece, es descrita de forma tan cercana como en esta primera novela.
La vuelta al espacio de Teneyda en Tristeza insiste además en la íntima relación existente entre la primera y la última novela de García-Ramos, conexión textual que va más allá de una mera repetición de espacios, temas y motivos. Resulta imposible pensar Las islas van mar afuera sin Tristeza sobre un caballo blanco. El lector familiarizado con el corpus literario del García-Ramos experimentará una sensación de reencuentro al comenzar su lectura de Las islas van mar afuera. Ésta y Tristeza son, de alguna manera, fragmentos de una misma novela extendida en el tiempo. Así parece demostrarlo la repetición de extensos fragmentos de Las islas en la que fuera su obra de madurez creativa, publicada de forma póstuma en el otoño de 1980. Es sin duda su novela más compleja, una de esas obras literarias que convocan universos ficcionales completos en sí mismos, sin cabos sueltos. Y en ella está Las islas van mar afuera, entretejida en algunas de las cinco sonatinas-cuento de la novela-sinfonía ⎯como el autor dio en llamar a los posibles caminos de lectura que él mismo ofrece al lector en su prólogo. El Andrés de Las islas van mar afuera se transmutará en el Agustín de Tristeza, y ambos protagonistas compartirán algunas de sus vivencias gracias a la segunda vida que García-Ramos quiso darle a su novela olvidada. La reutilización de un material escrito hacía más de veinte años prueba que el escritor nunca renegó de ese pequeño texto, parte integral de esa saga de la historia canaria que es Tristeza, y de su reflexión sobre la esencia insular canaria ⎯nuestro particular ser y estar en la isla.
Finalmente, esta primera edición de Las islas van mar afuera es el resultado de un arduo proceso de fijación del texto original, mecanografiado por el autor y con sucesivas anotaciones manuscritas, correcciones y alteraciones de su primera escritura. El sueño (y pesadilla) de cualquier filólogo. Con todo, la compleja fijación del texto ha dado prioridad al autor y a su voz, y también al lector actual al que se dirige esta edición. Esta primera edición crítica incluye parte de mi proceso de edición y destaca algunas de las modificaciones del texto original. Estas y las notas aclaratorias al pie resultarán de especial interés para los lectores que se acerquen por primera vez a la obra del autor tinerfeño. Afortunados lectores que podrán conocer a Alfonso García-Ramos a través de la que fue su primera novela, un lujo inédito hasta este momento. Esta pequeña gran novela, que aparecerá dentro de la colección Náufragos de Ediciones Tamaimos, logra recomponer la imagen fragmentada de la obra literaria de escritor canario para ofrecérsela a una nueva generación de lectores, fuera y dentro de nuestro archipiélago.
- Alfonso García-Ramos y Fernández del Castillo nace en Santa Cruz de Tenerife, el 24
de febrero de 1930. El escritor, que tenía veintisiete años cuando escribe Las islas se
van mar afuera, forma parte de una generación cuya infancia quedó marcada por la
posguerra, experiencia que condensa en lo que llama «el uniforme de una generación»: los niños del traje virado y el bolsillo del otro lado (Guad 1989 42). Tras dos años de lucha con su enfermedad, fallece el 4 de marzo de 1980, a los cincuenta años.
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